Foto y texto: Nando
Varela Pagliaro
“No me cuesta considerarme escritor porque la
verdad es que mi familia come de ahí. En ese sentido, tengo una perspectiva muy
de familia de inmigrantes: sos aquello de lo que comés, aquello de lo que
trabajás y ganás un sustento”, dice Eduardo Sacheri, a metros de la Estación
Castelar. Por esas calles, cercanas a las vías del Sarmiento, se crió jugando
al fútbol con sus amigos del barrio y leyendo, siempre leyendo. En su casa se
leía mucho y a él lo cautivaba ese rito en el que veía a todos con un libro en
la mano. Cuando tenía apenas cuatro
años, la encargada de enseñarle a leer fue su hermana mayor. A partir de
entonces, siempre va a todos lados con un libro debajo del brazo. La escritura,
en cambio, tardó en llegar. Tenía veintiséis años, ya era profesor e iba camino
a recibirse de Licenciado en Historia, cuando empezó a escribir cuentos. Lo
hacía para ordenarse la cabeza y para entender mejor algunas cosas; jamás pensó
que con lo que escribía podía ganarse la vida. Uno de los principales responsables
de su éxito fue Alejandro Apo. Desde su programa en Radio Continental, empezó a
leer los primeros cuentos de Sacheri que tenían que ver con el fútbol. Esta
difusión radial le permitió transformarse en un autor publicado. Luego de
algunos volúmenes con sus cuentos, vendría la novela La pregunta de sus ojos, que junto a Juan José Campanella
transformó en El secreto de sus ojos, la película por la cual ganaron el Oscar en
2010. Después aparecería Aráoz y la
verdad, que fue adaptada al teatro; Papeles
en el viento, que Juan Taratuto está transformando en película y la
reciente Ser feliz era esto. En esta
última novela, Sacheri se aleja del fútbol para contar la historia de Sofía,
una chica de catorce años que sale en busca de Lucas, su padre, un escritor
conflictuado que no sabía de la existencia de ella. Se trata de un relato
sencillo, con pocos personajes y la suficiente destreza narrativa como para
abordar temas de gran profundidad sin caer nunca en una postura solemne ni
intelectualoide. Sobre el libro, pero también sobre el fútbol y la sociedad, la
crítica y la falta de reconocimiento, hablamos en esta entrevista con uno de
los narradores más populares de la actualidad.
Generalmente a todos
los escritores les cuesta considerarse como tales. Lucas, uno de los personajes
de Ser feliz era esto, tiene un gran
dilema con respecto a ese tema. ¿A vos también te cuesta considerarte escritor?
En
este momento no me cuesta. A lo mejor hace diez años yo era un profesor de
historia que escribía y sus libros empezaban a publicarse. Ahora mis libros se
venden lo suficiente y esos ingresos, junto con lo del cine y con las columnas
que escribo, hoy son más importantes en mi salario mensual que las horas de
clase que sigo dando.
-¿Qué es lo que te
hace no abandonar la docencia?
¿Y
por qué debería abandonarla? Yo soy profesor y estudié Historia porque me
gustaba. Empecé a dar clases y me di cuenta de que es un laburo útil para los
demás. Educar a alguien es algo muy especial
y ni se me pasa por la cabeza dejar de hacerlo. Sí lo hago menos, porque
no me da el tiempo como para tener sesenta horas de clases, como tenía antes.
-Lucas en la novela es
autor de un libro muy exitoso, en un punto en eso se parece a vos. ¿Alguna vez
sentiste que El secreto de sus ojos
te pasaba por encima?
No,
porque mi crecimiento como autor fue más gradual de lo que la gente supone.
Antes de El secreto de sus ojos ya
había publicado tres libros de cuentos en los que había mucho de fútbol y se
vendían bien. Ya tenía una carrera editorial en marcha. Es cierto que a El secreto de sus ojos le fue muy bien,
pero no es que yo puedo vivir de los derechos del libro de acá hasta que me
muera. Lo que sí me dio todo el fenómeno fue muchas oportunidades de laburo.
Ser
feliz era esto está narrado por la
voz de una chica de catorce años. Alcanzar ese registro fue el mayor desafío de
la novela, ¿cómo trabajaste eso?
Volviéndome
chino. Ese es casi uno de los motivos del libro. Me interesa ser capaz de
cambiar, de hacer algo distinto libro a libro. Yo venía de Papeles
en el viento, que es una novela de cuatro cuarentones, que se criaron en
Castelar y son hinchas de Independiente. Es decir, comparten mucho conmigo.
Entonces quería hacer algo distinto y cruzarme a la cabeza de una mujer de
catorce años, me pareció que era un desafío interesante. Yo tengo una hija de
esa edad y tengo un montón de alumnos adolescentes, así que ese registro es una
música que tengo cerca de mi oído.
-Otro aspecto
importante que remarca la novela es el cambio en el modo de asumir la
paternidad y la maternidad. Antes la crianza de los hijos era una cuestión
netamente femenina y ahora ya no. ¿Pensás que ese es un cambio muy notorio en
la sociedad?
Yo
creo que sí, que está cambiando muy rápido. Se está volviendo todo muy
múltiple. Sin duda, quedan padres y madres a la antigua, pero junto a esas
formas se han multiplicado otro montón de modos de ser. A mí me parece muy
buena la multiplicidad porque te da mucha más libertad. En mi caso como padre, me
siento mucho más feliz teniendo una paternidad mucho más participativa, mucho
más maternal, por usar el estereotipo de asociar a lo maternal con el cuidado,
la atención, el detalle de lo cotidiano. Probablemente si hubiera sido padre
hace cincuenta años me hubiera sido mucho más difícil.
-Lucas dice algo muy
sencillo y muy cierto: “un escritor es alguien que necesita escribir”. Para vos
escribir, ¿cuánto tiene de necesidad, cuánto de placer y cuánto de sufrimiento?
Necesidad
hay mucha, placer y sufrimiento te diría que se alternan porque cuando la
necesidad se topa contra una pared, lo que hay es sufrimiento, frustración
porque las cosas no salen, porque sentís
que el libro se te escapa y los personajes te huyen. Cuando sentís que entraste
en sintonía es la etapa más placentera del asunto. Sentís que el libro fluye,
que los personajes se sostienen y de algún modo viven. A lo mejor cuando
terminaste con un libro, vuelve la parte de sufrimiento que tiene que ver por
un lado con abandonarlo, con el duelo de
que esos personajes te vayan dejando y por el otro lado, esta cosa tediosa y
necesaria al mismo tiempo que es corregir, un laburo muy importante para que el
libro quede bien pero que es aburridísimo. Llega un punto en el que estás harto
de leerte. Todo es previsible, todo es evidente, todo está impostado y sentís
que le ves las costuras por todos lados y no ves la hora de que se publique
porque ya no querés volver a verlo.
- “A veces uno vive
una vida idiota, pero mientras no haya un testigo puede seguir”, dice Lucas en
un pasaje del libro. ¿Cuánto pesa la mirada de los otros en un escritor como
vos?
En
un primer momento no pesa porque siempre el libro que escribo es el que quiero
escribir y el lector de ese libro soy yo. No lo digo en un sentido ampuloso,
como si yo fuera mi mejor crítico, sino en el sentido de que escribo para
contestarme preguntas. Entonces el libro es un intento de respuestas a esas
preguntas. En esa etapa, la mirada de los otros no es importante, pero apenas
termina esa etapa, empieza a ser cada vez más importante. Si yo me siento
conforme con el libro y siento que dije cosas que a mí me importaron, me
encanta pensar que a alguien le pueda pasar algo con ese libro. A veces hablo
con colegas que me dicen que les importa tres carajos si les gusta o no a los
lectores. Yo lo respeto, pero no lo comparto. La verdad es que a mí me encanta
que un libro mío guste. No me da lo mismo.
-En una entrevista
reciente dijiste que hay autores que hacen de la incomprensión un culto, en
cambio a vos te gusta que se entienda lo que escribís. ¿Por qué este tipo de literatura
más cotidiana, no es tan valorado por los círculos académicos?
Creo
que como en todo ámbito intelectual hay tendencias y modas, no lo digo en un
sentido peyorativo. Hay momentos y esto uno lo ve con los grandes autores, que
a veces son ensalzados y después vienen épocas de críticas, entonces mucho más
para un autor cualquiera como puedo ser yo. A veces me da la sensación que en
los círculos académicos falta un poco de complejidad en la mirada. Si a vos te
gusta una literatura más hermética, está muy bien, pero si sólo miramos cierta
literatura, nos quedan afuera otros ámbitos posibles. Me parece que la
complejidad y la variedad es lo que más te enriquece.
-¿Realmente te
importa ese reconocimiento, no te alcanza con ser tan leído?
Si
tengo que elegir, prefiero que haya lectores a los que les guste lo que
escribo. No es mi idea hacerme el combativo, ni el resentido, no me interesan
ninguna de las dos posturas, pero ¿sabés en qué jode cuando la crítica va toda
para un lado? En que la gente que está empezando a escribir se siente compelida
a escribir sólo como lo hacen dos o tres popes de los reconocidos en Puán.
-Hoy que un escritor
sea popular es muy extraño, ¿pensás que la popularidad tiene que ver más con
los temas sobre los cuales se escriba o con el modo de hacerlo?
No
tengo ni idea, pero tampoco me lo pregunto porque a veces siento que hay un
riesgo grande. Si hay algo que sentís que te sale bien a mí me parece que está
bueno no preguntárselo demasiado. Yo sé que tengo un cierto horizonte de temas
y de mundos que me interesan y un cierto modo de narrarlos y me gusta así,
pero no porque se vendan los libros. Si
se venden los libros, mejor. Sospecho que siempre voy a seguir escribiendo
dentro de cierto ámbito, que es el mío, que es mi modo de hacer las cosas. Más
allá de que yo me esfuerce de libro en libro en modificar cosas, habrá ciertas
huellas que me van a perseguir siempre como escritor. Si los lectores siguen
encontrándolo agradable, a mí me va a hacer feliz y si en algún momento los
lectores se cansan y dejan de sentirlo agradable, será una pena, dejaré de
vender libros, me conseguiré más horas de historia y seguiré la vida, no pasa
nada, pero seguiré escribiendo del modo y de los temas que a mí me gusta
escribir.
-El fútbol y Eduardo
Sacheri parecen ser dos cosas indisolubles. ¿Estás cansado de que en cada
entrevista que das muchas veces se termine hablando más de fútbol que de
literatura?
Depende
del contexto. Si me llaman a hablar de fútbol en un programa de fútbol, me
considero un futbolero privilegiado
porque de algún modo me sacan de la tribuna y me ponen a hablar de
fútbol en el programa. A mí lo que me suelen molestar son las simplificaciones.
Si te gustan mis cuentos de fútbol porque sólo ves fútbol en ellos, yo me lo
tengo que bancar porque cada lector hace lo que quiere, pero yo siento que
fallamos vos lector y yo autor. Porque mi idea es usar el fútbol para hablar de
otras cosas que están atrás del fútbol. Del mismo modo que me encanta cuando
alguien viene y me dice “a mí no me gusta nada el fútbol pero tu cuento me
encantó”. Ahí siento que superamos la complicidad fácil de que nos guste a los
dos el fútbol, para ir a algo más allá.
-Cuando tenías diez
años falleció tu papá y en alguna nota dijiste que lo que te salvó fue el fútbol
y tus amigos del barrio. Cómo está hoy la sociedad, ¿esas cosas siguen siendo
posibles, todavía existen esos amigos del barrio y ese fútbol en la calle?
No,
no existe. Tal vez jugar en una canchita de fútbol cinco, en una escuelita en
un club, serían alternativas. No me
quiero cerrar a que todo empeoró. Sin duda, esa sociabilidad que yo disfruté
hoy por lo menos en el Gran Buenos Aires, no existe más. Creo que esa es una
gran derrota que tenemos como sociedad. Independientemente de que los pibes de
hoy busquen alternativas, es una pena que tengan que buscar una alternativa a
eso porque me parece que esa era una sociedad mucho más sana, que abría las
puertas de las casas y que se conectaba a través de la calle. Hoy yo lo veo en
mi barrio: la calle está desierta. Cada uno está metido en su casa y la vereda
es un lugar peligroso del cual huís apenas podés, mirando por encima del hombro
para ver que no te siga nadie que te vaya a afanar. Todo el mundo vive así y
creo que es una derrota muy grande.
- Hay una frase que
dice que uno juega como vive, ¿adherís a eso?
No
lo comparto desde lo estético, sino desde lo ético. Cuando jugamos podemos ser
unos pataduras y sin embargo ser muy buenos en otras cosas. Ahora, ciertas
decisiones éticas del modo de jugar, creo que sí tienen que ver con tu modo de
ser. Si sos morfón, mala leche, bocón o violento jugando al fútbol, a lo mejor
lo sos más jugando al fútbol que afuera de la cancha, pero eso que mostrás
adentro de la cancha, estás haciendo eso: mostrándolo, no inventándolo. Tenés
la suerte de que si jugás al fútbol lo sacás afuera ¿Viste esa frase hecha, “este
jugando al fútbol se transforma”?. Minga se transforma, afuera de la cancha no
lo muestra, adentro de la cancha lo muestra. Yo creo que fuera de mi familia y
mis amigos, a los tipos que más conozco son a los que juegan al fútbol conmigo.
Por el simple hecho de que los veo jugando al fútbol. Eso me sirve para decir
“con este afuera me voy a Afganistán y con este no voy ni a la esquina”. Por
más que termine el partido y se convierta en un monaguillo.
- ¿Cómo creés que van
a recibir esta novela tus lectores más futboleros?
Espero
que les guste a pesar de ello. Por lo que voy notando, se lo compra gente que
me lee de otros libros y no se sienten defraudados porque no haya fútbol. Hay
algo que es cierto, hay gente que lee cuentos de fútbol y no lee nada más. La
buena noticia es que leen algo, la mala es que lean sólo cosas de fútbol.
Cuando a mí me dicen “yo no leo nada, pero a vos te leo”, yo les digo “ya que
empezaste, ahora ponete a leer autores de los buenos”.
Nota de tapa del Suplemento de Cultura del diario Tiempo Argentino, septiembre 2014.
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