Nando Varela Pagliaro
En los
noventa se hizo conocido por el programa Montaña
Rusa. Desde entonces, su carrera lo ha llevado por la televisión, la radio,
el cine y la literatura. Como director, debutó a los 23 años con Rockabilly, luego vendrían Vacaciones en la tierra, De noche van a tu
cuarto, Recortadas y 20.000 besos. En tele, además de la tira adolescente y de
su recordado paso como panelista de Gran
Hermano, participó junto a Gastón Pauls de la serie Todos contra Juan. Si bien la literaria es tal vez su faceta menos
conocida, ya lleva publicados cuatro libros:
Doméstico (2007), Mi método. 12
estrategias para seducir (2010), Las
nuevas aventuras de un biólogo recién recibido (2013) y el reciente, La flor más falsa del mundo (2017).
Actualmente conduce Una casa con diez
chinos en las mañanas de FM Vorterix y prepara el rodaje de dos nuevas
películas.
- Empecemos hablando del libro, ¿cómo
fue el proceso de escritura?
-El libro
sucedió a una novela que había hecho para la misma editorial. Cuando entregué
ese libro, seguí en contacto con el editor, en aquel entonces Marcelo Panozzo,
que me dijo que quería que hiciera otra novela, un poco más larga. Le conté una
idea que tenía, una idea muy básica que tenía que ver con los detectives
aficionados, pero en un contexto de redes sociales, de la paranoia que genera
el mundo virtual. La idea gustó y así fue como empecé a trabajar en La flor más falsa del mundo. El proceso
de escritura me llevó casi dos años. Por las noches, en el mismo lugar, en
jornadas de entre dos y tres horas. Fue bastante angustiante escribirla porque
una de las situaciones que ocurre, me ha tocado de cerca. Por eso, me costaba
entrar en ese mundo, no era para nada luminoso.
-Decías que las redes sociales
generan cada vez más paranoia. En el libro ocupan un lugar central, ¿vos cómo
te llevás con las redes?
- Cómo
consumidor, las redes son el lugar en el que me entero lo último que hicieron
artistas que admiro; es un lugar muy valioso. Pero yendo a lo personal o a lo micro,
debería decir que por culpa de las redes sociales perdí muchos amigos. Si uno
quiere ser justo con uno y con los que depositan afecto y confianza en uno, me
fue inevitable tener que cortar algunos lazos que eran totalmente artificiales
y que estaban viciados de conectividad.
-La pérdida de estos amigos, ¿tuvo
que ver con lo ideológico?
-Ojalá te
pudiera hablar de algo más profundo o más serio como lo es un pensamiento
político, esto tiene que ver con otra cosa. Hay una ilusión que generan las
redes sociales, sobre todo Twitter, que es una ilusión de conectividad total; le
puedo escribir algo a Savater y a mi vecino. No estoy haciendo un juicio de
valor, sino hablo de la distancia que tengo con Savater y no con mi vecino. Me
parece que eso es un peligro enorme y empezó a crear unas micro-sociedades que
replicaban lo peor de los medios, que es la exclusión y la cuestión piramidal. Era
angustiante ver cómo esa droga virtual que es el capital simbólico, se volvía
una especie de paco online.
-¿Estas relaciones que perdiste eran
previas a las redes o las conociste ahí?
-Ahí empieza
la gran ilusión de ese escenario virtual, los vínculos sobre exagerados, la
pornografía emocional. Todo eso que me parece siniestro. Es un camino sin retorno
hacia la deshumanización. “¿Vos sos amigo de tal? Decile que lo odio”. Y odian
con una furia como si el otro le hubiera robado a la novia. Es algo muy enfermo
de virtualidad. No es que es por falta de educación en términos
institucionales, no es exclusión del sistema y resentimiento financiero, es
gente que tiene un trabajo, que tiene obra social, pero se pasa gran parte del
día odiando, atomizando, atacando, bullyando,
persiguiendo, ridiculizando y después, cuando te encaran, te dicen que estaban
jodiendo.
-¿Creés que esto pasa en todas las
redes o el odio se ve mucho más en Twitter?
- La cosa es
así, son tres pasos; twittero, twittero que a través de agresiones consigue
diez mil followers y a partir de eso, chau, se echó a perder. Sabe que la carne
que le pide la máquina es insulto o ambigüedad, porque hay que darle de comer
al bicho para que crezca. Entonces, pasa al estadio tres; de algún lugar, un
medio, una revista, un festival, lo llaman a trabajar y ahí empieza a tirar
rebajes. Entonces, de repente ese tipo que era el rey de la ironía, el campeón
del cinismo, un maestro con una foto de un burro y una bio que dice “fernetero
burro, aguante Belgrano de Córdoba”, se convierte en otra cosa y dice “no, era
una joda”. Ya vi a un montón así, son todos parte de la intelligentzia, están a un grado mío, son conocidos de ex amigos,
los vi, les conozco la cara. Con toda esa angustia que a mí me provoca la
deshumanización, Dick y Borges se harían un festín porque es la realidad
suplantada por el simulacro en un nivel que jamás vi.
- Y tu relación con el tiempo y las
redes, ¿cómo es?
- A mí las
redes me dan más de lo que me sacan, porque sigo a gente que brinda contenido,
gente que admiro mucho. Me entero de discos que van a salir y me interesan, o
qué películas se van a estrenar; para mí es totalmente útil.
- Pero en tiempos de redes sociales, ¿se
podrían haber escrito obras como En busca
del tiempo perdido?
-En ese
sentido confío un poco más en el genio. Cuando digo el genio, no digo alguien
genial, sino que me refiero al genio que tenemos todos. Los escritores escriben
todos los días de su vida y viven como escritores; los directores de cine viven
como directores, un médico vive como médico, aunque esté todo el día en
Facebook.
-Y en tu caso, ¿cómo te definirías,
vivís como director de cine o como escritor?
-Yo me
considero un narrador. Trabajo en la radio, trabajo dando clases; pero
naturalmente tengo la necesidad de inventar historias y narrarlas. ¿En qué
soporte? Idealmente en cine. Igual descubrí algo con La flor más falsa del mundo que no me había pasado con los
anteriores libros, que es que siento que hay cosas mías como nunca, ahí está la
velocidad de tu pensamiento. De algún modo, es el medio ideal, incluso es mucho
mejor que cuando hablo en la radio, porque está pensado y organizado.
- En el libro nombrás a Londa, esta
red social ficticia, y decís que es la red que viene a destronar a Facebook.
¿Creés que es posible destronar a Facebook?
-La novela
en ese sentido juega con un concepto ucrónico establecido entre Facebook y
Twitter. Por eso no hay referencias a los tiempos y algún lector detectivesco
me comentó que no se entendía en qué año estaba sucediendo; la falta de
información temporal está trabajada. Si la novela tuviera un género, creo que
sería ciencia ficción. La idea era que haya una red social que más que
destronar a Facebook propusiera algo así como que ya no vas a tener que pensar
tanto en qué o a quién conocer, porque te va a ir sugiriendo un algoritmo de
sociabilización, de lugares de consumo cultural.
- En el libro este algoritmo está basado
en la tríada de referentes propuestos por el usuario. ¿Cuál sería tu tríada?
-No me lo
pregunté porque de hecho cuando pensaba los perfiles Londa de los personajes y
qué hubiera elegido cada uno, decidí que era mejor no mencionarlo porque quiero
que el lector se imagine cuáles son. Yo hoy pondría a Chuck Jones -creador del
universo Warner-, Joe Strummer -líder de los Clash- y a Fontanarrosa.
-Cuándo empezaste a escribir el
libro, ¿tenías en mente a un lector?
-Siempre
pienso en un lector ideal que encuentra el libro y siente que todo lo que
quería decir, alguien lo dijo o lo hizo sentir acompañado. No pienso en un
prototipo, sino que pienso en alguien al que le va a llegar.
-Casciari dice que prefiere que lo
lea el lector común al crítico de La Nación. Si tuvieras que elegir, ¿quién
preferís que te lea?
- No soy
clasista para ninguno de los dos lados. Me gustaría que me lea un profesor de
filosofía, un crítico literario consumado y exigente, un escritor o una
enfermera. No tengo una fantasía del lector, la única fantasía que tengo es el
punto emocional en donde lo afecte.
-En un tipo como vos que tiene cierta
popularidad, ¿cuáles son los pros y los contras de querer llevar adelante una
carrera literaria?
- Los pros
son que evidentemente conduzco un programa de radio, tengo cierta llegada y he
llenado algunos teatros. Es decir, hace veinte años que laburo solo de esto y
tengo un público potencial; eso es lo bueno que puede ver la editorial. Lo malo
tiene que ver con los prejuicios; ¿cuánta seriedad tendrá el libro?, ¿será un
choreo? Pero gracias a la editorial, que me da una contención enorme al ponerme
en el lugar en el que estoy, eso ya vence alguna barrera de prejuicios. Además,
como el libro está hecho de modo muy honesto, los prejuicios se derrumban un
poco. Puede que algunos piensen este es el tipo que actuó en Todos contra Juan y ahora escribe un
libro.
- Alguna vez dijiste que, si pudieras,
trabajarías solo en cine, sin embargo, se te ve cómodo haciendo varias cosas a
la vez, ¿es así?
-Si pudiera
vivir de escribir, no me ven nunca más.
- ¿En serio? ¿Y qué lugar ocupa la
radio?
-La radio me
encanta y la propuesta de Mario (Pergolini) me pareció espectacular, una
oportunidad increíble, caída del cielo literalmente. Pero si pudiera elegir, me
encantaría hacer novelas, cada dos años, poder viajar mucho más y no estar
atado al día al día, con un horario. Lo otro me parece directamente el paraíso
y sueño con poder hacerlo en algún momento.
- Ocupar la franja de Pergolini en su
radio, ¿te siginificó algún peso?
- Si, claro.
Imaginate que él está en el horario anterior de la mañana y que tengo en la
misma silla, literalmente, al personaje que inventó este género, que es la FM
argentina de público juvenil, de rock y música.
- Hablás de público juvenil y Pergolini
se la pasa diciendo que esa franja ya no escucha radio. Se ha escrito mucho
sobre el final de los diarios, incluso de los libros. ¿Pensás que se puede
llegar a hablar del final de la radio?
- Si, Mario
lo dice todo el tiempo. El final del cine también, porque está en un momento de
crisis muy grande como lenguaje. Lo dijo Philip Roth en una nota; no solamente
van a desaparecer los libros, sino que también los lectores, y los espectadores
de cine también van a desaparecer. Pero porque el lenguaje se está
invisibilizando. Lo que se está haciendo presente son las tramas, y estas no
son el lenguaje. La literatura tiene algo muy lindo y es que se hace muy cargo
de lo formal, los escritores son el estilo, no sus tramas; la diferencia entre
un escritor y otro que te guste es el estilo. Por eso mismo la relación con un
lector, de alguien que viene con tu libro en la mano, es muy noble porque ese
tipo te dedicó tiempo, a ese tipo no le caíste en un programa de tele contando
una anécdota, sino que ese tipo se sentó y estuvo con vos y tu cabeza un rato.
El lector es un tipo que ha trabajado.
- Antes mencionaste a “Todos contra
Juan”. ¿Pensás que en la tele de hoy es posible un programa como ese?
-Yo creo que
en la tele de hoy no es posible nada, aunque suene apocalíptico. En el cine
tampoco. ¿Cómo volver a refundar la magia y el espacio mítico que tiene que
ocupar la poesía, la figura poética a nivel aristotélico, los mitos que nos
hacen crecer? Es muy difícil si está tan bastardeado, y creo que el cine
industria está haciendo mucho para alejar a la gente del cine lenguaje.
- ¿Y qué puede hacer alguien que está
en un lugar como el tuyo para tratar de que eso no pase?
- Amargarse
y transmitir la amargura, lo que no es muy útil. Yo amo el cine, tengo a
tatuado a Hitchcock en el brazo; me preparé, estudié, y mi sueño es tener una
filmografía humilde, pero me doy cuenta de que está en crisis y no puedo
negarlo. No puedo ser tan ególatra de decir que yo igual puedo hacer una
película. Hay que entender el contexto y el marco en el que estamos. Por eso
fue un alivio encarar esta novela.
-Dijiste en una nota que no podrías contar
una historia de Lugano I y II. Guillermo Martínez dice que en los escritores argentinos
siempre hay cierta necesidad de contar lo marginal, que las clases medias no
convocan. ¿Pensás que eso tiene que ver con cierto caretaje?
- Hay una
corrección política que me molesta que es suponer siempre que hay que
acompañar, cuidar y proteger la historia de lo marginal. De hecho, hay algún
realizador que siempre baja una línea de “nosotros contamos nuestras historias
y quieren que seamos invisibles”, y yo y mis amigos también nos sentimos
invisibles para la sociedad. Yo también siento que estoy excluido, maltratado.
No yo, Sebastián de Caro, sino mi grupo. También lo veo golpeado, al margen;
también veo que no convoca, que la guita lleva a otra cosa. Y mis historias por
ahí suceden en Palermo y Villa Crespo, y va a ser siempre así porque me
parecería una falta de respeto especular con “voy a hacer una que pase en
Mataderos”. Yo sería una especie de farsante si escribiera sobre el conurbano;
mi pueblo es este pueblo, yo soy de Villa Crespo de toda la vida y viví en cinco
barrios que están pegados. Mi mundo es muy pequeño, pero en él trato de que
suceda todo y termina siendo un no lugar.
- Leí que dijiste que hoy los pibes
de 18 años ya no sueñan con ser estrellas de rock, sino con presentar un Power
Point con la idea de un jabón, ¿realmente creés que es así?
- Sueñan con
vivir como una estrella de rock sin lo que implica serlo; se disfrazan de una
estrella de rock. Los bares a veces están habitados por gente que comen empanadas
en frascos, van a la feria Masticar y andan disfrazados como si fueran Dante
Spinetta o Santiago Motorizado, que son artistas. Me indigna un poco que lo que
haya trascendido sea el disfraz y no la forma. Tanto en el caso de Santiago
como el de Dante, son gente muy comprometida, no son disfraces, son artistas.
Cuando yo era chico, un publicista era gente de un banco, no era Pixar. Y ahora
te venden que tienen reuniones, y para mí venden jabón en polvo y están
disfrazados como si fueran Sid Vicious. A mí me parece un trabajo digno y lo he
hecho, pero aflojemos la mano porque ahora todo es arte. El arte se degrada y
lo único que queda en pie es el dinero. Lo único que no se puede aparentar es
ser millonario, todo lo demás se puede aparentar. Y después te lo dan vuelta y
te dicen “qué exigente” y yo planteo que nos sentemos los dos en una esquina a
aparentar que somos millonarios y vamos a ver cómo la sociedad nos aclara
rápidamente que no lo somos.
-Hablás de ser millonarios, ¿qué
lugar le das a la plata?
- Es la
posibilidad de comprarme todas las cosas que quiero. Un medio, nunca un fin.
Para mí te salva pensar así porque tenés menos guita, pero no te agarran nunca,
porque no le debés tanto a nadie. Hay una libertad muy grande en no ser millonario,
porque el sistema quiere que queramos serlo; es el único norte de
reconocimiento posible. Sacás un libro y lo primero que te preguntan es cuánto
vendió o si vas a hacer la película. Nadie va a decir me gustó, es demasiado
romántico, es medio triste.
- Por último, una pregunta que suelo
hacer bastante, ¿cuándo sentís que tuviste un día productivo?
- El día que
escucho una buena historia que me cuente cualquiera; una buena historia de
amor, de vida, una buena historia mítica, de un dato. Odio las curiosidades,
los comunicadores de curiosidades, odio la trivia, el lugar común, me parece
reduccionista. Toda la gente tiene historias y son fascinantes, hay gente que
tiene una manera atrapante de narrar su vida y esa es la gente que más admiro.
Los buenos narradores de la vida, la gente sin formación que narra bien, mejora
el mundo a cada segundo porque hace ver esa función poética de hacer
apasionante todo; esa gente te reconcilia con vivir.
Gentileza de
Quid.
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