Nando Varela Pagliaro
Después
de diez años, Fabián Casas vuelve a publicar una ficción. Lo hace con Titanes del coco, una novela en la que
se corre de su zona de confort y asume nuevos riesgos. En esta entrevista con
uno de los escritores más influyentes entre las nuevas generaciones, hablamos
de su nueva novela, pero también del periodismo, del paso del tiempo, del
reconocimiento literario y de sus próximos proyectos.
-Siempre decís que tratás de trabajar en
contra de tu voz personal. En ese sentido, ¿Titanes
del coco es tu libro que más se aleja del resto de tu obra?
-Durante
mucho tiempo yo pensaba que lo que estaba haciendo era un fracaso absoluto. De
hecho, los que me demuestran que el libro no fue un fracaso fueron los lectores.
Inclusive en Planeta pidieron un informe de lectura porque les resultaba muy
inquietante y pese a que la lectura fue negativa, apostaron a publicarlo como
estaba. La que hizo la lectura era alguien a quien le gustaban mis libros pero esta
novela no le gustó y hasta se enojó conmigo. Sin embargo, en esa lectura lo que
ella ponía como negativo era algo que a mí me gustaba, que tenía que ver con
cosas que no se entendían. De la editorial, lo que se me pedía era que fuera más conservador, que
volviera a lo que había hecho en mis libros anteriores pero eso para mí era
improductivo.
-Desde Los Lemmings a Titanes del
coco pasaron diez años, ¿cómo fue el proceso de escritura de la novela?
-Yo
tenía cuatro carpetas separadas, con la narración de los peruanos, la del
triping, la de Galarraga y la del diario. Esas cuatro carpetas las fui
escribiendo a lo largo de ocho años. A veces crecía más una, a veces otra,
hasta que en un momento me dije: “voy a unir todo”. Con eso lo que quería
lograr era que el lector se encontrara frente a una constelación. Cuando mirás
una constelación en el cielo, uno puede ver un oso y otro puede ver un perro.
Cada cual identifica lo que quiere. Trabajé mucho en la incerteza absoluta.
-Entonces, ¿primero no pensaste al libro
como una novela, sino como cuatro relatos separados?
-Los
pensé así, pero me di cuenta que por separado me resultaban insuficientes. En
cambio, si había una arquitectura que los iba uniendo, aunque no con una
pretensión de explicar todo, era mejor. Que todos esos relatos armaban una
constelación y si eso es una novela, entonces es eso. Pero yo no tengo la
pretensión de que se lea como una novela, me es indiferente de qué forma
quieren leerlo.
-Como le pasó a la lectora de la
editorial, ¿vos también creés que este es el libro en el que más traicionás a
los lectores que te siguen?
-Puede ser que los traicione,
pero también surgen otro tipo de lectores más intensos. El lector que viene a
buscar lo que yo escribía antes se va a sentir defraudado siempre. Lo que estoy
escribiendo ahora no tiene nada que ver con todo lo anterior. Esa es la única
forma en que puedo trabajar. No me gustaría ser como Los Redondos que fueron
escritos y cantados por su público. A mí me gusta el riesgo de pensar que no
existe el público.
-Me imagino que muchos, sobre todo en
las redacciones, leen el libro buscando quién es quién. ¿Tuviste algunas devoluciones
de esa gente?
-El otro día me paró un chico
que no conozco, que es periodista de Clarín y me dijo que en el diario lo están
leyendo todos para ver a quién encuentran. Muchos llegan al libro y piensan que
es una novela sobre periodistas, pero enseguida se sienten defraudados porque
esa novela se difumina y se metamorfosea en otro relato, en otras historias. No
es una novela que sucede y que termina adentro de un diario, ni es una novela
solo sobre periodistas.
-Hay una especie de subgénero de novelas
que transcurren en redacciones. Para hacer la tuya, ¿leíste algunas de esas
novelas?
-La
única novela que leí y que tuve en cuenta fue la del Turco Asís, que me parece
una de sus mejores novelas, pero yo era consciente de que no podía escribir
eso. Es una novela que está buenísima, pero siempre trabaja dentro de la
redacción. En mi caso, me siento muy esclavizado dentro de los géneros. Por eso
la novela rompe con eso.
-En todos tus libros siempre generás un
lenguaje propio, pienso en frases como “el palco de Maradona”, “el psicólogo
rubio” o ahora “titanes del coco”, ¿Qué es ser un titán del coco?
- Es muy difícil de
traducir. Un titán del coco no se sabe qué es, pero ahora hay amigos míos que
usan esa frase para referirse a alguien que te vuelve loco o que tiene un
cerebro muy fuerte y no se deja dominar. El origen del título viene de una
temporada que estuve con Mariano del Águila en Mar del Plata. Yo era el jefe
del operativo de Olé y Mariano era uno de los periodistas que trabajaba conmigo.
Cuando terminó la temporada, nos quedamos una semana más los dos solos en el Hotel
Dos Reyes. Éramos como esos japoneses que se quedaban porque no sabían que
había terminado la guerra. Como estaba todo pago por el diario, nos quedamos
adentro del hotel y dibujamos todas las paredes con una historieta que se
llamaba Los titanes del coco. Ese nombre lo anoté en una libreta y me quedó
para siempre.
-Me imagino que en las entrevistas que
venís dando es inevitable que termines hablando de periodismo. En tu caso, ¿el
periodismo siempre fue un modo de ganarte la vida o en algún momento fue tu
pasión?
-Fue
un modo de ganarme la vida haciendo algo que me gusta mucho que es escribir.
Nunca tuve una gran pasión como otros periodistas. De hecho, puedo dejar de
hacer periodismo y no siento que me afecta demasiado. Por ejemplo, ahora dejé
de hacer karate hace un año porque nació mi hijo Julián y ya no veo la hora de
volver. Si no lo hago me siento mal, empiezo a perder el ánimo, empiezo a ver
el mundo como un guiso espeso que hay que revolverlo con una cucharita; siento
lo que debe sentir el Chacho Coudet: que está todo arreglado. Con esto no
quiero decir que no me guste el periodismo. Todo lo contrario, me encantan las
revistas, me encanta leer los diarios, pero yo ontológicamente no sería un
periodista.
-Y después de haber pasado tantos años dentro
de una redacción; ahora que dejaste de trabajar en periodismo, ¿no hay nada que
extrañes?
-Extraño
tener paga la obra social.
-En serio. ¿No hay nada que extrañes? Me
refiero a tu etapa anterior a El Federal,
porque ahí ya estabas al frente de la revista y tal vez era muy poco lo que
escribías.
-Era
el director, pero escribía. Por ejemplo, entrevisté a Beatriz Sarlo, a Ricardo
Piglia y a muchos otros que para mí entraban dentro del marco de la revista. Igual,
nunca tuve una mirada romántica del periodismo. Por eso en el libro traté de
marcar el mundo del periodismo real, el que lucha contra la adecuación laboral,
contra los cierres de las empresas, ese es el periodismo que yo atravesé.
Robinson –uno de los personajes del libro- es el grado cero del periodismo, un
tipo que sueña hacer un diario sin periodistas.
-¿Pensás que Internet le hizo mal al
periodismo?
-Internet
tiene un montón de cosas que son increíbles como el blog de Il Corvino. Ahí el
flaco escribe cosas muy interesantes sobre periodismo y él es su propia agenda.
Si no existiera Internet, no tendríamos a Il Corvino. Por otro lado, hay muchos
escritores que suben sus cosas y enseguida tienen la sensación de que son
mirados. Eso debilita mucho tu escritura porque estás ansioso por publicar en
vez de estar preocupado por trabajar. La otra parte mala de Internet, en
realidad de las redes sociales, es que hay mucha gente que canaliza su
resentimiento, muchos que creen que el mundo les debe algo. Con esto no quiero
decir que estoy en contra de las redes sociales, simplemente me parece que
tenés que usarlas vos, no que te usen.
-Decías que hay muchos escritores que
están más ansiosos por publicar que por escribir. De esa búsqueda de
reconocimiento también habla bastante el protagonista de tu novela. En la
literatura, ¿creés que esas ansías por trascender son todavía mayores que en el
periodismo?
-Yo admiro mucho a la gente
que no tiene deseo de trascendencia social. Mi hermano Juan no lo tiene. Él es
fotógrafo, trabaja todos los días, a la noche llega a su casa y cocina con su
mujer, lava los platos, ve la tele, los domingos hace un asado en la casa de mi
papá. No está pendiente de si aparece su nombre en Google. Es como un verdadero
budista, como un actor del teatro noh japonés: está siempre iluminado.
Volviendo a tu pregunta, el deseo de trascendencia te vuelve esclavo, pero yo
creo que lo tienen tanto los periodistas como los escritores. Lanata, como es
un esclavo, lo que más debe estar pensando ahora es que él hundió a Scioli con
lo que le hizo a Aníbal Fernández. Le interesa más eso que lo que realmente
pueda pasar en el país.
-En el libro decís que en las fiestas se
perdió lo espontáneo. En la literatura, ¿también pasa lo mismo? ¿Todo es
demasiado pensado y ya casi no hay lugar para lo espontáneo?
-Hay
gente a la que le pasa, son los que te das cuenta que escriben para ser traducidos,
para conseguir un agente. A mí todo eso me parece muy improductivo.
-¿No te interesan esas cosas?
-Me
interesa que me traduzcan y me publiquen porque es más guita para mí y para mis
hijos, pero no pienso en eso cuando escribo. A mí me dieron el premio Konex y
al que me llamó le pregunté cuánta guita era; cuando me dijo que nada, le dije
que no me interesaba. El tipo me decía: pero te da prestigio. Qué me importa el
prestigio, ya tengo cincuenta años, estoy a punto de morir, si vos me querés
apoyar, dame guita.
-¿Tanto te pesa la edad, realmente te
pensás tan cerca de morir?
-Cuando
estoy bien para mí la vida es pura
impermanencia y eso me vuelve invencible. Pero cuando estoy mal, eso vuelve
como enfermedad y me abruma. Me convierte en un esclavo. El esclavo es el que
piensa en la muerte.
-¿Y vos te considerás un esclavo?
- Yo soy un esclavo casi el sesenta por ciento
de mi tiempo y lucho para detener a ese esclavo. Esa es una de las grandes
batallas mentales que tengo. Como dice Joaquín Giannuzzi “un individuo seco,
tabacoso y argentino, procurando instalar una fe en algún retroceso de su
batalla mental”. Eso es lo que soy. Todo lo que digo es a partir de la
experiencia de ser esclavo, no de ser libre. Encuentro momentos de libertad,
hago una lucha de ir hacia eso.
-Siempre decís que como no tenés
imaginación, trabajás con lo que tenés a mano. Teniendo en cuenta eso, ¿es
posible que tus próximos libros sean sobre la paternidad?
-Por ahora no. Lo que estoy escribiendo
en este momento es una novela que se llama El
parche caliente, que en realidad tiene que ver con el guión que escribí de
la película de Lisandro Alonso.
-Leí
que también estás por publicar tus diarios, ¿puede ser?
-Sí, son tres cuadernos que escribí
durante los años ´90 y que habían quedado en la casa de Diego Bianchi, un amigo
pintor. Esos cuadernos Diego se los regaló a Cucurto y él me dijo que los
quería publicar. Yo le dije que sí, así que van a salir por Eloísa Cartonera en
una caja con tres tomos. En esos diarios yo registro algunas cosas que hacía,
que pensaba y hasta los medicamentos que tomaba. Nunca lo escribí pensando en
que iba a ser publicado.
-Esto de llevar un registro diario es
algo bastante común en muchos escritores. Hace un tiempo lo entrevisté a Martín
Kohan y me acuerdo que él me decía que para sentir que su día fue productivo
tenía que al menos leer y escribir una cierta cantidad de hojas. En tu caso
¿cuándo considerás que tuviste un día productivo?
Publicada originalmente en la revista Quid, enero 2016.
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