Nando Varela Pagliaro
Danny
Miche es sinónimo de tenis. En los últimos treinta años ha presenciado más de
cincuenta torneos de Grand Slam y sesenta series de Copa Davis. Como autor,
lleva escritos tres libros, Maldita Davis, El
enigma del Potro y en
estos días acaba de publicar una biografía de Gastón Gaudio. En un bar, al lado
de la radio en la que trabaja, cuenta que su intención fue mostrar al tenista a
corazón abierto, no quiso hacer un libro sobre lo grande que fue Gaudio. Su
objetivo era reunir las voces de todos los que conocen al tenista desde siempre
para relatar su vida, sus parejas, sus locuras, sus victorias, pero también sus
fracasos.
-En el libro contás que tuviste varios encontronazos con Gaudio,
¿por qué creés que de todos modos accedió a colaborar con tu libro?
-Supongo
que habrá aceptado porque en algún punto debemos ser bastante parecidos, él
como jugador y yo como periodista. Los dos somos muy frontales. En el fondo eso
le genera empatía y a la vez un poco de bronca. Muchos encontronazos que
tuvimos surgieron porque él decía: “¿quién es este tarado para criticar si
nunca agarró una raqueta en su vida?”. Esa es la típica respuesta del
deportista profesional hacia el periodista. Yo jugué al tenis, muy mal, pero
jugué. Además, con ese criterio, el mejor periodista de tenis del mundo tendría
que ser Federer y no es así. Él ha llegado a decir en Basta
de Todo, el programa en el que trabajo, que su madre sabe más que
yo de tenis. Pero a pesar de que mucha gente cree que es con mala onda, siempre
tuvimos una relación de respeto. De hecho, cuando escribí mi libro sobre Del
Potro, lo vio y me dijo “¿cómo podés escribir un libro de Del Potro?”. Le
contesté si me estaba haciendo una escena de celos y que me encantaría escribir
su libro, pero no como había hecho el de Del Potro, sino un libro en el que
pudiera charlar con él y con su entorno. Estuvimos que sí, que no, por un
tiempo, hasta que un día le avisé que había arreglado con Ediciones B y que lo
iba a hacer con o sin él. Ahí me dijo, “vamos a desayunar y charlamos”. Fui a
la casa y me dijo “yo no puedo impedir que hagas un libro, así que entre que
escribas cualquier pavada y mientas, prefiero que escribas la verdad. No va a
ser una biografía autorizada, pero por lo menos quiero que no escribas
boludeces”. A partir de eso me abrió todas las puertas de su entorno más
íntimo.
-Hablemos de Gaudio como jugador. En él, ¿cuánto hay de esfuerzo
y cuánto de talento?
-Hubo
mucho más esfuerzo de lo que la gente cree. La gente cree, que Gaudio era un revés
delicioso y el famoso crack pajero. Pero lejos de eso, es un tipo que se
sacrificó muchísimo, que si bien nació en cuna de oro, de la noche a la mañana
por un tema de salud del padre, perdió todo lo que tenía y paso de vacaciones a
Disney, colegio bilingüe, casa de tres plantas en Temperley con cancha de
fútbol y gimnasio cubierto, a tener que ponerse la mochila al hombro para salir
a bancar a su familia.
-Si no le hubiera pasado esa tragedia al padre, ¿hubiera llegado
igual o fue necesario tener un poco de hambre de gloria?
-Difícil
saberlo, pero yo creo que en algún punto lo ayudó. La presión lo llevó al
límite y sacó lo mejor de él. Gaudio siempre dice “si se te alinean los
planetas durante dos semanas de tu vida, en el tenis es suficiente”. Dos
semanas son los quince días que dura un Grand Slam.
-Hablando de Grand Slams, ¿ganar Roland Garros influyó tanto como
su personalidad en la construcción del ídolo?
-Ahí
el ídolo empezó a transformarse en personaje, y ese personaje termina
comiéndose a la persona en el final de su carrera. Ese sistema de
autoflagelación –“qué mal la estoy pasando”, “me deberían prohibir la entrada
acá”-, es algo injusto hacia él mismo, que fue número cinco del mundo y campeón
de un Grand Slam. Pudo haber sido más flexible, pero es un pibe muy exigente,
quiere todo diez. El gran problema que tiene post-tenis es qué hace de su vida,
porque él jugó casi a la perfección, y a pesar de eso se considera un tenista
choto. Ahora se dedicó a la fotografía y le gusta el cine, pero en eso es uno
más, y no sé si se banca ser uno más, esa es la pelea que tiene con él mismo.
-¿Gaudio tenía el espíritu competitivo como para ser un número
uno?
-Para
ser número uno tenés que tener otras cosas que él no tuvo y que tienen muy
pocos. Gaudio estuvo lejos de ser número uno del mundo, pero tiene un título de
Grand Slam y eso lo han conseguido solamente cuatro tenistas en la historia del
tenis argentino.
-Ese Grand Slam, ¿hubiera ocupado otro lugar si la final no
hubiera sido frente a Coria?
-Eso
le dio un morbo especial, aparte la relación entre ellos ya era mala. Sobre
todo a partir de la famosa pelea en Hamburgo, cuando Coria, en el medio del
partido, fingió que estaba acalambrado y terminó ganando. Encima, después la
final en Paris fue como una película de Hitchcock. Otra vez los calambres, más
todo lo que hubo en el medio y ese quinto set vibrante, dinámico y emotivo,
hicieron que ese partido se convierta en algo inolvidable.
-En la carrera de Coria, ¿lo estigmatizó perder esa final?
-Creo
que fue el principio del fin para él. Coria nació y vivió para levantar esa
copa. En cambio, Gaudio no tenía ese mandato. En esa época, Coria era el mejor
en polvo de ladrillo, hasta que apareció Nadal. Me acuerdo que después de la
final se decía: “mejor que ganó Gaudio, porque Coria se va a cansar de
ganarlo”.
-Volvamos a Gaudio, ¿creés que tiene miedo al olvido en cuanto a
su carrera o es algo que ni le preocupa?
-No
digo la fama, pero estar en el candelero le debe interesar, porque ahora de
hecho labura en los medios. Si vos querés ser perfil bajo y ya tuviste mucha
exposición, te vas a criar vacas al campo. Sin embargo, él va a una radio, se
expone y cuenta muchas cosas de su vida privada. Creo que todo exitoso, todo
famoso teme ser olvidado. De todos modos, es evidente que no va a llegar más al
nivel de exposición del 2004 cuando fue campeón de Roland Garros. Él un poco en
broma, un poco en serio, siempre dice que “lo mejor de la vida ya lo vivió”.
Aunque lo mejor puede venir por otro lado, cuando tenga hijos o se case.
-El mundo del tenis es un mundo con demasiados egos, ¿cómo se
hace para transitarlo siendo periodista?
-Yo
elijo hacerlo de una manera difícil. No soy ni fui amigo de los jugadores.
Cuando terminan de jugar, y vuelven al llano y son uno más que pagan la boleta
de luz y de gas, como nosotros, ahí puedo tener una relación un poco más
normal. En el momento en que están en el candelero y vos estás del otro lado,
es muy difícil. Pero bueno, yo elegí tener dignidad conmigo mismo y decir lo
que pienso, aunque les joda. Me ha costado de repente que no me quieran hablar,
pero no me importa. De hecho, hoy no hablo con Del Potro, ni voy a sus
conferencias porque siento que a los periodistas que vivimos del tenis nos
faltó el respeto. Durante tres años, se operó tres veces de la muñeca, renunció
a la Copa Davis, se peleó con la Asociación Argentina de Tenis y nunca hizo una
conferencia de prensa. Ahora que volvió, Peugeot lo contrata para una
conferencia de prensa, y me invitan para que vaya, pero la verdad, ya no me
interesa. Fui a la Copa Davis de Italia y en los medios en los que trabajo no
estuvo la palabra de Del Potro, esa es mi condición. Por suerte, nadie me
obliga ni me condiciona.
Estas
diferencias que tuve con Del Potro, también las tuve con Mónaco y con Gaudio,
otras mil veces. Pero con Gaudio era distinto. Mónaco y Del Potro en el fondo,
son pendejos cagones. No te encaran, no te dicen las cosas en la cara; entre
ellos mismos son muy fallutos, se llevan mal entre ellos y después le dicen al mundo
que es un invento de la prensa. El deportista argentino es de manual: les
gustan las putas y la joda, y cuando los enganchan, dicen: “se meten en mi vida
privada” y cuando tienen problemas entre ellos, en realidad los problemas no
son de ellos sino que fueron inventados por la prensa: nunca se hacen cargo.
Hay excepciones, pero en general, nunca se hacen cargo. Gaudio lo que tenía es
que no era cagón, iba de frente, por ahí decía cualquier pelotudez, pero iba de
frente.
-En el libro decís que el tenis para Gaudio fue risas, llanto,
caídas, gloria, ¿qué es para vos el tenis?
-Hoy
para mí es un laburo, ni más ni menos, como cualquier otro. Es irte muchas
semanas al año de tu casa; claro que si lo comparás con un tipo que tiene que
laburar con luz de tubo de 8 a 6 de la tarde en una oficina, es preferible
esto. Pero la realidad tampoco es como muchos la imaginan, yo me voy casi
catorce semanas por año de mi casa y no me voy al Hilton. Laburo de remo, de
conseguir gente que me banque, que me ayude y que confié en mí. Muchas veces
alquilamos una casa entre cuatro, con un baño entre cuatro tipos grandes, no es
el paraíso. De hecho, siempre que viajo estoy más incómodo que en mi casa.
Además, cada mango que te ahorrás es un mango más que ganás. Encima, hace veintiséis
años que hago esto; pensá la economía argentina en esos veintiséis años. Hubo
momentos en que iba a Londres y un vaso de agua era medio sueldo. Afuera pasé
devaluaciones, el corralito, el corralón, el cepo, el quince más la tarjeta, el
veinte más la tarjeta, todas estas cuestiones también son parte del laburo.
-¿No queda pasión, es solamente un laburo?
-Sí,
queda pasión por el laburo, pero no por el tenis. A mí el tenis no me genera
pasión. Sentarme a ver un partido de tenis ya es laburar. Obviamente si juega
Djokovic-Federer por la final de Wimbledon, ahí me siento y lo disfruto. Pero
ir a ver primera ronda del US Open un partido entre Swartzmann y Robin Haase en
la cancha diecisiete, no es pasión, es laburo.
-Con respecto al libro, ¿qué devolución tuviste de Gaudio?
-Se
lo regalé y sé que lo leyó. En realidad se lo fui dando antes, en capítulos. Le
gustó, no le gustó, me hizo muchas “gaudianas”: “me aburro”, “está bueno”,
“hijo de puta, lo que ponés”, como es él. Llegó un momento en que no le
pregunté más, y el tema del libro ya se terminó. En todo caso, supongo que
haberlo leído habrá sido impactante porque se lo desnuda. Debe ser raro, leerse
abiertamente, que tenés depresiones, bajones, que ganó Roland Garros es un uno
por ciento del libro, el resto va un poco más allá.
-¿Estás pensando en otro libro?
-No
tengo nada en mente. Me sorprende que haya escrito tres libros en menos de
cuatro años, casi un libro por año, es un montón para mí que no soy un
escritor. Además, son libros de nicho y se vendieron muy bien. Maldita
Davis todavía se
vende. Creo que el día de mañana voy a hacer un Maldita
Davis 2. De repente, si tuviera que escribir algo de algún otro
legionario no me cabe duda que la persona elegida sería Nalbandián. De los que
quedan es el único que tiene material como para que valga la pena escribir un
libro.
Publicada originalmente en revista Quid, diciembre 2016.
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