Por Nando Varela
Pagliaro
“A
la ciencia ficción el futuro se le vino cada vez más encima. Nadie se podía
imaginar que de pronto hay miles de millones de usuarios de algo que se llama
red social, en la cual la gente publicita todo”, dice Marcelo Cohen, uno de los
principales referentes del género en nuestro país. El escritor y traductor
acaba de editar sus Relatos reunidos,
una selección en la que atraviesa su propia producción. El criterio de elección
fue bastante caprichoso: dejó de lado cuentos de sus primeros libros, añadió
inéditos y sumó otros de un volumen que está escribiendo sobre un fanático de
cine. Los relatos siguen un orden no cronológico y están divididos en dos
partes: Cuentos de este mundo y Cuentos del Delta Panorámico.
-Sus
libros, en general, transcurren en territorios inventados, en urbes futuristas,
¿cuán importante es para un escritor encontrar un territorio?
Para
mí fue fundamental. Cuando comencé a crear estos espacios que yo llamaba
“espacios hipotéticos”, vivía en España. La sincronía de vivencias de distinta
índole y de percepciones de diferentes lugares era tan intensa que ocupaba
permanentemente mi mente. Las literaturas realistas para mí eran demasiado estrechas
como para dar cuenta de lo que consideraba que era la experiencia. Eso me llevó
a crear este tipo de espacios, que en principio eran cercanos a los lugares en
donde yo había vivido o estaba viviendo. Con el tiempo, una vez que en esos
territorios ponía objetos de otra procedencia y sucesos de épocas diversas, la
sumatoria de los elementos extraños necesariamente creaban lo fantástico.
-Y el Delta
Panorámico, puntualmente, ¿cómo nace?
Cuando
volví a Argentina tenía mucho miedo de que la realidad me hostigara. Acá la
realidad es muy promiscua, es un país terriblemente referencial, con muy poco
interés por lo que pasa en el resto del mundo. Entonces pensé que tenía que
encontrar un lugar que no fuera una nostalgia de los lugares que ya había
inventado. Me gustaba la idea de un mundo de islas, me parecía que el río era
mucho mejor para un futurismo sudaca y argentino, una especie de futurismo
deteriorado que es lo que hago.
-Al
hablar de su literatura se suele decir que es anticipatoria y siempre se la encasilla
dentro de la ciencia ficción. Usted, en cambio, a la hora de ponerle un nombre,
habla de “Sociología fantástica”, ¿cuáles son las diferencias entre la ciencia
ficción tradicional y lo que usted hace?
-Quizás
no haya muchas diferencias. Son artimañas que uno tiene para evitar la
inclusión definitiva en un tipo de género. Es sociología fantástica porque lo
que mueve mi imaginación es la búsqueda, la atención a ciertos elementos del
funcionamiento social, en el cual podemos incluir la tecnología, los modos de
comunicación, las costumbres, las modas y todo tipo de relaciones sociales,
como las pueden definir distintos sociólogos. Lo que me interesa es estar
atento a ese magma de la vida social, encontrar pequeños datos desatendidos que
a mí me sobresaltan y trasladarlos a un momento en que pueden haber prosperado.
De manera que, la traspolación de detalles a su máxima potencia, en un vago
futuro crea argumento. Eso sería la sociología fantástica.
-Cuando
editó El fin de lo mismo y todavía
vivía en Barcelona, Fogwill dijo que para que usted existiera entre sus pares
tenía que estar instalado en los circuitos de sociabilidad. ¿Es necesario
formar parte de la red de conflictos, amistades y vanidades para que una obra
circule?
-Yo
nunca he tenido apuro y muy pronto dejaron de preocuparme los resultados
visibles de resonancia de lo que estaba haciendo. A mí lo que más me interesa
es escribir. Estar escribiendo es lo que me hace feliz. El encuentro con la
lectura y con los lectores es muy satisfactorio y he aprendido que sucede.
Peter Handke
dice que la paciencia es la plusvalía de la literatura y esa es una frase que
en mí encarna. Por otra parte, soy muy reacio al trabajo que es necesario hoy
para una presencia interna. Hay que estar en muchos lugares para que la
conversación sobre uno se multiplique, hay que dar la cara muy a menudo y soy una persona no poco sociable, pero no me
gusta hablar de mí. Me gusta más hablar de la literatura de otros. Además,
pienso que los libros tienen destinos muy raros y lo que pase luego con ellos
uno puede no enterarse. Héctor Libertella decía que era mejor influir en un
núcleo pequeño de lectores que en treinta mil compradores. Los lectores son una
cosa más particular que el público, son más fieles, más interesados y van a saber
leer bien y difundir la obra en otros lectores. En cambio el público es vago,
es voluble, porque depende de la publicidad y de la prensa. Los lectores son
menos, pero si a uno le interesa otra cuestión que suele interesarles a los
escritores, que a mí no me interesa mucho y que es la posteridad, es mejor
confiar en los lectores.
-J.G. Ballard
decía que la ciencia ficción no tiene que ocuparse del espacio exterior y el
futuro lejano, sino del futuro cercano y el espacio interior. ¿Está de acuerdo
con esa apreciación?
-No
sólo la comparto sino que es una de las reflexiones sobre la literatura de
anticipación que fue más decisiva. Me gusta porque leyendo a Ballard corroboré
que lo que me interesaba de la ciencia ficción no era Marte, sino el Marte de
Bradbury. No me interesaban las características genéricas marcadas de la
ciencia ficción sino la posibilidad que daba de tratar problemas existenciales,
filosóficos y culturales en un marco narrativo de aventura. En la ciencia
ficción hay muchas cosas que uno sabe que son imposibles, pero mientras uno lee,
si el narrador es capaz, la vivencia de un dilema se traslada a nuestra mente e
ingresamos en otro mundo. Eso es el espacio interior, pero Ballard va más allá y
dice que en la cultura contemporánea no hay distancia entre el paisaje que
vemos y el paisaje de nuestra mente. El paisaje urbano que está colonizado por
lo humano es el fruto de lo que la mente humana ha hecho con el paisaje. De
manera que si nosotros vemos una catástrofe o un prodigio arquitectónico, entre
ese paisaje y lo que nosotros tenemos como potencia en nuestra cabeza, no hay
diferencia. Más vale que nos hagamos cargo de que si el paisaje tiene la pinta
de una enfermedad, esa enfermedad está adentro nuestro, por eso a él le
interesa el espacio interior.
-Suele
referirse a la literatura como una forma de evasión, ¿es lo mismo la ciencia
ficción que el realismo para evadirse?
-Es
lo mismo porque el mundo del libro es otro mundo que el nuestro. El escritor,
en el momento que escribe, no es la persona que trata cotidianamente con otros,
ni siquiera es la persona que dialoga consigo mismo. Esa conversación con uno
mismo, la mayor parte del día es trivial. En cambio cuando uno lee una obra de
arte, la conciencia suspende su discurso automático y la voz interna se queda
muda, producto de eso que se llama emoción estética. Eso es la evasión: “la
cárcel del lenguaje”. Tenemos que pensar de otra manera, pero sólo lo podemos
decir fuera de la cárcel del lenguaje. La literatura lo que hace es cambiar el
lenguaje para que esos barrotes se disuelvan. Lo que es cierto es que esa
persona que lleva esa conciencia adentro, en mí no es la que está escribiendo, cuando
uno está escribiendo es otro. Sucede a veces que sólo en el momento en que está
escribiendo, una persona manifiesta su mejor ser.
-¿Cómo
ve a la ciencia ficción en nuestro país?
-Yo
creo que hay escarceos. Me parece que al mismo tiempo que en la literatura
argentina de los últimos veinte años hay un regreso muy saludable a recuperar
ciertas formas del realismo, que habían quedado interrumpidas por la
posmodernidad, también hay una manera de hacerse cargo de lo más escabroso de
la realidad argentina que toma elementos de la ciencia ficción pero no puede
salir de la parodia. En general la hipótesis fantástica no funciona como una
indagación real sino como un modo de pesimismo burlesco.
-¿Puede
ser que hoy los amantes del género hayan buscado refugio en las series?
-Los
lectores de anticipación no es que se refugiaron, sino que en gran parte
dejaron de existir porque a la ciencia ficción el futuro se le vino cada vez
más encima. Nadie se podía imaginar que de pronto hay miles de millones de
usuarios de algo que se llama red social, en la cual la gente publicita todo. La
cultura encontró que el gran rendimiento estaba en el entretenimiento, en dar
cosas que pasaran rápido y que la gente pudiera consumir en cantidad. Con un libro
te tenés que quedar quieto y hay que pensar. La película sucede rápido, entra
muy eficazmente por varios sentidos a la vez. Es mucho más fácil la absorción
en el cine, porque uno está en un espacio cerrado, rodeado de un gran volumen
de sonido. El cine captura, la literatura también captura, pero la
participación que requiere es mayor. La gran masa de lo que en otra época era
el público de ciencia ficción hoy es el adolescente pochoclero y un poco nerd.
-Desde hace
muchísimos años se gana la vida traduciendo libros, ¿el oficio de traductor
todavía no es reconocido como debería serlo?
-En
Argentina, a pesar de lo mucho que se tradujo durante décadas, fuera del campo
literario nunca existió conciencia de lo que era la traducción ¿Cómo es posible
que hoy en día Página/12 y Ñ en las reseñas de libros no pongan el nombre del
traductor? Es una cosa absolutamente incomprensible. La prensa cultural, como no
le paga bien a los reseñadores, no consigue que duren. Los mejores se terminan
yendo y en su mayoría recurren a gente todavía no terminada de formar, que no
conoce suficientemente lenguas; por lo que le pagan, no tienen tiempo de
pispear el original y por lo tanto, no hablan de la traducción, salvo cuando
por alguna ocasión les impresiona o les molesta.
-En su
caso, el hecho de estar tanto tiempo en contacto con la palabra ajena, ¿es
contraproducente para luego crear su propia literatura?
-Lo
único de la vida literaria que me creó inapetencia no sólo de escribir, sino
incluso de leer fue la pertenencia a un comité de lectura de una editorial
catalana, pero eso jamás me pasó con la traducción. Hace muchos años que tengo
la suerte de que me den libros para traducir que me interesan. Entonces, en vez
de generar inapetencia, son una fuente de pensamiento. El único problema es el
cansancio físico y mental, pero todos los trabajos cansan. Lo bueno es que éste
no me genera ningún ruido, sino que es un alimento, una inspiración, una
ocasión de robos, uno afana muchísimas cosas. A veces sin darse cuenta y otras
muy a propósito.
-“No
hay libertad si no se consigue hablar de otra manera que la convencional”, dijo
en alguna entrevista ¿La creación de neologismos, que ya son parte de su estilo,
tienen que ver con una búsqueda de la libertad o con un cansancio del lenguaje?
-Es
una búsqueda de independencia más que de libertad. La libertad se puede ejercer
perfectamente en cualquier condición, como han dicho muchas veces algunos
mártires o presos. Más que con la libertad, la creación de neologismos tiene
que ver con la ampliación de los límites del mundo. Es más que nada una ilusión
de mezclar lo inefable con lo visible. Hacer que algo que no existe se haga
visible a través de una palabra. Todo esto empezó porque ciertos personajes de La ilusión monarca eran presos y tenían
que hablar un lenguaje bajo, pero yo no quería responder al argot español ni al
argentino. En principio porque no quería una pertenencia tan determinada y
después porque comprendí que los argots son pasajeros. Es muy difícil
inmortalizar una palabra que pierde tan rápido su uso. Empecé inventando un
argot carcelario para esa cárcel que no es de este mundo y después se trasladó a
otras historias y me di cuenta de que no sólo operaba musicalmente, también
impulsaba la narración.
-Antes
de sentarse a escribir dice que tiene que tener todas las piezas en la mano ¿Es
necesario que siempre sea así?
-No
necesariamente. En mi caso cuando una historia asoma en mi imaginación, cuando
aparece la anécdota, nunca es un personaje al cual le pasa algo y después un
escenario y una época, para mí todo aparece junto. Esa es la razón por la cual
trato de trabajar en sincronía.
-El
Indio Solari dice que ve televisión para ver cuál es el código imperante. En su
caso, ¿qué lugar ocupa la televisión?
-Creo
que puede ser muy productivo ver cuál es el código imperante, cuál es el estado
de la mente del público, pero para una persona como yo que mira unas seis horas
de televisión semanales eso más que motivar el análisis produce repugnancia. La
televisión, como dice Aira, es un género que probablemente haya fracasado. Yo
la miro con una gran desconfianza, con todas las sospechas del mundo y con un
gran grado de incredulidad para entrar en la conversación de lo que está
pasando. Sí miro muchas series, pero en la computadora.
-¿Qué series mira?
-Me
interesan las series porque los que creíamos firmemente en la literatura,
pensábamos que la cultura de masas ya no podía producir grandes obras. Sin
embargo, han empezado a aparecer. Es como si hubiera renacido la posibilidad de
un gran arte popular dentro de la cultura de masas. En las series hay algunas que
me parecen obras maestras equiparables a los folletines del siglo XIX. Si el folletín
permitió que confluyeran Dickens o Dostoievski, uno piensa que en la televisión
puede suceder lo mismo. De esas series, para mí las mejores, las que tienen
desarrollo novelístico, son Los Sopranos, The Wire y Breaking Bad. Esta última
me parece un logro muy extraño; me pregunto mucho por las razones del gran
éxito de público. Es muy atractiva formalmente, pero es una serie muy
destructiva del espectador, es muy dolorosa y al mismo tiempo estéticamente es
prodigiosa. Es una mezcla de Beckett, Tarantino y Osvaldo Lamborghini. No soy
amante de Lost, con lo fantástico todavía no la han pegado.
-A
nivel social, ¿cuál cree que es el lugar del escritor? ¿Nota algún cambio a
partir de este Gobierno?
-Creo
que no es lo mismo, pero no es producto de una acción del gobierno. Simplemente
estamos en un momento de la cultura occidental en que el establishment se ha
dado cuenta de que en el continuo del espectáculo, los artistas, los
escritores, no son solamente un valor de uso, una mercancía rentable, sino
personajes más o menos indispensables, son un adorno indispensable. A mí este
gobierno, como a mucha gente que conozco, me devolvió un interés, una expectativa
por la política, como no había tenido en décadas. Eso lo agradezco y también el
hecho de que haya cambiado aspectos muy importantes del paisaje de la vida
social, pero discrepo del gusto artístico dominante dentro de las esferas del
gobierno que más participan en la gestión estatal. Han hecho algunas cosas que
están bien como Radio Clásica o ciertos programas de Canal Encuentro. En el
plano artístico, no necesariamente. Pasa con la difusión de la cultura en
general, no en cuanto a la elección y no tengo ningún resentimiento porque me
parece irrisorio que algunos colegas se quejen porque no los invitan a las ferias.
Todos los gobiernos hacen eso, todos los gobiernos eligen, todos tienen su
lista negra. A mí en montones de cosas en las cuales por ahí tendría que haber
estado, no me invitaron y sin embargo, me invitaron a otras. En ese sentido, no
tengo ningún resentimiento.
Publicada en Revista Quid, agosto 2014.
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