Nando Varela Pagliaro
Bloodline
“Parece una ley: todo lo que se pudre forma una familia”. Esos versos de Fabián Casas me vinieron a la cabeza apenas terminé de ver la primera temporada de Bloodline. Producida y guionada por Glenn Kessler, Daniel Zelman y Todd Kessler – este último, uno de los guionistas de The Sopranos-, la serie original de Netflix muestra cómo las viejas cicatrices del pasado vuelven en forma de culpa o de venganza.
Los Rayburn son una familia,
en apariencia exitosa, que desde hace cincuenta años administra un complejo turístico
en los Cayos de Florida. Pero esta realidad de ensueño comienza a derrumbarse,
cuando Danny (Ben Mendelson), la oveja negra del clan, decide volver para
saldar cuentas con sus padres y sus tres hermanos.
Casi desde el comienzo, los
Rayburn revelan que ocultan un secreto que podría destruir a la familia. “No
somos gente mala, pero hicimos algo terrible”, confiesa John, el personaje
interpretado por Kyle Chandler que funciona como el antagonista de Danny y la voz en off que
narra el relato. Mientras Danny es el hijo que nunca encontró el rumbo, el que
sólo supo traerles problemas a sus padres; John es el hijo perfecto, el padre
de familia y policía intachable. Claro, las cosas no siempre son como parecen y
muchas veces para conocer a una persona hay que exponerla a una situación
límite y ver cómo actúa.
Además de Chandler y
Mendelson, el resto del elenco -uno de los hallazgos de la serie- está formado
por Linda Carrellini, la hermana conciliadora,
Norberto Leo Butz, el menor y el más impulsivo del clan. Mención aparte
merecen los progenitores de esta saga familiar. Sissy Spacek, la madre de los
Rayburn, se lució en películas como Carrie
o La
hija del minero por la cual ganó un Oscar a mejor actriz. Sam Shepard, el
patriarca implacable, es una de las figuras más destacadas de la escena
estadounidense. No sólo como actor, sino como guionista, escritor y músico.
Entre otros, es autor de Crónicas de
motel, un libro precioso que ha servido como punto de partida para escribir
el guión de Paris, Texas, esa joya
dirigida por Win Wenders.
Otro de los aciertos de Bloodline es el contraste entre la
historia y el entorno: un pintoresco hotel en unas playas paradisíacas sirve de
escenario para un relato tormentoso. A través de un constante cambio temporal,
con idas y vueltas al pasado y al futuro, se ve cómo los cuatro hijos intentan
hacer algo con lo que hicieron de ellos. Cada uno carga de la manera que puede
con la culpa y el lugar que les tocó dentro de la familia. En pocas
palabras, Bloodline es una serie sobre
cómo los padres y los hermanos te pueden arruinar la vida.
A los que les gustan los
dramas familiares retratados desde un prisma psicológico, les recomiendo que no
dejen de mirarla cuanto antes. Sobre todo, porque Netflix anunció que el próximo 27 de mayo lanzará la segunda
temporada. Habrá que ver si los guionistas pueden mantener el mismo nivel que
consiguieron en la primera.
One hit wonder
No sé por qué, pero siempre
que voy a ver a un grupo de rock me detengo más en los músicos que están a un
costado de la escena que en el frontman de la banda. Me llaman más la atención
los que no tienen las luces apuntándolos todo el tiempo, los que se olvidan del
mundo y caminan por el escenario en una danza privada con su instrumento. Por
eso, si me apurás, soy capaz de cambiarte cinco Mick Jaggers impecables,
corriendo y saltando durante casi dos horas y media de show por un Keith
Richards arrugado, de vincha y Telecaster. Con Café Tacuba me pasa lo mismo.
Desde que empecé a escucharlos reparé
más en el tipo de borcegos y lentes de
armazón grueso que en el enérgico Rubén Albarrán. Resulta que ese tipo, Joselo
Rangel, que es el guitarrista y autor de muchas de las canciones que ya son
parte de la banda de sonido de nuestra vida, además escribe periodismo y
literatura.
Desde hace ocho años tiene
una columna en el diario mexicano Excélsior, donde semana a semana, cuenta
historias que tienen que ver con su vida personal, los entretelones de las
giras y sus múltiples consumos culturales. Desde Radiohead, y Babasónicos hasta
Ballard y Philip K. Dick pueden ser algunos de los protagonistas de sus textos.
Muchos de ellos fueron reunidos en Crocknicas
de un tacubo, un libro que editó Gourmet Musical a mediados de 2014.
Ahora acaba de publicar One Hit Wonder (Ed. Almadía), su primer
libro de ficción. Se trata de una antología de veinte cuentos que fue subiendo
cada martes a su blog Textos mutantes,
como una especie de taller literario expansivo que le sirvió para disciplinarse
y ganar soltura.
En los relatos de Joselo nos
encontramos con una banda que nunca está lista para tocar y otra que viaja en
el tiempo; una escuela de rock en la que se cruzan,entre otros, Ozzy Osbourne y
Paul McCartney con Cerati y Charly; con el primer artista indie de la historia
y en ¡Y.A.! (Yokos Anónimas), tal vez su cuento más logrado, con un grupo de
mujeres que metabolizan las experiencias de sus parejas músicos y quieren guiar
el destino de sus bandas.
“Me di cuenta de que soy una
Yoko cuando alguien me hizo ver que escogía al integrante del grupo con más
jerarquía. Creía enamorarme de él, pero en realidad estaba buscando al que
pudiera manejar más fácilmente y, de esa manera, manipular al resto del grupo y
llevarlos al estrellato. No me interesaba un hombre en sí, lo que me interesaba
era el juego de manipulación que se generaba”, confiesa una de las Yokos ante
el resto de las novias que forman parte de la desopilante asociación.
Si bien hay otro tipo de
historias, con temáticas diversas, las que más se disfrutan son las que tienen
al mundo de la música como telón de fondo. Es ahí donde más se luce su
escritura, donde más se siente cómo el autor cuestiona a su entorno. En estos
personajes, sin mucho esfuerzo, se puede ver al pibe que alguna vez soñó con
ser estrella de rock y llenar estadios. Para terminar, One hit wonder es el libro de un rockero literario que nunca está
en pose, que no escribe para la posteridad. Sus cuentos son simples y directos,
como una canción de tres minutos.
Mecánica popular
Fui a ver la última de
Alejandro Agresti con ganas de
reencontrarme con el cineasta lúcido de mirada sensible que irrumpió en la
escena nacional con películas como El amor es una mujer gorda o El acto
en cuestión. Pero no pude, Mecánica popular me decepcionó desde los
primeros minutos. El argumento es más que sencillo: Mario Zavadikner (Alejandro
Awada), un editor a punto de pegarse el tiro del final, recibe la visita inoportuna de una joven
escritora (Marina Glezer) que lo amenaza con suicidarse si él no lee su
manuscrito. A este encuentro imprevisto se suman el sereno de la editorial
(Patricio Contreras) y la ex mujer de Zavadikner, un personaje fantasmal
interpretado por Romina Ricci. A pesar de que hay algunos breves flashbacks,
casi todo ocurre en tiempo real. Es solo una noche en la que el personaje de
Awada intercambia sus opiniones y saca a relucir su resentimiento con el mundo.
Entre los tópicos que desgrana no se olvida de las rencillas generacionales,
del mercado editorial como fábrica de pensamientos vacíos, del snobismo
intelectual, de la herencia de la dictadura y
del valor de la filosofía, la ficción y el psicoanálisis. Todos ellos
tratados con una dosis demasiado alta de desencanto y plagados de lugares
comunes. Recurre a referencias literarias y
frases célebres que lo único que hacen es remarcar un discurso que
atrasa desde lo ideológico y lo formal. Así por ejemplo, nos encontramos con frases como que “las mujeres no debieran interesarse en el
arte porque tener hijos es el arte mayor”. Esta caterva de diálogos desmedidos
hace que todos los personajes se vean demasiado exagerados. Tal vez, lo único
que le da cierto dinamismo a tanta incontinencia verbal y hace que la película
sea tolerable, son los movimientos de cámara. Otro aspecto para rescatar del director de Un mundo menos peor es su actitud de ir
siempre un paso más adelante y jugársela a todo o nada. Me parece honesta su
postura: Agresti quiere decir todo lo que piensa y eso es lo que hace. No le
tiene miedo a las palabras. En tiempos en los que abundan las películas tipo
naturaleza muerta, él vuelve a poner el guión en un primer plano y hablar de un
tipo que en vez de comprarse un Mercedes Benz prefirió comprarse libros. Pero,
al menos en esta oportunidad el resultado no logra convencer.
Publicada originalmente en La Agenda, mayo 2016
Ridícula crítica. Agresti denuncia el machismo con una frase de Anthony Burguess, (que para muchos y muchas, sigue representando cierta fase de la modernidad). Lo de las mujeres fue dicho por él, no por Agresti. Pero, los apurados caen en esa y muchas otras trampas del tan fascinante film. Mecánica Popular será valorada con el tiempo, por ahora, seguimos habitando una cultura de fetiches y análisis binarios como éste, dónde la profundidad no alcanza, donde los epítetos y saltar al falso altruismo desnaturaliza grandes momentos de reflexión.
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