Nando Varela Pagliaro
En el deporte, como en muchos otros ámbitos, la ambición
también ocupa un lugar central no sólo en la mente de los deportistas, sino en
la de los padres que muchas veces subliman sus frustraciones en el éxito de sus
hijos. Los moldean para ganar, los convierten en máquinas capaces de realizar
todo lo que ellos no pudieron; los condenan, antes de que siquiera puedan
elegir, a ser los mejores. De esto, entre otras cosas, habla Andre Agassi en Open. En las casi 500 páginas de esta
obra extraordinaria, el tenista estadounidense se desnuda completamente. Nos
muestra sus huesos, sus dolores, sus miedos, sus miserias, sus victorias, pero
sobre todo sus derrotas, sus ganas de entenderse, de saber quién es, qué quiere
y por qué le dedicó su vida a un deporte que odia. Ya desde las primeras páginas lo confiesa:
“Odio el tenis, lo detesto con una oscura y secreta pasión y sin embargo sigo
jugando porque no tengo alternativa. Y ese abismo, esa contradicción entre lo
hago y lo que quiero hacer y lo que de hecho hago, es la esencia de mi vida”.
Esta confesión temprana nos hace inferir que no estamos ante la típica
biografía de un deportista exitoso; todo lo contrario. Estamos ante un hombre
que terminó cumpliendo un mandato paterno, un sueño ajeno. Mike Agassi, un
iracundo inmigrante iraní, ex representante olímpico de box, determinó que uno
de sus cuatro hijos sería número uno en el tenis y el elegido fue Andre.
Durante su infancia lo martirizó con “el dragón”, una máquina lanzapelotas que
construyó con sus propias manos. “Negro como la noche, montado sobre unas
grandes ruedas de goma y con la palabra Prince pintada en letras de imprenta
blancas sobre la base, el dragón, a primera vista, se parece a todas las
máquinas lanzapelotas de todos los clubes, pero es, en realidad, un ser vivo
que respira, recién salido de uno de mis cómics. El dragón tiene cerebro,
voluntad propia, un corazón negro y una voz espantosa”. El temido dragón escupía en la cara de Andre
pelotas que alcanzaban los 180 kilómetros por hora. Su padre lo obligaba a
pasar 2.500 pelotas por día, 17.500 por semana,
casi un millón por año. “Los números no engañan. Un niño que devuelva un
millón de pelotas al año será invencible”, le decía Mike a Andre para incentivarlo.
En tiempos en que los padres solo quieren que sus hijos sean
felices, la exigencia a la que Andre fue expuesto nos hace pensar qué tipo de
educación es más apropiada para desarrollar el talento de un pequeño genio.
¿Vale la pena someter a un niño a un régimen tan estricto? ¿Cuál es el precio
que se paga por no tener infancia? Lo cierto es que la tiranía paterna es la
que acaba marcando el destino de muchos chicos talentosos. “Mi padre me
convirtió en un boxeador con raqueta de tenis. Siento amor por él y además de
complacerlo, no quiero disgustarlo. No me atrevo. Cuando mi padre se enfada
ocurren cosas malas. Si él dice que voy a jugar al tenis, si dice que voy a ser
el número uno, ése es mi destino, y yo no puedo hacer más que asentir y
obedecer. Y le aconsejaría a Jimmy Connors o a cualquier otra persona que
hiciera lo mismo que yo”, confiesa Andre.
Al comienzo de Open, Agassi incluye una cita de Vincent Van
Gogh en la que el pintor se pregunta: ¿qué es lo que nos libera de la cautividad?
Su respuesta es el amor, “eso es lo que abre las puertas de la cárcel gracias a
un poder supremo, a una fuerza mágica”. Ahora, ¿qué lugar ocupa la ambición
para que alguien que dice odiar un deporte nunca se atreva a dejarlo? ¿Es solo
por amor hacia el padre que no se atreve? ¿Por temor a defraudarlo? ¿o es la
propia ambición la que lo convierte en número uno del mundo? Difícil saberlo.
Lo que sí se puede decir es que además de la jugosa vida del
tenista estadounidense, lo que termina de hacer que Open sea un libro hipnotizante es la calidad de la prosa con que
está escrito. El responsable de llevar a cabo esa tarea fue el Pulitzer J.R. Moehringer. El periodista trabajó junto
a Agassi durante tres años y desgrabó más de 250 horas de conversaciones. Hay
que agradecerle a él que en ningún momento coloque su pluma por encima del
hombre que se desnuda. De hecho, muchos tramos del libro son transcripciones
fidedignas y textuales. Se podría decir que en Open, Agassi nos revela
centenares de anécdotas íntimas y datos de color. Nos cuenta por ejemplo que
durante su primera final de Roland Garros estaba más preocupado porque no se le
volara el peluquín que por el partido o que
en 1997 consumió metanfetaminas y le mintió a la ATP para no ser
sancionado. Pero lo que hace de Open un libro imprescindible es que a través de sus páginas nos invita a
pensar y a entender qué hay en la cabeza de estos héroes contemporáneos que
vemos a través de la pantalla.
La ambición muchas veces es vivida por el sujeto como una fuerza que lo empuja
hacia un destino al que nunca se arriba. Sin embargo, la ambición colectiva, es
uno de los componentes fundamentales para lograr las metas que se impone un equipo.
Es frecuente escuchar a jugadores de fútbol que declaren a la salida del vestuario
que “los ilusiona ir primeros porque son un grupo muy ambicioso”. Si nos
remitimos a las conquistas grupales, tal vez no exista en nuestra historia
deportiva un hito mayor que el Mundial de México ´86.
Conmemorando los treinta años de este acontecimiento que Maradona
comandó en tierras aztecas, aparecieron dos libros muy especiales. El primero
bajo el título Mi mundial, mi verdad,
lleva la firma del propio Diego Maradona; el segundo, se ciñe sólo al mítico
partido entre Inglaterra y Argentina, se titula precisamente El partido y su autor es el periodista
Andrés Burgo.
Editado por Tusquets dentro de la colección Crónicas dirigida por Leila Guerriero, El Partido es una reconstrucción minuciosa del día en el que Diego Armando Maradona se transformó en un Dios
incuestionable para gran parte del público futbolero.
Burgo toma como modelo Anatomía de un instante de Javier Cercas. Es decir, se vale de un
episodio para relatar el mundo desde distintas perspectivas. Para hacerlo,
investiga a fondo, va a las fuentes, derriba mitos, contrasta los testimonios
de unos y otros y deja en el lector la posibilidad de construir su propia
verdad. Hay tantas voces que la ausencia del testimonio de Maradona, ni se
nota. Su pulso narrativo le da un dinamismo al relato que lo coloca en la línea
del Nick Hornby de Fiebre en las gradas.
Burgo reconstruye con exactitud el gol de la mano de Dios y el gol del siglo,
el de “la corrida memorable, en la
jugada de todos los tiempos”, el que convirtió a Maradona en leyenda y a Víctor
Hugo en el relator oficial de la leyenda. Como escribió Nicolás Cassese, hay
que reconocer que “las palabras de Víctor Hugo conforman,
junto con Héroes y el segundo gol de Diego, la santa trilogía de todo lo que
estuvo bien en México”. "No es un gol, es una alquimia de fútbol, y es
-también- como si un relámpago de eternidad cayera sobre el Azteca. El tiempo
se acelera y, a la vez, se detiene: se vuelve mármol, se sella en bronce, se
graba en la memoria de millones de personas alrededor del mundo y en ese
instante empieza a ser, ya para siempre un instante eterno", escribe Burgo
sobre la obra cumbre que ungió a Maradona como ser mitológico.
La historia deja en claro que fue Diego el principal motor del equipo. Sin
embargo fue la ambición de un grupo la que coronó de éxito a una selección en
la que nadie confiaba. Porque la ambición, como dice Susan Sontag, “se alimenta
de todo, hasta de otras ambiciones”.
Publicada originalmente en la revista Quid, octubre 2016.
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