lunes, 13 de abril de 2015

Entrevista a Marcelo Birmajer: “No pretendo que se me tenga que decodificar”


Nando Varela Pagliaro

Marcelo Birmajer  es uno de los escritores más prolíficos de su generación. Desde Un crimen secundario (1992), lleva casi treinta libros publicados y más de once traducciones a distintos idiomas. Apenas entro en su estudio en la calle Valentín Gómez, muy cerca del Mercado del Abasto, me muestra una edición de sus Historias de hombres casados en búlgaro y otra en coreano.Luego se sienta en la misma silla que usa para escribir  y me pide que arranquemos, que ya está listo para hablar de Las nieves del tiempo, la novela policial que acaba de publicar por Editorial Sudamericana.

-Después de Un crimen secundario abandonaste el género policial durante casi veinte años, ¿qué fue lo que te hizo abandonarlo primero y retomarlo ahora ?

-A diferencia de las personas, los géneros no se abandonan. A mí me causa gracia cuando los actores o los escritores dicen que van a abandonar la profesión. ¿Para qué lo avisan? Yo no conozco a nadie que haya dicho “abandono la profesión” y lo haya cumplido. En realidad quieren volver de otra manera. Yo nunca anuncié que abandonaba el policial y en la literatura el tiempo no existe. Pasaron veinte años como los podemos contar los humanos, pero nunca lo abandoné, no lo frecuenté que no es lo mismo.

-¿Como lector sí frecuentabas el género?

- En forma permanente. Nunca he dejado de leer policiales y en muchos de los cuentos que escribo en Clarín, el policial aparece como recurso, aunque no haya ni una víctima ni un detective. Sí hay un enigma, alguien que trata de resolverlo y alguien que quiere impedir que se resuelva. Por lo tanto, sigo usando los recursos del policial pero sin sangre.

-Y como lector, ¿estás al tanto de los policiales que se publican en el país?

-Siempre, porque mis amigos Pablo De Santis, Juan Sasturain y Guillermo Martínez son escritores de policiales. Los libros de ellos, además de que me gustan, los tengo que leer. Hace ya más de veinticinco años que nos leemos mutuamente.

-Entonces, vos con todo lo que publicás, les da mucho más trabajo.

-Sí, es verdad, debo ser el que más publica. Lo cual no habla especialmente bien de mí, es un azar. Me refiero a que publicar mucho o poco no habla de la calidad del libro. Está el que publica un solo libro y no sirve para nada y lo tenés a Simenon, que publicó tal vez trescientos libros y siempre mantuvo una calidad reconocida por la mayoría de sus lectores o lo tenés a Salinger, que sólo publicó cuatro libros y tres de ellos son extraordinarios.

-La manera en que está escrita Las nieves del tiempo es muy cinematográfica, ¿eso es algo buscado ?

-No, no es buscado. Yo todos los años siempre escribo algún proyecto para cine y estoy permanentemente trabajando en proyectos visuales, por lo que el modo narrativo audiovisual ya está muy incorporado en mí. No es algo deliberado, sale. Desde Un crimen secundario escribo así.

-Cuando te preguntan por tus referencias, siempre nombrás a Bioy Casares, ¿creés que es el gran opacado de nuestra literatura?

-No, Bioy tiene un lugar importante. Por ahí no es tan leído como mencionado. Si lo decís por la figura de Borges, tampoco lo creo. En el mundo la estupidez es como el agua, es un setenta por ciento. Cuando uno no logra encontrar a un autor tan extraordinario como Bioy, no es que haya que hacer algún movimiento, porque la estupidez humana no tiene cura. No podés dedicar tu tiempo a remediarla.

-¿De dónde surge la comparación de tu escritura con la de Woody Allen? ¿Qué encontrás de él en vos?

-Eso salió en el New York Times y la verdad que es una muy buena propaganda. Con Woody Allen entre otras cosas me une lo del humor judío de autorreferencia, de autocrítica, la inseguridad, las dudas, la incapacidad para ejercer la violencia, el desprecio por las apariencias y el interés por el amor como motor básico de cualquier historia. 

- Fogwill tenía una especie de slogan- aforismo que decía “Escribo para no ser escrito”. Leí uno tuyo que dice: “No escribo lo que siento, sino lo que invento” ¿Eso tiene que ver con una imposibilidad o con una elección?

-Mi aforismo es mucho más entendible que el de Fogwill; eso es lo primero que quiero señalar. En cuanto a lo otro, tiene que ver con que yo soy un profesional. No me despierto y escribo lo que se me pasa por la cabeza. Busco comunicarme de un modo claro y consensuado con el lector. No pretendo que se me tenga que decodificar. Si uno se guiara por sus sentimientos, habría muchas expresiones que sólo serían comprendidas por un círculo íntimo o incluso por uno mismo solamente. Para mí esas sensaciones, esos mensajes ininteligibles de mi corazón, tienen que ser pasteurizados por mi razón para lograr el impacto en el lector. Por eso no escribo lo que siento, escribo lo que invento a partir de lo que siento. Y muchas veces ni siquiera está en relación con lo que siento. Es lo que me va a servir para hacerte reír o hacerte llorar sin que esas sean ni mis reflexiones, ni mis sensaciones en la vida real.
  
-Alguna vez dijiste que tu lector es una persona que puede escuchar que le cuentan una historia desde el principio hasta el final sin mirar el celular. ¿Cómo influye la tecnología en la literatura?

-No influye en nada. Al infeliz, en el sentido no de estupidez sino de infelicidad, que no puede leer un libro durante un año, estoy seguro de que le pasaba lo mismo antes de tener el celular. Yo soy profundamente infeliz, pero puedo leer y ese es uno de mis consuelos. El celular viene a ocupar un tiempo que ya estaba muerto, no lo genera; se ocupa un tiempo vacuo. Si el celular estuviera ocupando esa inteligencia, la veríamos en Twitter o en Facebook y los mensajes tendrían una buena ortografía. Sin embargo, vemos que expresan el pensamiento iletrado de una enorme cantidad de personas. Simplemente nos permiten saber que el setenta por ciento del mundo sigue siendo una estupidez.

-Paul McCartney siempre dice que la mejor canción es la que todavía no hizo. En tu caso, ¿sos de los que creen que todavía el mejor libro no lo escribiste o lo mejor tuyo ya habría que buscarlo entre lo publicado?

-Lo creo de Paul McCartney, no lo creo de mí. Yo pienso que ya debo haber escrito mis mejores libros. Ahora lo importante es resistir.

-¿No tenés ni siquiera la esperanza de que puedas escribir algo mejor?

-No, no tengo ninguna esperanza, pero estoy muy contento con lo que escribí. No creo que pueda venir algo mucho mejor de lo que ya escribí. No me titules con eso por favor.

-En materia política y social, tus opiniones suelen ser muy controvertidas. En una nota reciente dijiste que “entre los intelectuales hay un gran desprecio por la clase media”, ¿por qué sostenés eso?

-El intelectual tiene cierta adoración por la clase obrera y los pobres a los que no conoce; envidia silenciosa por la clase alta y desprecio por sí mismo, por la clase media que es la que mayormente habita. Hay un elemento del auto-odio que comparten ciertos grupos humanos: la clase media, los jóvenes y los judíos de izquierda. Esos tres grupos tienen una recurrencia por el auto-odio. Fijate que en Mayo del ’68 los jóvenes estudiantes enarbolaban carteles de Mao Tse Tung, que perseguía a los estudiantes y a los homosexuales; enarbolaban banderas de Fidel Castro, que no permitía que los estudiantes salieran del país y despreciaban la democracia francesa, que les permitía vivir en un estado de bienestar, tener libertad de expresión y salir libremente del país. Ahí tenés un caso patente de auto-odio.

-En esa misma nota decías que los intelectuales suelen defender esas posturas ideológicas, pero no serían capaces de vivir bajo ninguno de los regímenes que defienden.

-  De hecho, cuando en los años setenta tantos intelectuales de izquierda latinoamericanos se vieron obligados al exilio, el noventa por ciento eligió los países de las democracias occidentales. Menos de un diez por ciento eligió los países detrás de la cortina de hierro.

-Durante poco más de dos años fuiste el guionista de Periodismo para todos, el polémico programa de Jorge Lanata, ¿cómo fue trabajar con él?

-Muy estimulante, muy adrenalínico y muy productivo.

-No fue lo primero que hiciste en televisión. Antes ya habías trabajado con Fabián Polosecki.

-Eso fue un trabajo mucho mejor, más perdurable y más trascendente. Hicimos un programa que se llamó Del otro lado y creo que va a quedar mucho más en la memoria de los argentinos.

-Si tuvieras que hablar de diferencias entre la forma de trabajar de Lanata y de Polosecki, ¿qué dirías?

-No encuentro una manera de compararlos. Sí puedo decir que trabajar con Lanata era estar permanentemente atento a la realidad, una realidad efímera, que cuando lleguen las elecciones del 2015 se comienza a olvidar inmediatamente. Del mismo modo que los best sellers de política duran un par de años, los productos de Lanata también tienen esa durabilidad. El trabajo con Polo es algo como la literatura, como el cine; son programas que van a durar mientras dure la Argentina.

-El hecho de tener cierta exposición, sobre todo a partir de trabajar con Lanata,  ¿te juega en contra a la hora de valorar tu propia literatura?

-Creo que siempre fui muy maltratado por la academia, por los círculos intelectuales estructuralistas y obviamente por la izquierda porque yo soy conservador y me gusta la democracia, el libre mercado, la libertad de expresión, la libre circulación. Entonces, todo eso va en directa contradicción con el pensamiento de la mayoría de los intelectuales. De modo que nunca fui simpático para esos opinólogos. No creo que trabajar con Lanata haya incidido demasiado en sus opiniones, simplemente las confirmaron. No creo que me haya perjudicado en lo que hace al público, sí me perjudicó con respecto al gobierno. Yo hasta el año 2011 siempre trabajé como freelance en algún emprendimiento de la Secretaria de Cultura de cualquier gobierno democrático desde el ‘89 para acá. A partir de trabajar con Lanata toda vinculación con algún órgano estatal me fue suprimida. Se me dijo que descontaban mis servicios. Cosas que tenía acordadas y firmadas, las anularon y nunca más me llamaron para nada.

-De esto hablás en Libro de emergencia, tu libro de ensayos de coyuntura política. Ahí además decís que en la era K la libertad de expresión se encuentra amenazada. ¿Al ver Periodismo para todos se ve todo lo contrario?

-Lo que yo digo es que no hay nada que no se pueda decir, pero no hay nada por lo que no sufras represalias. La libertad de expresión no se limita a que puedas decir lo que querés, tiene que incluir no sufrir represalias por decir lo que querés y yo he sufrido represalias directas del gobierno. A mí me habían contratado para dar seis charlas en Santa Cruz y por dar mi opinión en el diario Clarín, me llamaron y me dijeron “prescindimos de tus servicios”. Eso es sufrir represalias por decir lo que querés.

 -Tanto en tu trabajo como guionista con Lanata, como en tu narrativa, el humor es uno de tus principales recursos literarios, ¿Es más fácil o más difícil hacer humor a partir de la realidad o de la ficción?

-Para mí es mucho más difícil hacer humor con la realidad. Yo prefiero inventar el marco en el cual me voy a reír. Hacer humor con políticos, con personajes del momento, siempre tiene el pecado de lo efímero y eso no estimula mi capacidad creativa.

-¿Tenés algún límite en cuanto al humor en la literatura y sobre todo en el humor político?

-Yo puedo hablar de mí límite. Cuando vos trabajás con otras personas, vos podés ver el límite donde ya tu nombre no figura más. Ese límite en ningún momento sentí que fue atravesado. No sentí que debía renunciar por algo que se había dicho. Sí puedo admitir que en algún momento mi desprendimiento del proyecto fue para cubrirme de que eso no ocurra nunca. En lo que escribo, invariablemente mi límite es no hacer daño. Si siento que algo que estoy escribiendo puede dañar personalmente a alguien, no lo escribo.

-¿Tuvo que ver con eso entonces tu alejamiento, veías que ya la línea editorial y humorística del programa de Lanata no te cerraba?

-La verdad fueron una serie de motivos, pero tuvo que ver principalmente con que mi humor se fue separando más del humor que quería Lanata. El tipo de humor que yo escribía, que en 2012 y 2013 había sido muy celebrado por él, al punto de mencionarme personalmente en el medio del programa, cosa que no hizo con los demás guionistas, últimamente se iba separando cada vez más del humor que él requería. Él quería un humor más agresivo, entonces al final sólo quedaba mi nombre, pero no la mayoría de mi material, por eso preferí apartarme. 

-Hablando de la década del setenta dijiste que “si no fuera por la muerte, que la vuelve trágica, la década del 70 se limitaría a ser ridícula, y el ridículo es un elemento muy atractivo para cualquier escritor” ¿cómo ves la década kirchnerista en materia narrativa?

-Muy buena para hacer un policial y un thriller, pero todavía no me puedo reír. Creo que ha sido una década mediocre, con la mediocridad de la Europa del Este posterior a Stalin, pero antes de la democracia. Si tengo que hablar de un clima de esta década, para mí ese clima es aburrido y opresivo; es algo desagradable. Así que hay poco de qué reírse y mucho de qué aburrirse.

-El periodismo, de algún modo, te obligó a estar siempre en contacto con la realidad. ¿La abandonarías para dedicarte sólo a tu literatura o a esta altura ya es otra de tus pasiones?

-El periodismo en mí es un oficio, no una pasión. No sé si es una vocación, pero definitivamente no es una pasión. Sin embargo, mi columna en Clarín es algo que me apasiona, es mi vocación y es uno de los trabajos que más disfruto, pero se llama “Se me hace cuento”.

-¿Encontrás literatura en el periodismo o son dos cosas muy distintas?

-Muy poca. Lo que hago en Clarín sí es literatura, pero el día sábado no hay ningún otro que escriba literatura. La verdad no encuentro literatura en el periodismo.

-¿Ni siquiera en la crónica? Pienso por ejemplo en Leila Guerriero o Josefina Licitra.

-No me gustan las crónicas de Leila Guerriero. Nunca me gustaron y no lo puedo controlar. En Non-fiction por ejemplo, me gusta mucho Galimberti de Larraquy y Caballero. Ese es uno de mis libros favoritos y fijate que con Caballero estoy en las antípodas políticas.

-El tema de volver el tiempo atrás y modificar lo que uno hizo es una de tus obsesiones literarias. Si realmente eso se pudiera hacer ¿qué cambiarías?

-El ochenta por ciento de mi vida.

-¿A nivel literario también?

-Sí, todo. Tal vez la mayoría de los libros los volvería a publicar, pero habría algunos que sacaría. Lo que sí sé es que haría todo distinto. Yo siempre que escucho a la gente que dice “yo no me arrepiento de nada”, son mi antítesis, yo hice todo mal. Haría todo de nuevo.

-¿En serio sentís eso?

-Sí. En todos los aspectos de mi vida siento que me equivoqué.

-¿Tampoco estás conforme con el escritor que sos?

-Con el escritor que soy estoy muy conforme. Es una de las cosas que más me conforma, pero definitivamente manejaría mi carrera de otra manera, invertiría la plata de otra manera. No sé decirte exactamente qué hubiera hecho en vez, pero sí sé que hay muchas cosas que no las hubiera hecho como las hice. De todos modos, la escritura es el lugar en el que más conforme estoy con lo que hice, aún sin estar conforme.

-Tenés una relación muy especial con la plata. Algo que tal vez no es común entre los escritores.

-Yo no, yo quiero dinero todo el tiempo.

-¿La literatura puede ser el camino para hacer dinero?


-La literatura definitivamente no es el camino, pero no me resigno porque no sé hacer otra cosa. 

Publicada originalmente en la Revista Quid de las librerías Yenny y El Ateneo. Abril, 2015.

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