Por Nando Varela Pagliaro
“Sin darte cuenta de a poco te vas convirtiendo en un autor
que tiene una información de solapa. Sos ese que está ahí, tenés una cara, un
sexo, un nombre, un mínimo historial, unos títulos que publicaste y a veces te
empezás a creer que sos eso”, señala Pedro Mairal.
Esa información a la que hace referencia, dice que Pedro
Mairal nació en Buenos Aires en 1970, que con apenas 28 años recibió el Premio
Clarín de Novela por Una noche con
Sabrina Love, que luego fue llevada al cine por Alejandro Agresti; que
además publicó las novelas El año del
desierto y Salvatierra; un
volumen de cuentos, Hoy temprano; dos
libros de poesía, Tigre como los pájaros
y Consumidor final; que ha sido
traducido y editado en Francia, Italia, España, Portugal, Polonia y Alemania;
que en 2007 fue incluido, por el jurado de Bogotá39, entre los mejores
escritores jóvenes latinoamericanos; que en 2011 condujo el programa de
televisión sobre libros Impreso en Argentina y que en 2013 publicó El equilibrio, una recopilación de sus
columnas en el diario Perfil y una
novela en sonetos, El gran surubí,
por la cual es uno de los nueve finalistas para el IV Premio Las Américas de
Novela 2014.
-Muchas veces
contaste que empezaste a leer de una manera más seria a partir de los 19 años,
cuando fingías ir al CBC de Medicina y en realidad te quedabas leyendo en el
bar de la Facultad, pero me imagino que tu relación con los libros viene de
antes.
-El primer libro que leí de chico me acuerdo que se llamaba Mancha y gato y contaba la historia de
un tipo, que en 1925 se fue a caballo desde Buenos Aires hasta Nueva York. En
una época en la que la gente batía records de cruzar El Atlántico en avión por
primera vez y cosas así, el tipo se fue a caballo hasta Nueva York. Ese fue el
primer libro largo que leí. Después leí cosas como Bomba, el niño de la selva y algunos más, pero no era un niño muy
lector, muy literato. A los 15 ó 16 me interesó el folclore y el Martín Fierro y ahí recién podría decir
que hice una lectura más seria, pero a leer como empieza a leer un escritor,
fue recién en la Facultad, cuando empecé a largar Medicina.
-Y esos primeros
libros que empezaste a leer ya de otra manera en el bar de la Facultad, ¿te
acordás cuáles fueron?
-Yo estaba largando, pero no me animaba a decirlo en mi
casa. Entonces, simulaba que iba al CBC por miedo a desilusionar a mis viejos.
Y ahí, en el bar de la Facultad, empecé a leer los cuentos de Cortázar. Me
acuerdo que los leía viendo dónde está el truco, tratando de entender cómo hace
Cortázar para hacerte pasar del lado A al lado B sin que te des cuenta, cómo es
el pase de magia. Yo lo leía buscando eso, un poco como los chicos cuando rompen
un juguete para ver cómo está hecho. Después, creo que ahí también leí cuentos
de Borges, los del tomo verde de la Obra Completa. Como siempre fui muy vago,
me gustaban y me siguen gustando los textos cortos. Los cuentitos de Borges,
esos de una página, de una página y media, me rompían la cabeza. No me acuerdo
qué más leí ahí, pero igual con eso ya tenía para rato. La poesía creo que vino
más tarde, pero era un formato que no me asustó porque yo ya estaba
acostumbrado a las letras de las canciones. No sé por qué, pero a la gente la
pone incómoda lo que está escrito en columnas. Si no es prosa no saben cómo encararlo. En esa
época leí mucho a Neruda, los poemas de Los
versos del capitán, poemas eróticos. Claro que hoy en día son como para
niños, pero había un erotismo en la palabra. Escribía sobre la mujer y a mí que
estaba en un período muy hormonal, me ayudó a ponerle palabras a todo.
-Una vez que largaste
Medicina, empezaste Letras en El Salvador. ¿Cuánto hubo de decisión propia y
cuánto hubo de mandato paterno en el hecho de “tener que estudiar algo”?
-Y la transacción en mi casa, como en muchas, era “estudiás
o trabajás”. Cuando empecé a ver los laburos que había dije “mejor estudio”.
Pero a la vez, tenía muchas ganas de estudiar Letras. No sabía bien qué era la
carrera e igual me metí de cabeza. La verdad que es una carrera muy extraña y lo
que hace es convertirte en un muy buen lector. Eso, tal vez si decanta, te
ayuda a ser escritor, pero no te enseñan a escribir. Se me ocurre que es como
estar loco y estudiar Psicología. Una cosa es estar loco y otra cosa es
estudiar Psicología. Acá es lo mismo, una cosa es ser escritor y otra cosa es
estudiar Letras. La carrera lo que hace es convertirte en un lector al que no
se le escapa nada.
-¿Te forma más como
crítico que como escritor?
-Sí, claro. De todos modos, esa formación termina decantando
sobre tu escritura, pero por lo que leés. Vi mucha gente con una vocación
literaria no muy fuerte a la que la carrera le quemó la vocación, porque en un
momento se daban cuenta de que no eran Shakespeare ni Dostoievski y no
escribían más. Tenías que tener una vocación muy fuerte para seguir escribiendo
después de estudiar Letras. Tenés que sentir que vos tenés algo para decir, más
allá de que ya se escribió todo. Supongo que con la música debe pasar lo mismo;
podés ser un melómano y tener todas las melodías del mundo en la cabeza, pero a
la hora de hacer una canción tiene que salir una cosa tuya.
-Alguna vez te escuché
decir que cuando completás la tarjeta de embarque preferís poner que sos
docente, porque poeta te suena medio raro y si ponés escritor, seguro te paran
¿Por qué pensás que cuesta tanto considerarse escritor?
-Para mí el ser escritor es una vocación no una profesión.
En el momento en que te empezás a profesionalizar mucho, se empieza a enfriar
todo. Empezás a hacer unos libros en serie y ahí hay algo que se empieza a
morir, se seca. Lo ideal para mí es que tu relación con tu oficio -la palabra
oficio me gusta más que profesión- sea vocacional.
Vocación viene de voz, de llamado. Eso quiere decir vocación: tu llamado.
Entonces, me gusta más pensarme como escritor, como un llamado al que yo
respondo. Con esto no quiero decir que no trabaje, que no esté como un
carpintero trabajando mis textos, sino que lo que no quiero es que se convierta
en una cuestión como de oficina profesional en la que tengo un contrato para
obedecer. No me interesa hacer libros como chorizos, me gusta que las cosas vengan y no controlarlas demasiado. A veces
salen bien los libros y a veces no, pero no tiene que ser algo tan frío y
burocrático.
-Tu amigo Hernán
Casciari dice que los talleres literarios sirven para levantar minas y no para
mucho más. Vos que estuviste de ambos lados, que fuiste alumno y ahora tenés tu
propio taller, ¿cuánto pensás que pueden incidir en la formación de un
escritor? ¿Se aprende a escribir en un taller?
-Primero depende del taller. Lo ideal es que el taller sea
un lugar que te ayude a desarrollar tu propia voz. Cuando en el taller todos
terminan escribiendo como el tallerista, me parece que eso no sirve. Si vos
conseguís ir a un taller en el que tu planta puede crecer para el lado que
tiene que crecer, entonces vale la pena. Además, por el hecho de ir al taller
te sentís obligado semana a semana a llevar un texto y eso, cuando todavía no
tenés una formación demasiado fuerte, cuesta. Sentarte a trabajar, con todas
las distracciones que hay, siempre cuesta. Otra cosa que sirve mucho es lo que
te dicen los demás, es muy importante aprender a escuchar. No tanto ir y poner
tu texto y cruzarte de brazos para ver qué te dicen, sino escuchar a los demás
para ver qué y cómo leen, cómo escriben sobre la misma época en la que vos
estás. Las experiencias pueden ser las mismas, pero cómo lo contás es
totalmente distinto. La literatura es qué palabras elegís para contar lo mismo.
A mí al menos me viene muy bien leer a la gente de mi generación porque todo el
tiempo estoy tratando de quitarme de encima a la literatura en el peor sentido
de la palabra; para tratar de percibir la época. Yo quiero escribir para los
argentinos de ahora, pero tratando de que esto también se entienda dentro de
unos años.
-Con respecto a los
concursos, vos que muy tempranamente ganaste el Premio Clarín, ¿cómo los ves
como motivación para sentarse a escribir?
-Lo más probable es que uno mande algo a un concurso y no
pase nada. Quiero decir, mandan como 800 personas y gana sólo uno, pero qué
pasa con los otros 799. El concurso les sirvió porque les hizo ponerle un punto
final al libro, corregirlo, emprolijarlo, imprimirlo y anillarlo. Una cantidad
de cosas que muchas veces no suceden porque te distraés o no sabés qué hacer
con eso y queda en un archivo en la computadora
que se pierde. En ese sentido te ayudan a emprolijarte y te dan una
esperanza. Cuando son honestos, permiten que un libro, no un autor, tenga la
chance de ser publicado y de ser leído. Cuando el concurso es transparente no
premian al escritor, sino que premian a una obra. Voy a usar una metáfora
horrenda: pero los libros en estos concursos son como si fueran espermatozoides
y tienen que competir todos en igualdad de condiciones para ver cuál llega a la
meta y termina ganando el texto más fuerte.
-A partir del Premio
Clarín, casi siempre que se habla de vos, también se habla de tu edad. Muchas
veces habrás leído que cuando te nombran suelen etiquetarte como “la joven
promesa de la literatura” ¿Te molesta eso? ¿Hasta qué edad un escritor es
joven?
-No sé, yo espero que me dure. Con respecto a lo de la joven
promesa, yo siento que no le prometí nada a nadie. Es una cuestión de los
otros. Vos nacés, escribís, seguís escribiendo, después te morís y los demás
arman unas cuadrículas de generaciones en las que entrás o no entrás, pero no
depende mucho de uno. A mí lo que me pasó en el 98 es que con 28 años llegué
con una novela y los escritores que eran
conocidos en esa época eran más grandes que yo. Tenían al menos treinta y pico
y yo quedé un poco como a la cola de esa generación. Pasaron varios años y de
golpe se armó una generación de los escritores que nacieron a partir de los 70,
y yo justo nací en ese año. Es como que cayó una compuerta y justo me cayó en
la nuca, quedé del lado de adentro, miré, había escritoras hermosas y me dije
“yo me quedo acá”. Además, había escritores amigos, algunos más chicos que yo y
se armó un buen grupo. Empezamos a juntarnos para jugar al fútbol en la época
de los blogs y eso ayudó a que se armara algo como una generación. Había un
entramado hormonal, literario, de amistad, de camaradería, que es una palabra
que me gusta, que idealmente se forma
solo. Te puede interesar o no, te puede influenciar o no, pero yo creo que
viene bien lo generacional. Como dice Fabián Casas, “seamos como los músicos
brasileros”, que se mezclan e influencian entre sí. Casas dice que la
literatura es una creación colectiva y a mí eso como idea, me gusta mucho.
Somos muy poquitos como para tener rivalidades o despreciarnos entre nosotros.
Si te ponés a pensar, a la mayoría de la gente no le interesan los libros. Si
nos quedamos en una isla desierta, ¿nos vamos a pelear?
-En tus textos muchas
veces se remarca que hay cierto clasicismo que quizás no es común en escritores
de tu generación, ¿eso lo tomás como una crítica o como un halago?
-Para mí es una descripción de cómo escribo. Por varias
razones, tuve una formación muy clásica. A algunos escritores de mi generación
lo que les pasó es que los que tendrían que haber sido sus padres literarios no
estaban, quiero decir, los habían desaparecido o los habían silenciado. No
estaban en las bibliotecas de las familias argentinas. Entonces, nos criamos literariamente
con los que serían nuestros abuelos: Borges, Cortázar, Bioy. Eso hizo que me
formara con una influencia contra la cual no tenía que pelear porque con los
abuelos uno no tiene conflicto. Te iluminan con su inteligencia, pero no estás
escribiendo en contra de ellos. De ahí
me viene un clasicismo con el que hay que tener un poco de cuidado porque es
medio cómodo. Te empezás a recostar sobre la forma pensando que sólo con la
forma alcanza. Ahí es donde yo sigo teniendo que pelear contra esa influencia
con otras fuerzas. En mi caso, para eso me sirve leer a los de mi propia época.
Todo escritor tiene primero la tradición y luego lo que quiere decir. Son dos
fuerzas en tensión: la tradición literaria y tu propia época, tu forma de decir
las cosas. Ambas funcionan como dos fuerzas. La resultante entre esas dos
fuerzas es tu estilo, tu voz. Hay gente que se vuelca más hacia un costado más
literario, con más peso hacia la tradición y hay gente que tiene un estilo que
pareciera estar escribiendo por primera vez algo que nunca se hizo. Yo admito
que tengo un costado clásico; a veces lo uso, pero otras me pesa. Por ejemplo,
en los Pornosonetos uso una forma muy
clásica del Siglo de Oro español, pero adentro detono algo que es actual,
berreta y cotidiano. Ahí tenés bien claro lo de las dos fuerzas que hacen
tensión y generan estos sonetos que son palabras sacándose chispas entre sí,
que es lo que más me gusta de la literatura, cuando las palabras se frotan y
generan textos vivos.
-Antes hablabas de
los Blogs, ¿como pensás que influyen en tu literatura y en la literatura en
general este tipo de plataformas que ahora ya no son tan nuevas?
-Esa es una pregunta que se va ir contestando sola, con el
tiempo. Por ejemplo Casciari, que es como “el Papa y el papá de los blogs”, se
dio cuenta muy bien cómo escribir para Internet. Si te fijás, él escribe con
párrafos muy cortos y en el primero siempre tiene mucho enganche. Ahí él pone
la opción “Leer más” o “Seguir leyendo”, como para que, si interesó, hagas
click. Me parece que, en ese sentido, la escritura online lo que está empezando
a hacer son textos cortos, de párrafos cortos e hiperlinkeados. Eso es muy
extraño, un texto que te lleva a otro texto, sin que vos tengas que ir a
buscarlo en la biblioteca. Me parece que también hay una ansiedad del lector y
del autor que se traduce a la escritura online. Lo que se suele decir es que en
Internet no se lee en profundidad, no se lee vertcialmente, sino de forma horizontal.
La crítica dice que se va aplastando todo como un panqueque y eso también
termina influyendo en las conversaciones. La gente no profundiza los temas. Si
bien coincido con la crítica, no me parece tan malo. Son fuerzas que no se
pueden evitar. Tenemos un déficit de atención cada vez más grande. Pasa en
todos los ámbitos. En la música, por ejemplo, te bajás un tema, escuchás sólo
el comienzo y enseguida pasás a otro. Lo que me inquieta es saber hasta dónde
se pueda picar tan fino con este tipo de experiencias, porque al final todo va
a terminar siendo un cotorreo de estímulos cada
vez más cortitos. Esos videos insoportables con muchos flash de imágenes,
hasta dónde pueden transformar tu día
sin que te quede el cerebro hecho papilla. Nosotros, en un punto, somos una
generación bisagra, estamos rotando de
lo analógico a lo digital; habría que ver cómo quedan los pobres chicos que ya
nacieron con Internet. Por suerte, nosotros podemos desenchufar, bajar la
ansiedad y volver al papel. Yo creo que hay que enseñarle a las nuevas
generaciones a hacer eso, para que no sea un delirio. Yo veo que el cerebro me
empieza a funcionar de una manera distinta cuando escribo online; estoy siempre
chequeando datos en Google, en Wikipedia o miro un video. Mi cerebro está
conectado con el gran cerebro de la Web. Es muy distinto cuando escribo sin estar
online con un cuadernito en un bar.
-Recién mencionaste a
los Pornosonetos que firmás como
Ramón Paz, ¿qué cosas te permiten hacer los seudónimos que tu propio nombre no?
-Los seudónimos me dan mucha libertad, me permiten hacer lo que dice Whitman, “contengo
multitudes”, puedo hacer cualquier cosa. Durante bastante tiempo, escribí como
mujer sin decirle a nadie que era yo. Eso lo ponía en el blog El señor de abajo y firmaba como Adriana
Battu. La gente no sabía que era yo y
tenía que mantener ese truco. En cierto modo era como estar travestido. Era
gracioso porque tenía tipos que me escribían mails y me querían conocer y yo,
como una histérica, no les contestaba. Mantener esa ilusión era un ejercicio literario
muy bueno. En mi caso, los seudónimos y los blogs me permitieron explorar partes
de mí que por ahí no hubieran aflorado. Después, cuando se pinchan los
seudónimos y ya saben que sos vos, deja de tener sentido.
-En tu Blog, además
de lo que escribís, también compartís muchas otras cosas que hacés como por
ejemplo las esculturas en alambre, fotos y videos que editás. ¿Por qué a estas
otras inquietudes les atribuís la culpa
de no dejarte escribir la novela que tendrías que estar escribiendo?
-Sí, hay un poco de eso. Tal vez tiene que ver con eso del superyó
de la psicología. Mi superyó es escritor de novelas. Es verdad que a veces me
siento culpable, pero qué voy a hacer, soy disperso, me voy para todos lados,
soy expansivo y mi creatividad depende de eso. La vida es una sola y hay que
reventarla. Lo que te permite la creatividad en muchas de las artes es vivir
muchas vidas, incluso no sólo creando, sino leyendo. Cuando leés algo bien
escrito, sentís que estás viviendo una vida paralela que alguien inventó. La literatura y el cine te permiten sentir
cómo es ser otro. Hay que patear el superyó para un costado y hacer lo que
tenés ganas de hacer.
-Acabás de hablar del
cine, hace poco escribiste el guión de La
Ventana, la película de Sorín, ¿cuál es la diferencia a la hora de sentarte
escribir para cine?
-En el cine tiene que ser todo visual. Tenés que pensar la
historia casi como si fuera una película muda. Si la podés contar sólo con
imágenes, mejor. No podés poner “el personaje está triste”, tenés que mostrar
que está triste. No podés decir “era un tipo violento”, tenés que decir “entró
dando un portazo y nos insultó a todos”. No es que alguien se acuerda de la infancia,
sino que por ahí encuentra un soldadito tirado, lo mira y se le viene la
infancia encima.
-En alguna entrevista
dijiste que la poesía era un fiesta nudista, mientras que la narrativa era una
fiesta de disfraces, ¿por qué pensás que en la narrativa no te podés desnudar
de la misma manera que en la poesía?
-Porque la poesía siempre se toma como si fuera mucho más
autobiográfica y la exposición es más grande. En cambio, en la narrativa son
más fáciles las máscaras. Por lo menos, a mí en la poesía se me ve todo, se me
ve el alma.
-La última es una
pregunta que suelo hacerle a muchos escritores, músicos, periodistas y sobre
todo a muchos lectores. Si tuvieras que tratar de convencer a un chico para que
empiece a leer, ¿qué le dirías?
- Le diría: “vos podés leer cualquier libro de esta
biblioteca, pero estos que te pongo acá, no se leen” y ahí le pondría los
buenos. Estoy seguro de que va a ir a hojearlos. Yo creo que el gesto de la
literatura, el gesto de agarrar un libro y ponerlo delante de tus ojos es un
gesto muy revolucionario porque implica cortar con todo. Vos estás con un libro
y el resto no importa. La relación de un chico con un libro tiene que ser
totalmente visceral. Los mandatos en la literatura no sirven para nada, sirve
ir a buscar lo que no se puede leer, lo que te avergüenza que te interese. La
literatura son los libros prohibidos.
Publicada en Revista Quid, agosto 2014.
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