Nando Varela Pagliaro
Tenía
apenas 18 años cuando mi hermano me propuso que lo acompañara en su viaje a
Barcelona. Su idea era aterrizar en la ciudad catalana para intentar vivir de
la música. La forma en que lo iba a lograr no la tenía muy clara, pero de todos
modos, después de pensarlo un par de días, me sumé a su ilusión viajera y
musical. En muy poco tiempo preparamos un repertorio. Todo muy sencillo: dos
guitarras, dos voces, algunas canciones propias y otras que intuíamos que eran conocidas
por los españoles. Armamos nuestras
valijas, dejamos el corazón en el aeropuerto y partimos rumbo a la madre
patria. Fue un 26 de junio de 2002, el mismo día trágico que en la Estación
Avellaneda mataron a Kosteki y Santillán. Clarín luego titularía “La crisis
causó dos nuevas muertes”.
Una
vez en Barcelona, tocamos en cada lugar donde se pudiera, desde bares y
festivales hasta en la rambla y la plaza de la Catedral. Empezábamos por la
mañana y terminábamos a última hora, cuando no quedaba ni un turista en la
calle. Ya de madrugada, mientras contábamos cuánto habíamos juntado con la
gorra, escuchábamos Abre, uno de los
discos más hermosos de Fito Páez. Y no nos sentíamos tan solos.
Publicada en el Suplemento de Cultura de Tiempo Argentino, junio 2015.
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