Nando Varela Pagliaro
Marcelo
Birmajer es uno de los escritores más
prolíficos de su generación. Desde Un
crimen secundario (1992), lleva casi treinta libros publicados y más de
once traducciones a distintos idiomas. Apenas entro en su estudio en la calle Valentín
Gómez, muy cerca del Mercado del Abasto, me muestra una edición de sus Historias de hombres casados en búlgaro
y otra en coreano.Luego se sienta en la misma silla que usa
para escribir y me pide que arranquemos,
que ya está listo para hablar de Las
nieves del tiempo, la novela policial que acaba de publicar por Editorial
Sudamericana.
-Después de Un
crimen secundario abandonaste el género policial durante casi veinte años,
¿qué fue lo que te hizo abandonarlo primero y retomarlo ahora ?
-A diferencia de las
personas, los géneros no se abandonan. A mí me causa gracia cuando los actores
o los escritores dicen que van a abandonar la profesión. ¿Para qué lo avisan?
Yo no conozco a nadie que haya dicho “abandono la profesión” y lo haya
cumplido. En realidad quieren volver de otra manera. Yo nunca anuncié que
abandonaba el policial y en la literatura el tiempo no existe. Pasaron veinte
años como los podemos contar los humanos, pero nunca lo abandoné, no lo
frecuenté que no es lo mismo.
-¿Como lector sí frecuentabas el género?
- En forma
permanente. Nunca he dejado de leer policiales y en muchos de los cuentos que
escribo en Clarín, el policial aparece como recurso, aunque no haya ni una
víctima ni un detective. Sí hay un enigma, alguien que trata de resolverlo y
alguien que quiere impedir que se resuelva. Por lo tanto, sigo usando los
recursos del policial pero sin sangre.
-Y como lector, ¿estás al tanto de los policiales que se
publican en el país?
-Siempre, porque mis
amigos Pablo De Santis, Juan Sasturain y Guillermo Martínez son escritores de
policiales. Los libros de ellos, además de que me gustan, los tengo que leer.
Hace ya más de veinticinco años que nos leemos mutuamente.
-Entonces, vos con todo lo que publicás, les da mucho más
trabajo.
-Sí, es verdad, debo
ser el que más publica. Lo cual no habla especialmente bien de mí, es un azar.
Me refiero a que publicar mucho o poco no habla de la calidad del libro. Está
el que publica un solo libro y no sirve para nada y lo tenés a Simenon, que
publicó tal vez trescientos libros y siempre mantuvo una calidad reconocida por
la mayoría de sus lectores o lo tenés a Salinger, que sólo publicó cuatro
libros y tres de ellos son extraordinarios.
-La manera en que está escrita Las nieves del tiempo es muy cinematográfica, ¿eso es algo buscado ?
-No, no es buscado.
Yo todos los años siempre escribo algún proyecto para cine y estoy
permanentemente trabajando en proyectos visuales, por lo que el modo narrativo
audiovisual ya está muy incorporado en mí. No es algo deliberado, sale. Desde Un crimen secundario escribo así.
-Cuando te preguntan por tus referencias, siempre nombrás
a Bioy Casares, ¿creés que es el gran opacado de nuestra literatura?
-No, Bioy tiene un
lugar importante. Por ahí no es tan leído como mencionado. Si lo decís por la
figura de Borges, tampoco lo creo. En el mundo la estupidez es como el agua, es
un setenta por ciento. Cuando uno no logra encontrar a un autor tan
extraordinario como Bioy, no es que haya que hacer algún movimiento, porque la
estupidez humana no tiene cura. No podés dedicar tu tiempo a remediarla.
-¿De dónde surge la
comparación de tu escritura con la de Woody Allen? ¿Qué encontrás de él en vos?
-Eso
salió en el New York Times y la verdad que es una muy buena propaganda. Con
Woody Allen entre otras cosas me une lo del humor judío de autorreferencia, de
autocrítica, la inseguridad, las dudas, la incapacidad para ejercer la
violencia, el desprecio por las apariencias y el interés por el amor como motor
básico de cualquier historia.
- Fogwill tenía una especie de slogan- aforismo que decía
“Escribo para no ser escrito”. Leí uno tuyo que dice: “No escribo lo que
siento, sino lo que invento” ¿Eso tiene que ver con una imposibilidad o con una
elección?
-Mi aforismo es mucho
más entendible que el de Fogwill; eso es lo primero que quiero señalar. En
cuanto a lo otro, tiene que ver con que yo soy un profesional. No me despierto
y escribo lo que se me pasa por la cabeza. Busco comunicarme de un modo claro y
consensuado con el lector. No pretendo que se me tenga que decodificar. Si uno
se guiara por sus sentimientos, habría muchas expresiones que sólo serían
comprendidas por un círculo íntimo o incluso por uno mismo solamente. Para mí
esas sensaciones, esos mensajes ininteligibles de mi corazón, tienen que ser
pasteurizados por mi razón para lograr el impacto en el lector. Por eso no
escribo lo que siento, escribo lo que invento a partir de lo que siento. Y
muchas veces ni siquiera está en relación con lo que siento. Es lo que me va a
servir para hacerte reír o hacerte llorar sin que esas sean ni mis reflexiones,
ni mis sensaciones en la vida real.
-Alguna vez dijiste que tu lector es una persona que
puede escuchar que le cuentan una historia desde el principio hasta el final
sin mirar el celular. ¿Cómo influye la tecnología en la literatura?
-No influye en nada.
Al infeliz, en el sentido no de estupidez sino de infelicidad, que no puede
leer un libro durante un año, estoy seguro de que le pasaba lo mismo antes de
tener el celular. Yo soy profundamente infeliz, pero puedo leer y ese es uno de
mis consuelos. El celular viene a ocupar un tiempo que ya estaba muerto, no lo
genera; se ocupa un tiempo vacuo. Si el celular estuviera ocupando esa
inteligencia, la veríamos en Twitter o en Facebook y los mensajes tendrían una
buena ortografía. Sin embargo, vemos que expresan el pensamiento iletrado de
una enorme cantidad de personas. Simplemente nos permiten saber que el setenta
por ciento del mundo sigue siendo una estupidez.
-Paul McCartney
siempre dice que la mejor canción es la que todavía no hizo. En tu caso, ¿sos
de los que creen que todavía el mejor libro no lo escribiste o lo mejor tuyo ya
habría que buscarlo entre lo publicado?
-Lo
creo de Paul McCartney, no lo creo de mí. Yo pienso que ya debo haber escrito
mis mejores libros. Ahora lo importante es resistir.
-¿No tenés ni
siquiera la esperanza de que puedas escribir algo mejor?
-No,
no tengo ninguna esperanza, pero estoy muy contento con lo que escribí. No creo
que pueda venir algo mucho mejor de lo que ya escribí. No me titules con eso
por favor.
-En materia política
y social, tus opiniones suelen ser muy controvertidas. En una nota reciente
dijiste que “entre los intelectuales hay un gran desprecio por la clase media”,
¿por qué sostenés eso?
-El
intelectual tiene cierta adoración por la clase obrera y los pobres a los que
no conoce; envidia silenciosa por la clase alta y desprecio por sí mismo, por
la clase media que es la que mayormente habita. Hay un elemento del auto-odio
que comparten ciertos grupos humanos: la clase media, los jóvenes y los judíos
de izquierda. Esos tres grupos tienen una recurrencia por el auto-odio. Fijate
que en Mayo del ’68 los jóvenes estudiantes enarbolaban carteles de Mao Tse
Tung, que perseguía a los estudiantes y a los homosexuales; enarbolaban
banderas de Fidel Castro, que no permitía que los estudiantes salieran del país
y despreciaban la democracia francesa, que les permitía vivir en un estado de
bienestar, tener libertad de expresión y salir libremente del país. Ahí tenés
un caso patente de auto-odio.
-En esa misma nota decías que los
intelectuales suelen defender esas posturas ideológicas, pero no serían capaces
de vivir bajo ninguno de los regímenes que defienden.
- De hecho, cuando en los años setenta tantos
intelectuales de izquierda latinoamericanos se vieron obligados al exilio, el
noventa por ciento eligió los países de las democracias occidentales. Menos de
un diez por ciento eligió los países detrás de la cortina de hierro.
-Durante poco más de dos años fuiste el guionista de Periodismo para todos, el polémico
programa de Jorge Lanata, ¿cómo fue trabajar con él?
-Muy estimulante, muy
adrenalínico y muy productivo.
-No fue lo primero que hiciste en televisión. Antes ya
habías trabajado con Fabián Polosecki.
-Eso fue un trabajo
mucho mejor, más perdurable y más trascendente. Hicimos un programa que se llamó
Del otro lado y creo que va a quedar
mucho más en la memoria de los argentinos.
-Si tuvieras que hablar de diferencias entre la forma de
trabajar de Lanata y de Polosecki, ¿qué dirías?
-No encuentro una
manera de compararlos. Sí puedo decir que trabajar con Lanata era estar
permanentemente atento a la realidad, una realidad efímera, que cuando lleguen
las elecciones del 2015 se comienza a olvidar inmediatamente. Del mismo modo
que los best sellers de política duran un par de años, los productos de Lanata
también tienen esa durabilidad. El trabajo con Polo es algo como la literatura,
como el cine; son programas que van a durar mientras dure la Argentina.
-El hecho de tener cierta exposición, sobre todo a partir
de trabajar con Lanata, ¿te juega en
contra a la hora de valorar tu propia literatura?
-Creo que siempre fui
muy maltratado por la academia, por los círculos intelectuales estructuralistas
y obviamente por la izquierda porque yo soy conservador y me gusta la
democracia, el libre mercado, la libertad de expresión, la libre circulación.
Entonces, todo eso va en directa contradicción con el pensamiento de la mayoría
de los intelectuales. De modo que nunca fui simpático para esos opinólogos. No
creo que trabajar con Lanata haya incidido demasiado en sus opiniones,
simplemente las confirmaron. No creo que me haya perjudicado en lo que hace al
público, sí me perjudicó con respecto al gobierno. Yo hasta el año 2011 siempre
trabajé como freelance en algún emprendimiento de la Secretaria de Cultura de
cualquier gobierno democrático desde el ‘89 para acá. A partir de trabajar con
Lanata toda vinculación con algún órgano estatal me fue suprimida. Se me dijo
que descontaban mis servicios. Cosas que tenía acordadas y firmadas, las
anularon y nunca más me llamaron para nada.
-De esto hablás en Libro
de emergencia, tu libro de ensayos de coyuntura política. Ahí además decís
que en la era K la libertad de expresión se encuentra amenazada. ¿Al ver Periodismo para todos se ve todo lo
contrario?
-Lo que yo digo es que
no hay nada que no se pueda decir, pero no hay nada por lo que no sufras
represalias. La libertad de expresión no se limita a que puedas decir lo que
querés, tiene que incluir no sufrir represalias por decir lo que querés y yo he
sufrido represalias directas del gobierno. A mí me habían contratado para dar
seis charlas en Santa Cruz y por dar mi opinión en el diario Clarín, me
llamaron y me dijeron “prescindimos de tus servicios”. Eso es sufrir
represalias por decir lo que querés.
-Tanto en tu
trabajo como guionista con Lanata, como en tu narrativa, el humor es uno de tus
principales recursos literarios, ¿Es más fácil o más difícil hacer humor a partir
de la realidad o de la ficción?
-Para mí es mucho más
difícil hacer humor con la realidad. Yo prefiero inventar el marco en el cual
me voy a reír. Hacer humor con políticos, con personajes del momento, siempre
tiene el pecado de lo efímero y eso no estimula mi capacidad creativa.
-¿Tenés algún límite en cuanto al humor en la literatura
y sobre todo en el humor político?
-Yo puedo hablar de
mí límite. Cuando vos trabajás con otras personas, vos podés ver el límite
donde ya tu nombre no figura más. Ese límite en ningún momento sentí que fue
atravesado. No sentí que debía renunciar por algo que se había dicho. Sí puedo
admitir que en algún momento mi desprendimiento del proyecto fue para cubrirme
de que eso no ocurra nunca. En lo que escribo, invariablemente mi límite es no
hacer daño. Si siento que algo que estoy escribiendo puede dañar personalmente
a alguien, no lo escribo.
-¿Tuvo que ver con eso entonces tu alejamiento, veías que
ya la línea editorial y humorística del programa de Lanata no te cerraba?
-La verdad fueron una
serie de motivos, pero tuvo que ver principalmente con que mi humor se fue separando
más del humor que quería Lanata. El tipo de humor que yo escribía, que en 2012
y 2013 había sido muy celebrado por él, al punto de mencionarme personalmente
en el medio del programa, cosa que no hizo con los demás guionistas,
últimamente se iba separando cada vez más del humor que él requería. Él quería
un humor más agresivo, entonces al final sólo quedaba mi nombre, pero no la
mayoría de mi material, por eso preferí apartarme.
-Hablando de la década del setenta dijiste que “si no
fuera por la muerte, que la vuelve trágica, la década del 70 se limitaría a ser
ridícula, y el ridículo es un elemento muy atractivo para cualquier escritor”
¿cómo ves la década kirchnerista en materia narrativa?
-Muy buena para hacer
un policial y un thriller, pero todavía no me puedo reír. Creo que ha sido una
década mediocre, con la mediocridad de la Europa del Este posterior a Stalin,
pero antes de la democracia. Si tengo que hablar de un clima de esta década,
para mí ese clima es aburrido y opresivo; es algo desagradable. Así que hay
poco de qué reírse y mucho de qué aburrirse.
-El periodismo, de algún modo, te obligó a estar siempre en
contacto con la realidad. ¿La abandonarías para dedicarte sólo a tu literatura
o a esta altura ya es otra de tus pasiones?
-El periodismo en mí
es un oficio, no una pasión. No sé si es una vocación, pero definitivamente no
es una pasión. Sin embargo, mi columna en Clarín es algo que me apasiona, es mi
vocación y es uno de los trabajos que más disfruto, pero se llama “Se me hace
cuento”.
-¿Encontrás literatura en el periodismo o son dos cosas
muy distintas?
-Muy poca. Lo que
hago en Clarín sí es literatura, pero el día sábado no hay ningún otro que
escriba literatura. La verdad no encuentro literatura en el periodismo.
-¿Ni siquiera en la crónica? Pienso por ejemplo en Leila
Guerriero o Josefina Licitra.
-No me gustan las
crónicas de Leila Guerriero. Nunca me gustaron y no lo puedo controlar. En Non-fiction por ejemplo, me gusta mucho Galimberti de Larraquy y Caballero. Ese
es uno de mis libros favoritos y fijate que con Caballero estoy en las
antípodas políticas.
-El tema de volver el tiempo atrás y modificar lo que uno
hizo es una de tus obsesiones literarias. Si realmente eso se pudiera hacer
¿qué cambiarías?
-El ochenta por ciento
de mi vida.
-¿A nivel literario también?
-Sí, todo. Tal vez la
mayoría de los libros los volvería a publicar, pero habría algunos que sacaría.
Lo que sí sé es que haría todo distinto. Yo siempre que escucho a la gente que
dice “yo no me arrepiento de nada”, son mi antítesis, yo hice todo mal. Haría
todo de nuevo.
-¿En serio sentís eso?
-Sí. En todos los
aspectos de mi vida siento que me equivoqué.
-¿Tampoco estás conforme con el escritor que sos?
-Con el escritor que
soy estoy muy conforme. Es una de las cosas que más me conforma, pero
definitivamente manejaría mi carrera de otra manera, invertiría la plata de
otra manera. No sé decirte exactamente qué hubiera hecho en vez, pero sí sé que
hay muchas cosas que no las hubiera hecho como las hice. De todos modos, la
escritura es el lugar en el que más conforme estoy con lo que hice, aún sin
estar conforme.
-Tenés una relación muy especial con la plata. Algo que
tal vez no es común entre los escritores.
-Yo no, yo quiero
dinero todo el tiempo.
-¿La literatura puede ser el camino para hacer dinero?
-La literatura
definitivamente no es el camino, pero no me resigno porque no sé hacer otra
cosa.
Publicada originalmente en la Revista Quid de las librerías Yenny y El Ateneo. Abril, 2015.
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