Nando Varela
Pagliaro
“Hace poco, en estado vigilia, esa situación en la que
uno no sabe a qué orden pertenece lo que sucede, me imaginé que éste era un
libro en el que podía introducir todo lo que quisiera, una especie de libro sin
fin”, dice Juan José Becerra de El
espectáculo del tiempo, su nueva novela editada por Seix Barral.
Alejado de un argumento convencional, Becerra registra, de
modo fragmentario y sin un orden cronológico, una enormidad de sucesos íntimos
y familiares con los que reconstruye los retazos de una vida.
-Hay muchos datos
compartidos entre Juan Guerra, el narrador de El espectáculo del tiempo y vos, que hacen que uno piense que se
trata de una novela autobiográfica. Fabián Casas dice que siempre se usa a sí
mismo como materia prima porque le falta imaginación ¿En tu caso con qué tiene
que ver esa elección?
-Lo más fácil de suponer es creer que uno puede escribir
una autobiografía y en realidad es imposible que eso ocurra. La diferencia que
hay entre la imaginación autobiográfica y la experiencia autobiográfica en el
campo de la literatura es abismal. Son dos mundos, no solamente distantes, sino
enfrentados, circulando en orbitas diferentes. Por lo tanto, desde mi punto de
vista todo es ficción. A tal punto todo es ficción que la voluntad
autobiográfica desfallece frente al hecho concreto de que cuando uno se pone a
escribir no puede hacer otra cosa que ficción.
-Uno de los
personajes centrales del libro es el padre de Juan, un tipo que cree estar
fuera del sistema. ¿Para ese hijo que quiere ser totalmente distinto al padre,
escribir esta novela en algún punto es un acto de amor hacia él?
-Sí, yo creo que es un acto de amor lo que pasa es que el
acto de amor incluye al sentimiento
amoroso que es un sentimiento sucio. Me parece que el amor es una tendencia
sentimental de adoración, pero en ese flujo de adoración se cuelan una
infinidad de impurezas. Sin ir más lejos, entre esas impurezas está el odio. ¿Cuántas
veces nos encontramos experimentando odio hacia la persona que amamos? Por lo
tanto, me parece que sí es un personaje al que el narrador ama, pero lo ama con
esas salvedades, que son las salvedades técnicas del amor.
-¿Cuán importante es
la lectura que haga tu familia de un libro como éste? ¿Te pusiste algún límite a
la hora de escribir?
-Yo quería que el libro funcionara como una bestia, que
tuviese sangre y que no reparara en ningún tipo de limitación moral porque
luego, las limitaciones formales aparecen solas. Pero desde el punto de vista
moral, de la corrección literaria me parecía que el libro tenía que violar
todas las fronteras que lo precedieran porque esas fronteras no están en un
libro cuando uno lo escribe, sino en un acto anterior que es el momento en que
uno piensa lo que va a escribir. En este caso, lo que yo quise hacer fue
extraer una primera literatura, como si fuese una literatura en bruto y dejarla
convivir con un primer pensamiento, no con un pensamiento ya de segunda o
tercera generación, que es el momento en que el escritor empieza a pensar lo
que ha pensado por primera vez. Quise abandonarme a ese tipo de operación para
que el libro pudiese tener el efecto de que en esa escritura había una
situación de verdad.
-En cuanto al modo de
narrar lo sexual, está claro que no tuviste ningún límite. ¿Cuál fue la mayor
dificultad en ese sentido?
-Yo siempre vi a la pornografía como un sistema de
representación. Así como la geografía es un sistema de representación donde se
va del territorio al mapa, en las cuestiones del cuerpo, la pornografía es un
lenguaje que intenta algún tipo de descripción sobre las cuestiones sexuales,
pero que no son el sexo. Al funcionar como un sistema de representación, no hay
nada que preguntarse, simplemente hay que escribirlo.
Las mujeres entran y salen de la novela
continuamente. ¿Es el amor o es lo sexual lo que termina de sostener a tu
personaje?
-El amor
así como incluye una tasa de odio variable, también incluye una tasa de sexo
variable. No sé a quién se le puede ocurrir imaginar una historia de amor sin
contemplar esa prestación que es el sexo. Para mí el sexo funciona no sólo como
plataforma de la pareja, sino como plataforma de la familia. No hay ninguna
familia que pueda sostenerse sin sexo. El motor de la felicidad familiar es el
sexo. No digo que no se pueda sostener una familia sin sexo, sí se la puede
sostener pero a costas de la infelicidad.
Debe haber familias
que por una cuestión fisiológica, propia del paso del tiempo, ya no tienen sexo
y sin embargo son felices.
-Coincido. En la medida que pasan los años hay otra
cuestión que las sostiene y puede ser el homenaje a los buenos años de sexo.
-En la novela
aparecen dos narradores ¿Ese segundo narrador vendría a demostrar que los
libros nunca ser terminan de escribir?
-Este es un libro que escribí hace unos cinco años y en
el transcurso de ese tiempo no volví plenamente a él, pero sí volvía cada tanto
y lo abría en alguna zona y leía un fragmento, tratando de hacer una especie de
corte transversal. Lo que descubrí es que cada vez que lo abría y lo releía,
estaba en total desacuerdo con lo que había escrito. Un lector en el fondo es
una especie de corrector y esa sensación no la perdí nunca en cada uno de los
pasos en los que abrí el libro para saber qué había hecho. Entonces, me di
cuenta de que podía intervenir una nueva voz porque al intervenir este narrador
tardío, dejaba en claro también el paso del tiempo adentro del libro. No
solamente para los personajes, sino también para la persona que lo escribía.
-En una entrevista
dijiste que “la incorrección es uno de los deportes masivos de la vida”, ¿por
qué no es tan frecuente encontrar esa ferocidad en la literatura?
-Porque después de la antropofagia y el incesto, el
tercer gran tabú es el de no decir lo que se piensa. Habría que ver si podría
existir lo que llamamos sociedad destrabando ese tabú. Es evidente que así como
la felicidad familiar está sostenida por el sexo, la sociedad está sostenida
por la diplomacia.
-También dijiste que
“la felicidad no está en la agenda de la literatura” ¿No se puede escribir
desde la felicidad?
- Con la experiencia
de la felicidad no hay nada que quede pendiente, son experiencias redondas.
Uno, por más que sea un escritor feliz, escribe historias a las que le han
faltado algo. Hay una vocación en el escritor de completar algún tipo de
déficit. Ese déficit puede ser formal, prosaico y también puede tener que ver
con una agenda vital. El escritor por lo general regresa a esas zonas turbias
de la memoria sólo a ver qué fue lo que ocurrió porque el pasado está lleno de
cosas nuevas.
-Decíamos que el
padre de Juan es un tipo que está afuera del sistema ¿Ser escritor también no
es estar un poco afuera?
-Un tipo que decide ser escritor tiene que estar decidido
a formar parte de un sistema marginal y entregarse a esa actividad monacal y
gratuita de la que no hay que esperar nada. Todo lo que pueda producir el hecho
de que alguien decida ser escritor es un accidente o un malentendido. El
escritor lo que tiene que hacer es encerrarse a escribir. Después uno puede
tener su vida civil y su vida laboral porque si sos escritor lo segundo que
tenés que pensar después de lo primero que es “me gustaría ser un escritor”, es
“no voy a vivir de mis libros”. Si eso ocurre, será de casualidad. Entonces,
hay que armarse una vida donde convivan diferentes estructuras, donde uno pueda
ser un ciudadano y al mismo tiempo una especie de monstruo intratable. Desde
hace años el escritor no tiene un lugar público. Puede tener un lugar si habla
de otra cosa, no de literatura. Nadie lleva a un escritor a hablar de
literatura a un programa de televisión porque le interesa a muy poca gente.
-¿Qué se podría hacer
para que un libro tenga mayor circulación y no termine siendo un fenómeno de
culto?
-No se puede hacer nada. El escritor tiene que escribir
sus cosas y dejarlas en guarda. Si hay algún interés que despierte su libro,
eso va a ser por parte del lector. Uno no puede salir a conquistar lectores
porque ya no está haciendo literatura, está haciendo otra cosa. No me parece
honesto hacer maniobras para ver cómo los lectores llegan a nosotros. Con la
literatura, todavía las cosas funcionan muy a la antigua porque todavía sigue
siendo muy importante la conversación entre dos personas sobre el libro que
leyeron.
-Desde hace tiempo
venís escribiendo sobre Boca en el Diario Olé, ¿el público futbolero se termina
acercando a tu literatura o son compartimentos estancos?
-Puede haber alguna filtración, pero creo que son
compartimentos estancos. Por lo general cada compartimento se siente a sí mismo
como una fortaleza blindada. No creo que el lector de Olé sea incapaz de leer
literatura o el lector de literatura sea incapaz de leer Olé, lo que digo es
que cada cosa tiene su interés particular y son intereses muy disímiles. Yo
mismo cuando escribo una cosa u otra me doy cuenta de que estoy haciendo cosas
diferentes. Es como si en un campo fuese electricista y en el otro fuese piloto
de avión.
-Refiriéndote al ensayo
y la crónica dijiste que ambos son géneros más seguros porque el ensayista
evita el riesgo con la cita y el cronista con los viajes, ¿dónde podría
encontrar seguridad un novelista?
-La gracia del novelista es no sentirse seguro con nada,
es la asunción de una fatalidad con gusto, que es la de no contar con ningún
tipo de auxilio para escribir. No depender de ninguna referencia, de ninguna
experiencia particular. Al novelista yo lo veo como si fuese un geólogo del
aire. Uno va a buscar cosas que supone que están en algún lugar, sean
imaginadas o vividas, y cuando se produce ese hecho, que es el hecho de la
excavación, uno ve que la materia empieza a disolverse.
-Guillermo Martínez me
dijo que tener éxito en el mundo literario es un pecado, ¿vos cómo te llevás
con la figura del escritor y el éxito?
-Nunca me plantee ser un escritor con figura. En cuanto
al éxito de la literatura, no sé en qué consistiría porque es algo que no se
puede medir. Por eso uno muchas veces piensa que aún en el éxito uno está
fracasando. Sí se puede hablar del éxito del capital, pero es otro tipo de
éxito, que vale para el tipo que vende autos. Creo que la literatura no se
corresponde con la palabra éxito y que todo más bien tiende al fracaso. No lo
digo como una impostura. Una vez fantaseé con que el éxito de un escritor sería
el de enloquecer a un lector.
Publicada originalmente en el Suplemento de Cultura de Tiempo Argentino, julio 2015.
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