Nando Varela Pagliaro
El Libertador es un bar que está en la esquina de
Corrientes y Dorrego, a unas cuadras del cementerio de Chacarita. Hasta ahí
llega caminando Leila Guerriero. Se sienta, apoya sobre la mesa el libro que
trae en las manos y se dispone a hablar. Ha hecho esto muchas veces y con las
figuras más importantes de nuestra cultura, pero esta vez es no es ella la que
enciende su grabador. Quizás, ese detalle vuelva aún más interesantes a los
protagonistas de las historias que relata. Pide un agua con gas y enseguida se
entrega a la conversación.
Acaba de publicar Opus Gelber. Retrato de un pianista (Anagrama). A lo largo de un
año, Leila visitó a Gelber en su departamento del barrio de Once, lo observó,
lo acompañó en distintas situaciones de su cotidianeidad, entrevistó a su
familia y amigos y rastreó casi toda la vida de este pianista único, compañero
de generación de Martha Argerich y Daniel Barenboim. El resultado, en palabras del escritor español
Juan José Millás, “suele despertar la vieja polémica sobre las fronteras entre
el periodismo y la literatura. Pero como en el resto de sus libros, esa
frontera está borrada. Lo leemos como una larga crónica (quizá, como una
biografía) porque así es como nos lo venden, pero lo leeríamos como una novela
si hubiera aparecido bajo esa etiqueta.”
-El libro
está recorrido por dos preguntas de fondo: una es por qué Bruno Gelber está
viviendo acá, por qué volvió y la otra es cómo es él cuando está solo. Ahora,
las preguntas que yo me hacía antes de conocerlo tenían que ver con la
curiosidad enorme que me provocaba ver cómo era la vida de este sujeto. Él
decía cosas muy interesantes en los reportajes, pero nunca le preguntaban por
la minucia, nunca había un detalle.
-Decías que una de las preguntas que
te planteaste fue cómo es Bruno Gelber cuando está solo, ¿pensás que lograste
responderla en el libro?
-No, en
absoluto. Yo creo que el libro es una confesión de humildad, no de fracaso.
Bruno, en el fondo, es una persona muy críptica, muy abierto, muy entregado,
pero que también tiene zonas a las que no te permite pasar. Yo le pedí que me
dejara verlo estudiar, me dijo que sí durante mucho tiempo, hasta que un día,
la anteúltima vez que lo vi me dijo: “eso no va a suceder nunca”. Yo le
pregunté por qué y el me respondió: “ver estudiar a una persona es aburrido”.
No quería que viera esa parte, porque sería el equivalente a verlo desprolijo.
Hay mucha parte de su vida que permanece detrás de un muro. No es que oculte
cosas extrañas, pero no es una persona a la que uno pueda imaginar en una
continuidad entre lo que es su vida en relación y su vida en soledad.
- ¿Por qué creés que no se atrevió a
abrir esas puertas?
-No es que
no se atrevió, no hay manera de saber cómo es una persona cuando está sola, es
imposible. Siempre tengo la sensación de que algo de la vida en soledad, luego
se cuela en la forma en cómo uno se comporta cuando está acompañado. En cambio,
para mí con Bruno esto no pasa. Tiene un sentido muy pudoroso de lo que se
expone y lo que no, es una persona muy educada en la rigidez del protocolo.
- ¿De entrada sabías que tus
encuentros con él se iban a transformar en un libro o primero lo pensaste como
un perfil más breve?
-Después de
que terminé de escribir el libro me di cuenta de que en mis dos libros
anteriores: Una historia sencilla y Los suicidas del fin del mundo y en este
también, todos los empecé con la idea de hacer un artículo. De hecho, cuando lo
fui a ver le propuse eso, pero a partir de la segunda entrevista, ya empecé a
tener claro que tenía un libro.
- En cuanto a la metodología, ¿ibas a
cada encuentro con un cuestionario previo o te dejabas llevar por la
conversación?
-Le hice
muchas entrevistas, pero como viajo mucho, esas entrevistas a veces quedaban
separadas por una o dos semanas. Entonces, cuando terminaba una entrevista,
tomaba nota de cosas que quería repasar en la siguiente, pero la verdad es que
es casi imposible darle una dirección a una conversación con Bruno.
- ¿Sabés si ya leyó el libro?
-Debe
haberlo leído, pero no lo volví a ver, pero porque le di el libro hace tres
semanas y después me fui de viaje. Mi plan es llamarlo esta semana y ver qué le
pareció.
- ¿Te preocupa la devolución que
pueda hacerte?
-Sí, claro,
es una relación de dos años, uno de entrevistas y luego siguió y pasaron cosas
espléndidas. No quise incluir nada de eso en el libro porque me interesaba que
el libro terminara donde termina.
- ¿Creés que puede enojarse por
alguna de las cosas que contás?
-No lo sé,
Bruno es completamente impredecible.
-En tus otros libros, tu figura
estaba más bien al margen, en este ocupás un lugar mucho más central. En gran
parte, porque Bruno todo el tiempo quería que vos también fueras su
entrevistada. ¿Accedías a responder todas sus preguntas?
-Trataba de
ser elusiva cuando las preguntas eran demasiado íntimas o incómodas porque
sabía que todo lo que me preguntaba lo hacía para volver a referirse a él. Yo
soy muy reservada, no me gusta hablar de cosas íntimas, salvo con un círculo
muy cerrado y mi analista, pero también entiendo que en una relación de
entrevistador y entrevistado hay cosas que son muy poco adecuadas. Sería una
falta de educación no responder, más cuando el otro tiene la generosidad de
contarte toda su vida. Después, en el libro no me pareció apropiado poner todas
esas respuestas, porque en realidad lo que importaba era lo que pasaba con
Bruno a partir de eso.
- ¿Y vos te expondrías a que hicieran
un perfil tuyo?
-No, jamás.
- ¿Te lo propusieron?
-Sí, pero no
con demasiado entusiasmo porque yo misma no soy muy entusiasta con esas
propuestas. Creo que mi lugar es el de contar al otro, no el de que me cuenten
a mí, creo que sería malo para mi trabajo. Los focos tienen que estar al otro
lado, no sobre mí.
- ¿Por eso tampoco se sabe tanto
acerca de lo que pensás políticamente, por ejemplo?
-Yo hablo
solo de lo que me exige mi trabajo. Muchas veces me han invitado a hablar de
cosas sobre las que no me siento cómoda y no acepto. No hay tantos temas de los
que me interese hablar en público. En mi columna semanal en El País, escribo
bastante sobre política, pero mi mirada política es más una mirada sobre lo
social, sobre los efectos colaterales que tiene la política partidaria. No hay
manera de que una persona lea lo que yo escribo y no sepa para dónde marchan
mis ideas, quizá no partidariamente, pero me imagino que se darán cuenta de que
no soy ni de derecha ni de centro derecha.
-Luego de tantos encuentros con
Bruno, se podría decir que lo conocés bastante, ¿en qué te ves parecida a él?
-Sería muy
pretenciosa si dijera que me veo parecida porque él es un genio.
- ¿Pero sí hay rasgos que compartís
con él?
-Creo que sí
hay una convicción y una entrega con lo que hago que se parece mucho a lo que
hace Bruno. Él llega de una cena y se pone a estudiar cuatro horas de piano. Yo
no hago eso, pero sí soy capaz de dejar de lado muchas actividades mundanas de
las que podría disfrutar simplemente porque quiero escribir. También comparto
la disciplina, la necesidad de llegar a un estado de concentración y de
preservarlo como lo opuesto a la cultura del rendimiento y el multitasking que
se instala como una virtud de estos tiempos, la no necesidad de estar opinando
todo el tiempo de distintas cosas a través de redes.
- ¿No pensás que en tu trabajo te
sumaría tener alguna red social?
-A mí las
redes sociales me parece que tienen una gran capacidad de astillamiento de lo
que yo necesito que es la concentración para escribir. Cuesta mucho lograr
concentrarse en la escritura y en la edición. Uno tiene tendencia a la
procrastinación, a la distracción y esto con las redes sociales se multiplica
al infinito. Además, tengo una personalidad bastante adictiva. Por ejemplo, con
el mail no soporto tener más de cuatro mails en mi bandeja de entrada sin
contestar. A veces, cuando estoy escribiendo, en las etapas en la que todo es
engorroso, me escapo todo el tiempo a la web, miro Facebook, Twitter, leo
diarios y revistas. Si además tuviera mi propia cuenta, estaría pendiente todo
el tiempo y lo querría hacer súper bien. Estaría dos horas por días pensando en
mantener el Twitter y otras tres con Facebook.
-Bruno en el libro dice que para ser
un gran pianista hay que dormir ocho horas, estudiar ocho horas y pasar otras
ocho horas pensando en lo que se estudió. Si tuvieras que hacer una comparación
con tu profesión, ¿cómo repartirías el tiempo?
-Te diría
que paso veinticuatro horas pensando en lo que voy a escribir, ocho horas
escribiendo y otras ocho pensando en lo que escribí. Con esto de las
veinticuatro horas te quiero decir que uno está todo el tiempo pensando. Yo
ahora tengo que escribir la columna para la semana que viene y ya estoy
pensando sobre qué voy a escribir.
- ¿Te preocupa que no puedas
encontrar el tema?
-Me pesa
tener que encontrarlo, pero sé que lo voy a encontrar.
- ¿Y no quedar conforme con lo que
encontraste?
-Las veces
que menos conforme estoy con la columna que escribí, al otro día tengo un
montón de mails de felicitaciones. Entonces, es muy raro. Lo que me pesa,
dependiendo del momento del año, es tener que escribirla. Pero también tengo
que decirte que disfruto mucho de escribir estas columnas. Es un desafío, es un
espacio cortito, muy difícil de resolver, hago algunos experimentos que me
divierten mucho, que desde el punto de vista formal para mí son muy
interesantes.
-Bruno también decía que una de las
enfermedades más lindas que existen es la vocación, ¿vos también vivís a tu
vocación como una enfermedad?
- Para mí la
peor pesadilla de una persona es no tener vocación, no tener un llamado. Eso es
terrible y tener ese llamado y no poder realizarlo es casi tan terrible como no
tenerlo. Yo creo que la vocación tiene efectos colaterales y no todo el mundo
los lleva bien. La idea de que la vocación, cuando uno la puede realizar, solo
produce disfrute, es una mirada engañosa y no digo esto por la razón obvia de
que todos los trabajos tienen momentos que no son tan agradables, sino porque
la escritura misma es un bicho muy egoísta, muy peligroso, que te exige mucho,
que te llena de dudas, que te generan mucha angustia, mucha ansiedad. Igual, si
me dan a elegir, cien veces prefiero esto que no tener vocación o que tenerla y
no poder hacerla. Ser escritor o ser músico en tus ratos libres es muy difícil.
Tiene que ver con esto de la entrega que dice Bruno, por eso él se enoja tanto
con sus alumnos. Él toma discípulos y cuando elige a alguien y ve que no se
entrega por completo, lo va alejando hasta que siente algo del orden de la
desilusión.
- ¿Imagino que no da clases por una
cuestión monetaria?
-No, si
supieras lo que cobra, no lo podés creer. En el libro no está porque llegamos a
ese acuerdo. Hablar de dinero es una de las cosas más íntimas y difíciles de
conversar. No te diría que es un regalo lo que cobra, pero sí que es más que
asequible. Él cree que enseñar es una tarea muy noble y le encanta hacerlo.
Pero cuando ve que la gente no se entrega ciento por ciento al piano, se
desilusiona. Por eso, además de ser un genio, tenés que tener la capacidad de
desarrollar esa genialidad.
- ¿Sentís que acá no tiene el
reconocimiento que debería tener?
-Me parece
que ha tenido una gran carrera. Tal vez su imagen más extravagante, su estilo
más cercano a la gente, para el público en general tal vez hace que no tome
real dimensión de su figura, pero para el público que sabe de música clásica,
sabe muy bien lo que vale y lo respeta mucho.
- ¿Vos escuchabas música clásica
antes de acercarte a él?
-Yo toco la
guitarra clásica desde chica y toqué hasta los diecisiete. Estudié, sé leer
música, pero no soy una melómana, mi mundo es más del rock. Ese era un temor
porque no sabía si iba a poder entrar en este mundo.
- ¿Leíste mucho para hacer el libro?
-Leí mucho
sobre él y sobre compositores del período romántico, que es el que interpreta
Bruno, porque me interesaba poder llevar la conversación hacia ese lado.
- ¿Alguna vez fuiste a hacer una nota
sin saber nada del personaje que vas a entrevistar? ¿Ves mal que alguien piense
a una entrevista desde la candidez del no saber?
- No tengo
una respuesta muy taxativa para eso porque hay una periodista que me encanta
que se llama Susan Orlean, la autora de El
ladrón de orquídeas, que hace eso que vos decís. Ella dice que va a que la
eduquen y es una de las personas que más admiro. Yo no recuerdo haber ido sin
saber nada a hacer una nota, primero porque me da mucha inseguridad, segundo
porque me parece una falta de respeto y tercero porque tengo miedo de que me vendan
lo que quieren. Además, es muy difícil que el otro te tome como un interlocutor
válido si demostrás que no tenés la menor idea de quién tenés adelante. La
ignorancia del entrevistador es muy difícil de remontar.
-Nombrabas El ladrón de orquídeas, ¿te gustaría trabajar en cine?
-Lo pensé y
me lo han ofrecido, pero por ahora no encontré el momento. Además, es un laburo
más de equipo y a mí me gusta más hacer las cosas sola.
-En eso de trabajar sola también te
parecés a Bruno, ¿te llevás bien con la soledad?
-Siempre me
gustó mucho estar sola. No soy nada fóbica, pero llega un momento que, como
dicen los mejicanos, quedo engentada, llena de gente y necesito tiempo para mí,
para estar sola, leyendo o mirando Netflix.
- ¿Con qué series te enganchaste?
- Mad Men y Breaking Bad, como clásicos. Después miré Better call Saul, Dark, Ozark, El método kominsky y Grace
and Frankie, por nombrarte las que más tengo presentes. Después tengo
placeres culposos como The Walking Dead.
Puedo mirar ocho días seguidos, diez horas de The Walking Dead, las distopías
apocalípticas me pueden.
- ¿Seguís saliendo a correr?
-Ahora estoy
más yendo al gimnasio porque el invierno pasado fue horrible y a mí no gusta
correr en condiciones espantosas.
- ¿Disfrutás de correr o de haber
corrido?
-No, de
correr. Escribo mucho cuando hago algún ejercicio físico. A veces siento que
tengo como una especie de elevación. Correr te da una sensación de libertad
absoluta. Cuando alcanzás una velocidad crucero pareciera que nadie puede
pararte.
-Para terminar, te hago algunas
preguntas del estilo de las que te hacía Bruno, ¿hay algo que querrías tener y
no tenés?
-Me cuesta
pensar en esos términos. Si vamos para el lado de lo material, mis ambiciones
son muy modestas. Tal vez me gustaría poder manejar mejor los efectos
colaterales de la escritura. Me gustaría tener más capacidad de ocio.
- ¿Vivís con culpa el tiempo de ocio?
-Lo hago
poco, pero sí es culpa porque pienso que debería estar trabajando. Mi oficio me
gusta tanto que casi todo lo que hago lo reciclo en escritura.
- ¿Cuándo sentís que tuviste un día
productivo? ¿medís el día en esos términos?
-Lo mido, lo
cual me parece horrendo. Por ahí el día que siento que no hice tanto, lo mido
en términos productivos, el día que siento que fue un buen día, lo mido en
términos de satisfacción. Para eso, tengo que haber escrito, haber corrido y
haber cocinado. Esas tres cosas y en ese orden.
- Por último, si pudieras salvar un
solo libro de los que tenés en tu casa, ¿cuál te llevarías?
-Sin duda,
sacaría el diario de Cesare Pavese, que es de segunda mano y está toda
subrayado por un sujeto que no sé quién es, pero a juzgar por lo que subrayaba,
se debe haber suicidado. Ese libro es fundamental en mi vida.
Publicada originalmente en Revista Quid.
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