Por Valenka
El mes pasado se cumplieron 34 años del último golpe militar en nuestro país. Más allá del dolor que representa esta fecha para todos los argentinos, de las discusiones sobre la “teoría de los dos demonios”, de la utilización política de los familiares de desaparecidos, de la falta de justicia que aún hace que los represores caminen entre nosotros, es imperante la necesidad de sensibilizarnos por otros hechos -no menos terribles, y de los cuales se hace muy poca o nula difusión- que suceden en lugares tan lejanos que nos vuelven ajenos a las atrocidades del mundo.
Todos los días, por causas tan diversas como accidentes de tránsito, hechos de inseguridad, desnutrición y falta de atención médica, mueren centenas de personas en nuestro país. Nos vemos aturdidos con el flujo y la velocidad de la información, y cuando una tragedia se repite hasta el punto de suceder en forma diaria, permanecemos anestesiados, inactivos; aún más, si ello no nos roza de cerca, si no sentimos que nosotros también podemos ser esas víctimas. Para sensibilizarnos, pareciera que hay que identificarse con el otro.
¿Será verdad que no es la muerte lo que nos llega, sino ciertas muertes en ciertos lugares? Nos conmocionamos con el atentado del 11 de septiembre de 2001 en el World Trade Center, que dejaron un saldo de más de 3.000 muertos, pero no tenemos en cuenta que los muertos por la Guerra de Irak ascienden a más de 600.000, que en Darfur suman más de 400.000, que el genocidio en Ruanda dejó un saldo de casi un millón de personas fallecidas.
En cierta forma los medios propician esta idea. ¿Cuántos son los que difunden estas atrocidades? ¿Es que valen más los muertos de Occidente, de las sociedades “civilizadas”?
Es cierto que desde estas latitudes parece que poco podemos hacer por conflictos, muchas veces históricos, que se desarrollan en todas partes del mundo. Pero un primer paso es tomar conciencia, saber qué sucede: trascender las fronteras para conocer la verdad, que muchas veces es manipulada a los fines de intereses creados. Ese es un fin que debemos perseguir, sin importar la distancia a recorrer, por el sólo hecho de ser parte del género humano.
Transcribo un texto de John Berger sobre la fotografía de guerra en Vietnam:
“Cuando las miramos, nos sumergimos en el momento del sufrimiento del otro. Nos inunda el pesimismo o la indignación. El pesimismo hace suyo algo del sufrimiento del otro sin un objetivo concreto. La indignación exige una acción. Intentamos salir del momento de la fotografía y emerger de nuevo en nuestras vidas. Y al hacerlo, el contraste es tal que el reanudarlas sin más nos parece una respuesta desesperadamente inadecuada a lo que acabamos de ver. La imagen se convierte en una prueba de la condición humana. No acusa a nadie y nos acusa a todos”.
Ver es, en parte, el primer paso para actuar.
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