Por Santiago Kovadloff
Mi casa es esta mujer que ahora duerme a mi lado. Como ella, con ella, todo a mi alrededor reposa. Cuando ella despierte, también lo harán las cosas. Volverán a abrirse las puertas, correrá el agua otra vez, los pasos avivarán la vieja escalera, caerá de nuevo la luz sobre las plantas. Yo retornaré a mi mesa, a las palabras, a su voz, como un halo, que cicundará mi día.
Cuando ella se haya ido a su trabajo, alzaré los ojos de la página, y un tapiz, un clavel, un amuleto inesperado en la cocina de la casa repetirán el nombre de esta mujer que todo lo pobló con su presencia y el acierto de sus manos.
Ella es mi casa, puerta mayor de acceso al sentido de estos cuartos.
Si el egoísmo o la indiferencia quiebran nuestro encuentro, la casa se oscurece. Como una dura denuncia de soledad sin remedio, las paredes se cargan de presagios, se repliega el color de cada cosa, la casa se vacía, y habitarla es quedar a la intemperie.
Mi casa es esta mujer que ahora duerme a mi lado. Cuando ella anda lejana, todo es lejano en la casa; con ella se van en tropel las cosas de mi entorno, y estar aquí se vuelve una tortura; acosa cada sitio, cada paso lastima, rincones y objetos se hacen inservibles. Y la casa recuerda, en un susurro triste, que alguna vez supimos ser mejores.
Si renace la alegría, renace la casa. Cuando la lucidez o el deseo vuelven a reunirnos, la casa otra vez se ilumina: tienen sentido mis papeles, cada cuarto es la evidencia de un proyecto. La casa entera es una fiesta y por la vieja escalera vuelve a correr el aliento suave y denso de la vida.
miércoles, 29 de abril de 2009
martes, 28 de abril de 2009
Escribir a la contra
Por Juan José Millás
Cuando me pregunto si tuve buenos educadores, los imagino a ellos, a mis educadores, preguntándose si tuvieron buenos alumnos. En general, creo que fuimos muy malos los unos para los otros, pero ya no tiene remedio. Entre los que recuerdo, hay un profesor de literatura que nos mandaba hacer unas redacciones curiosísimas. Por ejemplo, si una película nos había gustado mucho, teníamos que decir lo contrario, pero argumentándolo de tal manera que ningún lector fuera capaz de descubrir si mentíamos o decíamos la verdad. Haciendo aquellas redacciones, me di cuenta de que muchas películas que creía que me habían gustado me parecían en realidad detestables. También aprendí que con un poco de talento y práctica se pueden defender las posturas más insostenibles. Todavía utilizo el método de aquel profesor, pues muchos de mis artículos están escritos directamente contra mí. Desconfío tanto de lo que pienso que sólo tengo la impresión de acertar cuando me contradigo.
Cierto día, aquel profesor nos mandó hacer una redacción sobre nuestros padres. Nos pidió que imagináramos que uno de los dos tenía que morir y nosotros debíamos decidir cuál. Durante el recreo, no se habló de otra cosa.
—Yo elegiría a mi padre —decía uno—, pero es el que trae un sueldo a casa.
—No te preocupes —replicaba otro—, que tu madre cobrará la pensión.
—¿Qué es la pensión? —preguntaba el de más allá.
Yo no sabía a cuál de los dos liquidar. Fantaseé con ambas posibilidades y elegí la que me producía más culpa, pues ya era un experto, o eso creía, en escribir en contra de mis intereses. Maté a mi padre, pues, y obtuve una nota de 9, la más alta de las conseguidas en toda mi vida. Gracias a ella, no suspendí por primera vez en todo el curso la literatura de ese mes. Mi padre me felicitó y me dio un beso. Me parecieron la felicitación y el beso de un condenado a muerte.
Arrastré esa culpa durante años, hasta que el azar y los síntomas me llevaron al diván del psicoanalista y averigüé que todo niño desea matar a su padre para poseer en exclusiva a su madre. Hice, pues, lo correcto y así me lo explicó mi psicoanalista, sugiriendo que no debía culparme por ello. De lo que me culpo ahora es de haber hecho lo previsible. No dejo de preguntarme si, en el caso de haber acabado con mamá, me habrían dado un 10, incluso una matrícula de honor.
Cuando me pregunto si tuve buenos educadores, los imagino a ellos, a mis educadores, preguntándose si tuvieron buenos alumnos. En general, creo que fuimos muy malos los unos para los otros, pero ya no tiene remedio. Entre los que recuerdo, hay un profesor de literatura que nos mandaba hacer unas redacciones curiosísimas. Por ejemplo, si una película nos había gustado mucho, teníamos que decir lo contrario, pero argumentándolo de tal manera que ningún lector fuera capaz de descubrir si mentíamos o decíamos la verdad. Haciendo aquellas redacciones, me di cuenta de que muchas películas que creía que me habían gustado me parecían en realidad detestables. También aprendí que con un poco de talento y práctica se pueden defender las posturas más insostenibles. Todavía utilizo el método de aquel profesor, pues muchos de mis artículos están escritos directamente contra mí. Desconfío tanto de lo que pienso que sólo tengo la impresión de acertar cuando me contradigo.
Cierto día, aquel profesor nos mandó hacer una redacción sobre nuestros padres. Nos pidió que imagináramos que uno de los dos tenía que morir y nosotros debíamos decidir cuál. Durante el recreo, no se habló de otra cosa.
—Yo elegiría a mi padre —decía uno—, pero es el que trae un sueldo a casa.
—No te preocupes —replicaba otro—, que tu madre cobrará la pensión.
—¿Qué es la pensión? —preguntaba el de más allá.
Yo no sabía a cuál de los dos liquidar. Fantaseé con ambas posibilidades y elegí la que me producía más culpa, pues ya era un experto, o eso creía, en escribir en contra de mis intereses. Maté a mi padre, pues, y obtuve una nota de 9, la más alta de las conseguidas en toda mi vida. Gracias a ella, no suspendí por primera vez en todo el curso la literatura de ese mes. Mi padre me felicitó y me dio un beso. Me parecieron la felicitación y el beso de un condenado a muerte.
Arrastré esa culpa durante años, hasta que el azar y los síntomas me llevaron al diván del psicoanalista y averigüé que todo niño desea matar a su padre para poseer en exclusiva a su madre. Hice, pues, lo correcto y así me lo explicó mi psicoanalista, sugiriendo que no debía culparme por ello. De lo que me culpo ahora es de haber hecho lo previsible. No dejo de preguntarme si, en el caso de haber acabado con mamá, me habrían dado un 10, incluso una matrícula de honor.
lunes, 27 de abril de 2009
viernes, 24 de abril de 2009
Nocturno
Por Fernando Varela
Una pareja se besa en la parada del 106.
Un respirador se desconecta en algún hospital.
La mamá de Cristian no llega a fin de mes.
Al pie de una cama un pibe pide salud para su familia.
Ana María se arrepiente de todo lo que no hizo.
La vida se confunde con la muerte.
En Palermo diferentes versiones de perversiones
ocultan su sexo entre las piernas.
La soledad se refugia en bares con
mesas rengas y poetas frustrados.
Grandes letreros luminosos descansan sobre edificios antiguos.
Perros flacos duermen entre cartones tibios.
Horas confusas.
Trabajadores y borrachos.
Tangos.
Libros viejos
Sueños.
Veredas gastadas.
De regreso solo.
Preguntas siempre preguntas.
Una pareja se besa en la parada del 106.
Un respirador se desconecta en algún hospital.
La mamá de Cristian no llega a fin de mes.
Al pie de una cama un pibe pide salud para su familia.
Ana María se arrepiente de todo lo que no hizo.
La vida se confunde con la muerte.
En Palermo diferentes versiones de perversiones
ocultan su sexo entre las piernas.
La soledad se refugia en bares con
mesas rengas y poetas frustrados.
Grandes letreros luminosos descansan sobre edificios antiguos.
Perros flacos duermen entre cartones tibios.
Horas confusas.
Trabajadores y borrachos.
Tangos.
Libros viejos
Sueños.
Veredas gastadas.
De regreso solo.
Preguntas siempre preguntas.
martes, 21 de abril de 2009
Kilómetro 11
Por Mempo Giardinelli
—Para mí que es Segovia —dice Aquiles, pestañeando, nervioso, mientras codea al Negro López—. El de anteojos oscuros, por mi madre que es el cabo Segovia.
El Negro observa rigurosamente al tipo que toca el bandoneón, frunciendo el ceño, y es como si en sus ojos se proyectara un montón de películas viejas, imposibles de olvidar.
La escena, durante un baile en una casa de Barrio España. Un grupo de amigos se ha reunido a festejar el cumpleaños de Aquiles. Son todos ex presos que estuvieron en la U-7 durante la dictadura. Han pasado ya algunos años, y tienen la costumbre de reunirse con sus familias para festejar todos los cumpleaños. Esta vez decidieron hacerlo en grande, con asado al asador, un lechón de entrada y todo el vino y la cerveza disponibles en el barrio. El Moncho echó buena la semana pasada en el Bingo y entonces el festejo es con orquesta.
Bajo el emparrado, un cuarteto desgrana chamamés y polkas, tangos y pasodobles. En el momento en que Aquiles se fija en el bandoneonista de anteojos negros, están tocando “Kilómetro 11”.
—Sí, es —dice el Negro López, y le hace una seña a Jacinto.
Jacinto asiente como diciendo yo también lo reconocí.
Sin hablarse, a puras miradas, uno a uno van reconociendo al cabo Segovia.
Morocho y labiudo, de ojitos sapipí, siempre tocaba “Kilómetro 11” mientras a ellos los torturaban. Los milicos lo hacían tocar y cantar para que no se oyeran los gritos de los prisioneros.
Algunos comentan el descubrimiento con sus compañeras, y todos van rodeando al bandoneonista. Cuando termina la canción, ya nadie baila. Y antes de que el cuarteto arranque con otro tema, Luis le pide, al de anteojos oscuros, que toque otra vez “Kilómetro 11”.
El texto completo acá.
—Para mí que es Segovia —dice Aquiles, pestañeando, nervioso, mientras codea al Negro López—. El de anteojos oscuros, por mi madre que es el cabo Segovia.
El Negro observa rigurosamente al tipo que toca el bandoneón, frunciendo el ceño, y es como si en sus ojos se proyectara un montón de películas viejas, imposibles de olvidar.
La escena, durante un baile en una casa de Barrio España. Un grupo de amigos se ha reunido a festejar el cumpleaños de Aquiles. Son todos ex presos que estuvieron en la U-7 durante la dictadura. Han pasado ya algunos años, y tienen la costumbre de reunirse con sus familias para festejar todos los cumpleaños. Esta vez decidieron hacerlo en grande, con asado al asador, un lechón de entrada y todo el vino y la cerveza disponibles en el barrio. El Moncho echó buena la semana pasada en el Bingo y entonces el festejo es con orquesta.
Bajo el emparrado, un cuarteto desgrana chamamés y polkas, tangos y pasodobles. En el momento en que Aquiles se fija en el bandoneonista de anteojos negros, están tocando “Kilómetro 11”.
—Sí, es —dice el Negro López, y le hace una seña a Jacinto.
Jacinto asiente como diciendo yo también lo reconocí.
Sin hablarse, a puras miradas, uno a uno van reconociendo al cabo Segovia.
Morocho y labiudo, de ojitos sapipí, siempre tocaba “Kilómetro 11” mientras a ellos los torturaban. Los milicos lo hacían tocar y cantar para que no se oyeran los gritos de los prisioneros.
Algunos comentan el descubrimiento con sus compañeras, y todos van rodeando al bandoneonista. Cuando termina la canción, ya nadie baila. Y antes de que el cuarteto arranque con otro tema, Luis le pide, al de anteojos oscuros, que toque otra vez “Kilómetro 11”.
El texto completo acá.
Un mundo que no existe
Por Fernando Varela
Quizás sea un enfermo,
quizás, como dijo el poeta,
sólo por eso pienso
en las cosas del mundo, mi mundo.
Quizás por eso me fascine tanto
esta costumbre de desnudar, de desnudarme
el alma, mi alma.
¿O es que realmente me gusta
resignar mi vida
a unas cuantas hojas con palabras repetidas,
que a nadie le importan más que a mí
y a mi silenciosa vanidad
que no se anima a salir
de este cuarto solitario
donde transcurre mi vida sin vida?
Quizás sea un enfermo,
quizás, como dijo el poeta,
sólo por eso pienso
en las cosas del mundo, mi mundo.
Quizás por eso me fascine tanto
esta costumbre de desnudar, de desnudarme
el alma, mi alma.
¿O es que realmente me gusta
resignar mi vida
a unas cuantas hojas con palabras repetidas,
que a nadie le importan más que a mí
y a mi silenciosa vanidad
que no se anima a salir
de este cuarto solitario
donde transcurre mi vida sin vida?
viernes, 17 de abril de 2009
De jardines ajenos
"Uno empieza a escribir porque le gusta, nada más. Y después tiene la revelación de que escribir da sentido a la vida. Además, da mucha fuerza. Pienso que hasta las cosas desagradables que me pasan, si son interesantes, se transforman en algo grato porque me permiten escribir y contarlas. Me pregunto si no seré un maniático de la literatura, porque a todo el mundo le digo: “Trate de escribir, va a ver qué bueno que es”. Porque creo que lo fortalece a uno. La vida es muy inexplicable. Tenemos una conciencia, tenemos sueños, tenemos una verdadera vocación de inmortalidad y el cuerpo tiene una verdadera vocación de mortalidad y está continuamente mostrándonos nuestra decadencia, cómo nos vamos deshaciendo y perdiendo. Entonces, si no hay esa posibilidad de descubrir cosas y analizarlas. Además,escribir en cierto modo es como tener otra vida. Otra vida hecha con la misma vida. Agregamos cuartos a nuestra casa. A veces, a las casas de los demás. Alguna vez dije que para soportar la historia contemporánea lo mejor era escribirla. Con la vida tal vez pasa algo así. Quiero decir que si no tuviéramos el consuelo de comentarla, la vida sería más dura. Los comentadores tenemos esa suerte de ocupar nuestro pensamiento, que con la imaginación, la crítica, la ironía y el patetismo nos da siempre otros jardines para pasear y estar tranquilos".
(Adolfo Bioy Casares)
jueves, 16 de abril de 2009
Silencio y lágrima
miércoles, 15 de abril de 2009
lunes, 13 de abril de 2009
La felicidad
Por Andrés Neuman
Me llamo Marcos. Siempre he querido ser Cristóbal.
No me refiero a llamarme Cristóbal. Cristóbal es mi amigo; iba a decir el mejor, pero diré que el único.
Gabriela es mi mujer. Ella me quiere mucho y se acuesta con Cristóbal.
Él es inteligente, seguro de sí mismo y un ágil bailarín. También monta a caballo. Domina la gramática latina. Cocina para las mujeres. Luego se las almuerza. Yo diría que Gabriela es su plato predilecto.
Algún desprevenido podrá pensar que mi mujer me traiciona: nada más lejos. Siempre he querido ser Cristóbal, pero no vivo cruzado de brazos. Ensayo no ser Marcos. Tomo clases de baile y repaso mis manuales de estudiante. Sé bien que mi mujer me adora. Y es tanta su adoración, tanta, que la pobre se acuesta con él, con el hombre que yo quisiera ser. Entre los fornidos pectorales de Cristóbal, mi Gabriela me aguarda ansiosa con los brazos abiertos.
A mí me colma de gozo semejante paciencia. Ojalá mi esmero esté a la altura de sus esperanzas y algún día, pronto, nos llegue el momento. Ese momento de amor inquebrantable que ella tanto ha preparado, engañando a Cristóbal, acostumbrándose a su cuerpo, a su carácter y sus gustos, para estar lo más cómoda y feliz posible cuando yo sea como él y lo dejemos solo.
Me llamo Marcos. Siempre he querido ser Cristóbal.
No me refiero a llamarme Cristóbal. Cristóbal es mi amigo; iba a decir el mejor, pero diré que el único.
Gabriela es mi mujer. Ella me quiere mucho y se acuesta con Cristóbal.
Él es inteligente, seguro de sí mismo y un ágil bailarín. También monta a caballo. Domina la gramática latina. Cocina para las mujeres. Luego se las almuerza. Yo diría que Gabriela es su plato predilecto.
Algún desprevenido podrá pensar que mi mujer me traiciona: nada más lejos. Siempre he querido ser Cristóbal, pero no vivo cruzado de brazos. Ensayo no ser Marcos. Tomo clases de baile y repaso mis manuales de estudiante. Sé bien que mi mujer me adora. Y es tanta su adoración, tanta, que la pobre se acuesta con él, con el hombre que yo quisiera ser. Entre los fornidos pectorales de Cristóbal, mi Gabriela me aguarda ansiosa con los brazos abiertos.
A mí me colma de gozo semejante paciencia. Ojalá mi esmero esté a la altura de sus esperanzas y algún día, pronto, nos llegue el momento. Ese momento de amor inquebrantable que ella tanto ha preparado, engañando a Cristóbal, acostumbrándose a su cuerpo, a su carácter y sus gustos, para estar lo más cómoda y feliz posible cuando yo sea como él y lo dejemos solo.
viernes, 10 de abril de 2009
Hijos de Babel en la costa
El viernes 10 de abril a las 16 hs. nos vamos a estar presentando en "Las Almas" Avenida Costanera y Paseo 110 (V.Gesell) y a las 23 hs. en el Bar Irlandés Irlandés "Hook", Avenida 3 y Buenos Aires (V.Gesell).
El sábado 11 de abril a las 16 Hs en "Las Almas" Avenida Costanera y Paseo 110 ( V.Gesell) Y a las 21 hs. en Mr. Gone. Calle Mar del Plata entre 41 y 42. (Mar Azul)
El sábado 11 de abril a las 16 Hs en "Las Almas" Avenida Costanera y Paseo 110 ( V.Gesell) Y a las 21 hs. en Mr. Gone. Calle Mar del Plata entre 41 y 42. (Mar Azul)
miércoles, 8 de abril de 2009
La canilla
Por Pedro Mairal
El otro día vi toda la infancia en una canilla. Una canilla de jardín rodeada de bombitas explotadas, el pico de la canilla repleto de gomitas de colores de las bombitas que explotaron antes de tiempo mientras los chicos las llenaban de agua. Y pedazos de bombitas naranjas, amarillas, azules, rojas, en el piso mojado. Ya todos los pendejitos se habían ido a joder a otra parte y ahí quedó la canilla repleta de colores y salpicaduras contra la pared. Una foto de carnaval.
Quiero describir cosas así sin que sean funcionales a nada. Estoy cansado de que las imágenes o las escenas tengan que encontrar un lugar en una novela alguna vez, que tengan que formar parte de una trama para existir. Por eso escribo poesía quizá. Porque no le encuentro un hilo narrativo a la vida. No sé qué quiere decir toda esta sucesión de imágenes y sueños, este desorden repleto de caras y palabras. De hecho no creo que quiera decir nada más que lo que es.
El otro día vi toda la infancia en una canilla. Una canilla de jardín rodeada de bombitas explotadas, el pico de la canilla repleto de gomitas de colores de las bombitas que explotaron antes de tiempo mientras los chicos las llenaban de agua. Y pedazos de bombitas naranjas, amarillas, azules, rojas, en el piso mojado. Ya todos los pendejitos se habían ido a joder a otra parte y ahí quedó la canilla repleta de colores y salpicaduras contra la pared. Una foto de carnaval.
Quiero describir cosas así sin que sean funcionales a nada. Estoy cansado de que las imágenes o las escenas tengan que encontrar un lugar en una novela alguna vez, que tengan que formar parte de una trama para existir. Por eso escribo poesía quizá. Porque no le encuentro un hilo narrativo a la vida. No sé qué quiere decir toda esta sucesión de imágenes y sueños, este desorden repleto de caras y palabras. De hecho no creo que quiera decir nada más que lo que es.
lunes, 6 de abril de 2009
Hijos de Babel en Villa Gesell
Durante los cuatro días de Semana Santa nos vamos a estar presentando en distintos lugares de Villa Gesell. La primera fecha confirmada es el jueves 9 de abril a las 16hs. en "Las Almas" (Avenida Costanera y Paseo 110). Nos vemos allá.
jueves, 2 de abril de 2009
Juan López y John Ward
Por Jorge Luis Borges
Les tocó en suerte una época extraña.
El planeta había sido parcelado en distintos países, cada
uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un
pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una
mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios,
de demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los
cartógrafos, auspiciaba las guerras.
López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil;
Ward, en las afueras de la ciudad por la que caminó Father
Brown. Había estudiado castellano para leer el Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad, que le había
sido revelado en una aula de la calle Viamonte.
Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara
a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los
dos fue Caín, y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los
conocen.
El hecho que refiero pasó en un tiempo que no
podemos entender.
Les tocó en suerte una época extraña.
El planeta había sido parcelado en distintos países, cada
uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un
pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una
mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios,
de demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los
cartógrafos, auspiciaba las guerras.
López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil;
Ward, en las afueras de la ciudad por la que caminó Father
Brown. Había estudiado castellano para leer el Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad, que le había
sido revelado en una aula de la calle Viamonte.
Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara
a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los
dos fue Caín, y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los
conocen.
El hecho que refiero pasó en un tiempo que no
podemos entender.
Plenitud
Por Fernando Varela
En el borde de la calma reposa
desnuda y armoniosa.
Tímidamente, se desplaza
en un lento regocijo
de sonidos y temblores.
La espalda en espejo refleja la plenitud.
Lleva suave la mano hasta los ojos,
deja caer el pelo
con profunda liviandad
y sin saber siquiera que es mirada
respira tan dócil que el solo acto
justifica mi desvelo.
En el borde de la calma reposa
desnuda y armoniosa.
Tímidamente, se desplaza
en un lento regocijo
de sonidos y temblores.
La espalda en espejo refleja la plenitud.
Lleva suave la mano hasta los ojos,
deja caer el pelo
con profunda liviandad
y sin saber siquiera que es mirada
respira tan dócil que el solo acto
justifica mi desvelo.
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