lunes, 30 de noviembre de 2015

Entrevista a Maximiliano Tomas: “La crítica me sigue pareciendo una tarea necesaria"


Nando Varela Pagliaro

En esta última década, Maximiliano Tomas se ha transformado en uno de los principales referentes de la crítica literaria en la Argentina. Desde el diario Perfil - en sus inicios - o desde La Nación y la revista Quid - en la actualidad - viene registrando sus lecturas y generando nuevas preguntas acerca del estado del campo literario, la industria editorial y el periodismo cultural. Muchos de esos artículos breves ahora aparecieron reunidos en ¿Qué leer?, Una guía de lectura para los amantes de los libros, publicado en la colección Reservoir Books de Penguin. En palabras de Juan Terranova: “¿Qué leer? es un libro de nombres propios, de apreciaciones y valoraciones. Leerlo, discutirlo e interrogarlo será responsabilidad de los que hoy en la Argentina se digan lectores”.

-En el prólogo del libro decís que pocas cosas te interesan más que trabajar sobre el cuerpo de la literatura desde el lugar del crítico. ¿Tuvo que ver con eso que hayas relegado tu propia literatura? En tu caso, ¿no pueden convivir el crítico y el escritor?

-Sí: si bien no podría vivir sin escribir, en algún momento, hace ya casi unos diez años, me di cuenta de dos cosas de forma simultánea. Una, que ya no iba a ser un genio precoz, un wunderkind a lo Rimbaud, o a lo Capote, y que si mi escritura no iba a cambiar de alguna manera la historia de la literatura, mis escritos podían esperar. La otra fue que siempre, pero siempre, disfrutaba más de la literatura de los otros (de leer los libros de los demás) que de producir la propia. El viejo leitmotiv del lector antes que el escritor. Pero en mi caso era cierto, y lo sigue siendo. Y como me interesaba seguir leyendo literatura, y escribiendo, y ganándome la vida con el fruto de esas tareas, encontré en la crítica literaria la síntesis de todos mis intereses. Con un detalle, claro: tenía que empezar a formarme teóricamente. En eso sigo.

-Alguna vez lo entrevisté a Guillermo Martínez y él me decía que no ve una crítica independiente, que todos los críticos que colaboran en medios culturales tienen su obra escrita a la par y entonces compiten como juez y parte del mundo literario. ¿Estás de acuerdo con esa postura? ¿Se pierde “objetividad”, por ser crítico y escritor a la vez?

-El planteo es tan viejo, tan obvio, tan banal y tan interesado que no sé si sigue valiendo la pena discutirlo. Desde siempre los escritores hicieron crítica o ensayo literario. La historia de la literatura está plagada de ejemplos. ¿Hace falta repetir los nombres, una vez más, de Kafka, Borges, Sartre, Nabokov, Sontag, Piglia, Saer? Por otro lado no hace falta ser escritor, ni siquiera un gran escritor, para tener intereses más o menos espurios: en la literatura, como en tantos otros oficios y disciplinas, el prestigio se obtiene con obra pública y también con obra impública. En ese sentido, por ejemplo, el “Borges” de Bioy Casares es un manual de la rosca literaria. Después, hay críticos enormes, fundamentales, que nunca escribieron ficción, lo que también invalida ese planteo: Benjamin, Barthes, Adorno, Eagleton, Sarlo y siguen las firmas.

-En El amor en tiempos del kirchnerismo decís que “la literatura, a pesar de estar por encima del nivel del cine local, le importa a muy pocas personas, ¿por qué pensás que es tan difícil que el público masivo se acerque a los autores locales como sí se acerca a ver las películas de Trapero o de Szifron?

-Si lo supiera con certeza, probablemente estaría retirado y viviendo en el barrio del Poblenou, en Barcelona, a cuatro cuadras del mar. Pero hablando en serio, no hay manera de comparar la dedicación, el tiempo, la voluntad, la concentración y el deseo que hacen falta para abordar una verdadera obra literaria, cuando con apenas una de estas cosas, o con ninguna, uno puede comprar una entrada al cine, sentarse, comer pochoclo, salir de ahí y comentar con amigos los entretelones de la película delante de una pizza de Güerrin. Hay momentos para cada cosa. Y leer y ver una película son dos experiencias distintas. Desde que nació, el cine, que es una industria mayormente rentable y de capitales globales, goza de otras maneras de publicitar y comercializar sus productos. Siempre fue más popular que la literatura. Al menos que la literatura que me interesa, que no es la del mero entretenimiento. Los libros que yo leo son comparables con las películas de Llinás, o con las obras de teatro de Mendilaharzu o Spregelburd, y la cantidad de gente que los lee suele ser, también, muy parecida a la que ve sus obras y películas. El argumento de la cantidad no solo es fascista sino que tembién es mentiroso. Spregelburd y Llinás son tal vez dos de los genios del cine y el teatro argentino de hoy. Y Florencia Bonelli no escribe mejor que Federico Falco porque vende cien mil veces más ejemplares.

-En este contexto, ¿qué lugar ocupa un crítico literario?

-El lugar incómodo, marginal, anacrónico, casi te diría que hasta muchas veces inútil del tipo que se dedica a pensar sobre la producción literaria contemporánea y  trata de imponer sus gustos y sus preferencias estéticas al público lector, a través de argumentaciones sólidas, convincentes, inteligentes y cultas. Eso, en el mejor de los casos. A mí, en medio del caos de la industria editorial, del barro infecto de las redes sociales, de la estupidez extendida y beligerante de la sociedad contemporánea, me sigue pareciendo una tarea necesaria y apasionante. Claro, no son muchos los que piensan como yo.

-Durante varios años estuviste al frente del suplemento de cultura de Perfil. Hoy, ¿cuál es tu relación con los distintos suplementos? ¿Qué aciertos y qué falencias ves?

-No me hagas hablar mal de colegas, ya lo hice en su momento, cuando estaba al frente del suplemento de Perfil, y todavía me lo están cobrando. Por lo demás, al parecer, por la atención que les prestan y la importancia que les dan (cada vez menos páginas, cada vez peor hechos) los dueños de medios a estos espacios, cualquiera diría que tienen los días contados. Eso sería un error, por supuesto. Pero una vez más, los dueños de los medios no suelen pensar como yo. No hay más que seguir algunas páginas web extranjeras (Paris Review, New Yorker, Jot Down, tantas otras) para entender que se pueden editar publicaciones culturales hoy de un alto nivel, elegantes e influyentes, y con costos relativamente bajos.

-¿Hay algo que extrañes de tu época como editor de Perfil?

-Siempre me gustó el clima de las redacciones. Pero trabajé en ellas todos los días durante casi veinte años. No me vino nada mal este último tiempo de soledad, silencio y retiro. Fue como una desintoxicación. Ahora ya puedo recibir nuevas dosis de sociabilidad. Además, me escribo habitualmente con los pocos periodistas valiosos que quedan en los grandes medios, o los veo en la calle, en bares, en reuniones, en cumpleaños.

- Me llama la atención que estés completamente afuera de las redes sociales, ¿no creés que hoy la crítica, la conversación literaria circula más por Twitter que por los suplementos culturales?


-No. ¿Y acaso no es evidente que no es así? ¿Hace falta que diga por qué? Cuando no se convierte en una marea de insultos y ataques cobardes, muchas veces ni siquiera ocurrentes o graciosos, Facebook es el reino de los gatitos y los bebés, Twitter un espacio para hacer operaciones berretas y lamerse las heridas mutuamente e Instagram el pornosoft aceptado socialmente, las fotos de pies en la playa o el registro de la milanesa con papas que estoy por comerme. A mí que me perdonen, pero bastante tengo con mis múltiples trabajos, con la crianza de mis hijas, con atender el teléfono, contestar el mail y el Whatsapp, y sobre todo con las deudas de mi biblioteca, a mis casi 40 años, como para perder más tiempo aún.

Publicada originalmente en Revista Polvo, noviembre 2015.

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