Nando Varela Pagliaro
Cuando
estaba a punto de cumplir doce años, gracias a mi madre cayó en mis manos Santa Evita de Tomás Eloy Martínez. Lo
leí en dos largas noches en mi habitación de mi casa en Floresta. Me atrapó
tanto la forma en que estaba narrado el calvario que sufrió el cadáver de
Evita, que no había quién me despegara del libro. Todos los personajes que
desfilaban por la novela, las distintas Evas: la niña, la actriz provinciana, la
Primera Dama y la abanderada de los pobres me atraían tanto como sólo el fútbol
había conseguido hacerlo. Me acuerdo de Eva sonriendo desde la tapa, de su pelo
recogido, de la aureola religiosa que enmarcaba todo su rostro y de sus manos
cruzadas con un ramo de flores y una espada. Aún hoy, si pienso en ella, es esa
la primera imagen que viene a mi cabeza. Recuerdo que era el verano previo a
que entrara en séptimo grado y entonces, además de la pelota, ya estaba
comenzando a obsesionarme con entender qué era el peronismo. A decir verdad,
mucho no entendía, pero casi veinte años y muchos libros después, todavía me
sigue pasando lo mismo.
Publicado originalmente en el diario Tiempo Argentino, abril 2015.
No hay comentarios:
Publicar un comentario