Nando Varela Pagliaro
Carlos
Gamerro acaba de publicar Facundo o
Martín Fierro. Los libros que inventaron la Argentina. En este polémico
ensayo el autor de Las Islas retoma
una disyuntiva que planteó Borges en los
´70: ¿qué habría pasado si en vez de elegir el Martín Fierro como nuestro libro nacional hubiéramos elegido el Facundo? ¿Seríamos una sociedad
distinta? Para responder a estos interrogantes analiza casi dos siglos de
literatura. Desde Esteban Echeverría y los grandes textos políticos del siglo
XIX, hasta casi la actualidad.
-¿Un libro puede tener tanta incidencia en el
destino de una nación como planteaba Borges?
-Lo
planteo un poco como un juego y por eso digo “hagamos de cuenta que los libros
tienen esta influencia”. Como toda hipótesis que te saca de los lugares
habituales de pensamiento, la de Borges vale la pena tomarla en serio. Siempre
la idea que uno maneja es que la realidad ya está constituida y las obras
artísticas de alguna manera la reflejan. Me parece interesante ver qué pasa si
en realidad es al revés, si son las creaciones las que se anticipan a la
realidad: cómo y de qué manera operan sobre nuestra imaginación para
conformarnos. Si uno lo piensa en períodos más vastos, no era una idea tan
extraña. Para los griegos, lo que los definía como griegos era su lenguaje y su
lenguaje estaba plasmado en dos obras: La Ilíada y La Odisea. Leer esos poemas
e identificarse con ellos era ser griego.
- Y en nuestro caso, ¿cuáles son las
consecuencias de haber elegido el Martín Fierro?
-Indudablemente
el Martín Fierro tiene un peso importante, pero por algo Borges plantea esta
dicotomía: el Martín Fierro o el Facundo. No lo puede hacer con cualquier
otro libro del siglo XIX, el Facundo
también tiene un peso constitutivo muy grande. Esta frase que Borges dice por
primera vez en los ´70, era una forma de aludir elíptica, pero claramente al
peronismo. El Martín Fierro de alguna
manera habría legitimado el polo de la barbarie, que él identificaba con las
montoneras y con Rosas en el siglo XIX y después con el peronismo. Hay muchos
elementos de nuestro modo de ser que se pueden rastrear en el Martín Fierro y pensando en el libro no
solo como un retrato, sino también como un poema que nos constituye. Hay muchas
cosas del libro que podemos pensar desde nuestros días: la idea de que la
amistad y las relaciones personales están por encima de las relaciones del
individuo con el Estado.
El
corazón ideológico del Martín Fierro
es cuando Cruz se da vuelta y se pone a
pelear junto a Fierro contra sus propios hombres. Un francés o un alemán jamás
entenderían lo que hizo. Acá no solo lo aceptamos, además nos parece lógico. Hay
una tradición de lo ilegal no vista como lo negativo, sino como una respuesta a
un valor más alto, que en este caso serían las relaciones personales.
Borges,
en Nuestro pobre individualismo, dice
que las películas de Hollywood plantean el caso de un periodista que se hace
amigo de un criminal para entregarlo a la policía. Para nosotros ese “héroe” es
un incomprensible canalla, no dice un infame canalla. No es solo que no lo
podemos valorar, además no lo entendemos.
-Si miramos el contexto actual, ¿no ha influido
más el modelo de Sarmiento con esta idea de que sólo hay dos polos
contrapuestos?
- Sarmiento
triunfa como creador de dicotomías. Para él todo conflicto se da a la manera de
una guerra. Hay dos bandos, en cada uno hay individuos distintos y el
enfrentamiento es a muerte. Hay que derrotar al otro para fundar una sociedad
ordenada y sin conflictos. No hay planteos de conciliación, ni de superación
dialéctica. Si vos pensás en cualquier sociedad con sus divisiones, tomo el
ejemplo de Estados Unidos porque es más fácil, tenés por un lado una divisoria
racial y por otro, una divisoria religiosa. Nunca coinciden una y otra. Es muy
difícil organizar una sociedad para que no tengas personajes que estén de los
dos lados. Sarmiento lo que busca es que todo coincida en una divisoria, por
eso en su último libro termina reduciendo todo al eje indio-blanco. Indio malo,
blanco bueno.
De todos
modos, es difícil determinar quién ganó entre un libro y otro porque en esta
dicotomía Sarmiento claramente se pone en uno de los lados. Él está en el polo
de los blancos, la civilización europeísta y la cultura letrada, el otro polo
para él es todo negativo. En cambio, José Hernández ocupa los dos espacios. Por
un lado plantea la reivindicación del gaucho y el mundo rural, pero por otro,
sobre todo en la vuelta, dice que ese
gaucho debe integrarse a la ley del Estado y a los dictámenes de la cultura
letrada. Al gaucho lo dejaría en un lugar intermedio, entre lo blanco y lo
indio y prefiere hacer una distinción religiosa y dice que el indio es el
infiel y el gaucho es cristiano. Además, el Martín
Fierro es un texto que está dividido contra sí mismo. Hay un enfrentamiento
claro entre la ida, que tal vez sería
el momento bárbaro y la vuelta, que
es casi sarmientino. Tal vez la única diferencia fundamental es que para
Sarmiento hay que aniquilar tanto a gauchos como indios y para Hernández a los
indios sí, pero a los gauchos no.
-Esa mirada europeizante de Sarmiento, ¿sigue
pesando en la sociedad actual o algo cambió a partir del reconocimiento de los
pueblos originarios y otras medidas de estos últimos años? ¿Sigue habiendo
racismo?
-El
racismo de Sarmiento es tan descarado que asombra leerlo. Durante el siglo XIX,
la idea de la superioridad de unas razas sobre otras era una idea de sentido
común. Había que justificar el hecho de que se les quitara las tierras y los
derechos y se los aniquilara.
Después,
hacia mediados del siglo XX, probablemente por la crisis de los discursos
racistas europeos, se abandona el discurso racista, pero siguen las prácticas
cotidianas del racismo. El racismo declarado es reemplazado por una especie de
racismo soterrado que tal vez se dice en ámbitos más privados, pero se ponen en
la práctica en un montón de manifestaciones cotidianamente. Eso creo que llega
hasta hoy.
-En tu ensayo hablás de la posibilidad de
escribir un libro que cambie las reglas del juego y engendre una realidad
distinta a la que engendraron el Martín
Fierro y el Facundo, ¿cuán viable
es eso? ¿Sigue habiendo espacio para las grandes obras o las grandes obras
siempre hay que buscarlas en el pasado?
-Lo que
pasa es que estos libros aparecen cuando se está fundando un país y hay un
montón de caminos abiertos. Tal vez el espacio para que aparezcan este tipo de
obras depende de los grandes cataclismos que cada tanto suceden en las
sociedades. Algo de eso creo que pasa con la guerra de Malvinas. Por eso el
discurso alfonsinista de la primera época tiene esa retórica tan fundacional.
Ahora si pensamos en el siglo XX, creo que Borges ocupa un lugar parecido.
-¿Su obra ha influido tanto en nuestra
sociedad o Borges sigue siendo un escritor que circula sobre todo entre
escritores y lectores muy cultos?
-La
influencia de los libros no creo que sea algo que funciona solo en la vía
directa. Como dice el lema de la Feria del Libro: del autor al lector. Hace
tres años estaba en un congreso de escritores en Edimburgo y el tema en
discusión era cómo llegar a los lectores. Me acuerdo de que estaban todos enojadísimos
con Cincuenta sombras de Grey y
denostaban al Ulises de Joyce. Yo les
decía que no piensen solo en la influencia directa, sino en ese libro leído por
escritores, periodistas, políticos, cineastas, artistas, que a su vez luego
generan otros libros u otras obras. Si lo pensás así, ¿quién influyó más Cincuenta sobras de Grey o el Ulises? No hay que pensar en los números
de ventas. Borges, creo que también funciona así. No todos leyeron a Borges,
pero sí todos leyeron a alguien que leyó a alguien que leyó a Borges. Eso es
empíricamente imposible de medir, pero mi sensación es que a Borges lo ves por
todos lados. Hasta cuando no está siendo citado. Siempre digo que cuando
escribo ensayos, mi método es escribir así como sale y cuando corrijo tacho las
citas de Borges. Incluso, el último tercio del libro que es sobre los libros
que Borges no leyó, ya sé que, dentro de mis posibilidades, los estoy leyendo como
los hubiera leído él.
-En el comienzo del libro decís “hagamos como
si la literatura fuera lo más importante”, en verdad, ¿hoy qué lugar ocupa la
literatura y los escritores en la sociedad?
-Es un
lugar más oculto, no sé si menos importante. Tanto por recuerdos de infancia
como por investigaciones que hecho por mis novelas, leyendo las revistas de actualidad
aparecían los reportajes a Borges, a Bioy Casares, a Cortázar, etc. Las
opiniones políticas de Borges se publicaban todo el tiempo. Hoy no se ve nada
equivalente. De hecho, todas las personas reconocían a estos escritores por la
calle, como podrían reconocer un actor de telenovela. Hoy los escritores más
conocidos que podrían ser Piglia o Aira, para gran parte de la población no son
conocidos ni los nombres, ni las caras, ni nada. Me parece que tampoco hay por
parte del Estado un intento de captar a los intelectuales.
-¿No hubo un cambio al respecto, durante el
gobierno kirchnerista? Pienso en Carta Abierta, por ejemplo.
- Tal vez
hubo un poco más. Pero creo que en ese caso fue más un movimiento de
intelectuales que trataron de acercarse al gobierno, que el gobierno de
acercarse a ellos. El peronismo nunca fue especialmente hostil a los
escritores, sino más bien fue indiferente. Les decía: “no los necesitamos”. En
este sentido de la literatura de crear identidad, el peronismo funcionó como la
literatura.
-En uno de los ensayos citás a Walsh cuando
decía que hasta el peronismo “nuestros políticos llevaban un tintero en el
chaleco”. ¿La pérdida del lugar que tuvo el escritor en la sociedad habría que
buscarla en el peronismo?
-Yo creo
que sí, pero no porque prefieran las alpargatas a los libros, sino porque de
alguna manera el peronismo crea una literatura y una mitología sin necesidad de
recurrir a los escritores. En los ´70 se ve como todos los escritores e
intelectuales se acercan al peronismo revolucionario con una especie de
voluntad casi cristiana de anularse como escritores e intelectuales para
vincularse al pueblo. Lo que sobre todo cambió ahora y veo como algo negativo,
y me gustaría que mi libro ayude a revertirlo aunque sea un poco, es que ya no se
recurre a la literatura para pensar el país. En estas mesas de actualidad donde
la gente va a leer qué está pasando o qué va a pasar, hay siempre o periodistas
o historiadores o sociólogos. Si se trata de cuestiones individuales, entonces
son psicólogos. Pero la idea de intervenir en política con un texto literario
hoy es impensable. ¿Qué escritor piensa hoy en realizar una intervención de
esta clase desde la literatura? Para hablar de toda la coyuntura política, ¿a
cuántos escritores entrevistan?
-Si se entrevista, se entrevista a los mismos
dos o tres, pero tal vez además de ser escritores, ya ocupan un lugar más de
personajes. Pienso en Jorge Asís, por ejemplo.
-De hecho
cuando se convierte en personaje mediático deja de ser escritor de alguna
manera. En esto que te digo, creo que sí hay una pérdida. Yo cada vez que
quiero entender un país, empiezo a leer las novelas de ese país.
-Y de esa equivalencia entre saber y poder de
la que hablaba Sarmiento, ¿cuánta culpa hay en los escritores para que el saber
hoy no sea uno de los valores más importantes?
-Puede
ser que los escritores tengamos parte de culpa porque nos acostumbramos a esta
circulación reducida. Aún así, la literatura sigue circulando en ámbitos más
chicos, con menos lectores, pero no se puede dejar de reconocer que a pesar de
todo, las ideas igual trascienden.
-En este contexto, ¿la crítica qué lugar
ocupa?
-Yo trato
de escribir una crítica que por lo menos potencialmente pueda llegar a
cualquier lector culto. Con un lector culto me refiero a un lector que esté
interesado en el tema. Hay un discurso académico que es muy cerrado y no se
preocupa por llegar a un público amplio. Algo que en otras disciplinas se
resolvió con una especie de división. En historia por ejemplo tenés a los
historiadores y a los divulgadores. En ciencia pasa lo mismo, en cambio en la
crítica literaria esa división no está y está bien que no exista. Pero el
peligro es que la crítica literaria académica deja a un montón de gente
interesada en la literatura afuera. En cuanto al rol que cumple la crítica, por
ejemplo en este libro para ver los efectos que los textos tuvieron sobre su
época y los momentos posteriores, una de las maneras más fuertes para medir eso
es ver qué lecturas generaron. Esas lecturas no son solo un registro del efecto
del texto, sino que están produciendo el efecto del texto. Cuando el Martín Fierro se convierte en un texto
de la élites y que de alguna manera le pone una barrera identitaria a los
inmigrantes, no es el Martín Fierro
el que hace eso, es el Martín Fierro
leído por Lugones.
Publicada originalmente en la Revista Quid, enero 2016.
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