Nando Varela Pagliaro
Walter Lezcano no se considera periodista. Sin embargo, ha
publicado entrevistas, perfiles y reseñas en casi todos los medios culturales
del país: Radar (de Página/12), Ideas (de La Nación), Tiempo Argentino,
Anfibia, La Agenda, Playboy, Crisis y Bacanal, entre otros. Muchos de esos
textos, acaban de ser reunidos en Nací en
una generación. Periodismo, monotributo y cultura (Milena Caserola). En
tiempos en los que pareciera que el periodismo agoniza, hablamos de la
trastienda del oficio y del trabajo que conlleva elaborar una buena entrevista.
- ¿Cómo es tu metodología de trabajo? ¿Vas con un cuestionario
armado o te entregás a la conversación sin ningún lineamiento previo?
- Llego muy preparado a un diálogo. Pero sin guión prefijado
de antemano porque a veces no sabés cuánto tiempo te van a dar para hablar.
Entonces hay que tratar de producir cierto grado de intimidad y confianza en
tiempos muy breves. Lo que no trato nunca es de sacar algún titular o
declaración “polémica”. Mi intención durante el diálogo es ver qué hay detrás
del lugar común que lleva alguien encima cuando dialoga con un periodista,
correr el velo de la rutina, romper con el cotidiano y tratar de conseguir
alguna verdad.
- Hace poco me tocó entrevistar
a Jorge Lanata y él dice que la mayoría de los periodistas toman a la
entrevista como la ratificación de opiniones propias, que no les preocupa
conocer al entrevistado sino tener razón sobre lo que piensan de él. ¿Pensás que es así?
- No hay nada que me interese menos, cuando entrevisto a
alguien, que ratificar mis propias convicciones, prejuicios, ideas. Si el
diálogo es otra oportunidad desaprovechada para salir de vos y se utiliza como
un terreno fértil para el narcicismo no lo veo atractivo y no tiene sentido
encontrarse con nadie. La palabra muere ahí, no hay comunicación posible. En el
ombligo de las personas no hay más que pelusa. No es un mundo, es pura mugre
que se agota con un soplido. Una entrevista debería ir en contra de eso, y de
la soledad que implica fortalecer el egocentrismo.
- Decís que llegás
preparado a un diálogo, ¿cuánto tiempo invertís en preparar una entrevista?
- Todo el tiempo que puedo. Pero a veces esa cantidad de
tiempo se ve fagocitada por la necesidad del medio y del editor de tener el
texto en su casilla de mail para publicarlo. Se trata de negociar también.
Además, me parece que estar en tema, investigar y estar preparado es importante,
pero que no llega a ser determinante para lograr un buen diálogo que deje
material distinguido en el texto final. La información en sí misma, existiendo
Wikipedia, no tiene mucho valor: es una pista de despegue. Hay que educar más,
me parece, la mirada y estar atento a lo que propone el entrevistado y qué está
dispuesto a entregar más allá de su tiempo frente a vos. Se trata de llegar a
zonas inesperadas. Aunque no siempre sucede.
- ¿Y el silencio qué lugar ocupa en una
conversación entre dos personas? ¿Te incomoda?
- La dosificación de los silencios en el diálogo es
determinante en la medida que signifique el proceso íntimo de pensamiento o
determinado momento de revelación. Si lograste eso es como un pequeño milagro
porque se gesta entre dos desconocidos en una situación artificial y forzada
como es la de la entrevista. Creo que hay que tratar de lograr siempre eso en
el otro. No siempre se tiene esa suerte. Y no, no me molesta en absoluto hacer
silencio porque es generar también mi propio ritmo en el diálogo. En cierto
sentido, el ritmo de esos silencios termina funcionando como la sintaxis de esa
charla.
- Hablás de generar tu propio ritmo en el
diálogo, ¿creés que se aprende a preguntar?
- El tema es que primero hay que aprender a escuchar y a
producir ese combustible valioso llamado empatía. Sin eso, sin esa suerte de
entrega, es difícil que se produzca el interés por el otro, por lo que dice y
descubrir eso que esconde en sus palabras rutinarias. No sé si es posible
generar la curiosidad y la inquietud. Y eso se nota en los textos después. De
lo que estoy seguro es que si tu único y mayor interés pasa por verte a vos
mismo en determinadas situaciones, nunca vas a poder ver qué ocurre realmente
en el mundo o en determinados mundos dentro de éste.
- Dicen que hacer preguntas es un modo de
ejercer poder, ¿qué es preguntar para vos?
- Hacer preguntas me parece un modo, quizás violento, de
meterte y buscar el corazón de la experiencia ajena. Y que de alguna manera te
involucra. En el momento en el que te cuentan algo valioso sos partícipe de una
realidad distinta a la tuya. Y hay que estar a la altura de las circunstancias
de la gente que elige confiar en vos.
- Y en tu caso,
¿dónde ponés la mira al entrevistar?
- Entrevistar es una situación artificial y forzada en la
que dos personas eligen hablar como si algo los uniera. Cuando hago una
entrevista trato de romper ese artificio y lograr que esto sea lo más natural
posible, construir puentes de diálogos que destruyan la puesta en escena que
significa acordar un encuentro y responder preguntas. Que dos desconocidos
puedan vencer la desconfianza que implica ser grabado y expuesto en un medio. Y
también mi lucha es contra la miseria que comprende traicionar el sentido que
el entrevistado le quiso dar a sus palabras. Para mí es importante no ingresar
al mercado de la resonancia y la repercusión a partir del engaño de la
confianza de alguien.
- Siguiendo con lo
metodológico, ¿cómo pensás los finales de cada nota?
- Con el tiempo, uno tiene la ilusión de que puede
redondear, de que tiene la capacidad necesaria como para darle el punto final a
un texto sin caer en obviedades. La intuición parece ser a veces un fantasma en
el que debemos creer. También puede ser un salto de fe que nos dice que un
escrito debe terminar de un determinado modo. Creo que hay que fortalecer esas
ilusiones y aspirar al mayor grado de calidad posible.
- Dentro del
periodismo cultural, ¿sentís que la entrevista es un género un poco
menospreciado?
- Considero que la entrevista es un género notable y que
siempre fue muy productivo para poder llegar a ciertos tipos de conocimientos
de gran valor. Es cierto que para que esto se produzca depende de muchos
factores que no siempre se pueden controlar: estado de ánimo del entrevistado,
condiciones de la entrevista, escenario dónde se lleva a cabo, y demás. Pero
esto le da cierto riesgo, tensión y vértigo atractivo a cualquier encuentro. La
lucidez, la inteligencia y la chispa pueden derrumbarse en cualquier momento.
Por otra parte, grandes libros sustentan su potencia creativa en la entrevista
y el diálogo: Crítica y ficción de
Piglia y el recién salido Extravíos de
vanguardia de Roberto Jacoby y José Fernández Vega, por ejemplo y por citar
dos casos de muchos. Si hay alguien que menosprecie esta clase de obras,
sinceramente, no lo conozco ni tampoco me genera el interés de pagarle una
birra para conocer sus otras “ideas”.
- En el comienzo del
libro incluís una cita de Oscar Wilde que dice: “Hay mucho que decir en favor
del periodismo moderno. Al darnos las opiniones de los ignorantes, nos mantiene
en contacto con la ignorancia de la comunidad”. ¿Estás de acuerdo con eso?
¿Cuán cerca está el periodismo de la comunidad? ¿Realmente hay tanta ignorancia
en el medio?
- Siempre me gustó esa frase de Oscar Wilde y me pareció muy
graciosa. Tiene el espíritu corrosivo muy habitual en Wilde. La incluí porque
considero que el tipo de periodismo que me interesa es el que trata de luchar
contra la ignorancia que nos rodea, e incluso de la propia. No me siento afuera
de nada ni por encima de nadie. Me interesa salir del oscurantismo cotidiano
del mundo. Muchas veces, la mayoría diría, me toca meterme con temas que no
conozco a fondo, aunque siempre hay un vínculo y anzuelo inicial, y una vez que
termino de escribir el texto y lo mando al medio percibo que mi mundo pudo
amplificarse un poco. Y me gustaría pensar que al lector, si es que existe, le
pasó algo similar.
- En estos años
colaboraste en la mayor parte de los medios culturales del país, ¿cómo ves el
ambiente cultural?
- Para un freelancer como yo no existe eso conocido como
“ambiente”. No circulo en guetos ni me muevo en territorios donde todos tienen
la misma profesión. No disfruto la endogamia ni trato de hacer un paneo para
controlar qué hacen mis compañeros. Me manejo más en soledad, en casa, y me
muevo por curiosidades que se van acumulando y trato de prestarle atención: con
eso armo los sumarios y las notas. Soy de leer muchos medios online de acá y de
afuera. Y en general, no lo hago con afán sociológico, sino como un lector más
que intenta informarse. Por eso hay que leer tanto y variado y luego salir a la
calle para ver algo de verdad. A lo que voy: no me interesan los ambientes,
sino los modos en los cuales puedo generar un vínculo más intenso y certero con
la palabra, con las frases, con los párrafos y con los textos.
- Muchos dicen que el
periodismo es una de las formas más divertidas de ser pobres, ¿qué es para vos
el periodismo?
- Yo lo vivo como un modo de ganarme la vida y como una de
las formas más interesantes que encontré para meterme e involucrarme en la
realidad de mi época.
- Una de las preguntas
que se desprende del libro es: ¿Cuánta pobreza se banca una vocación? En tu
caso, ¿cuál sería la respuesta?
- Son elecciones acerca de cómo vivir tu vida. Yo decidí
apostar mi tiempo a la escritura, la docencia y el periodismo. Encontré mi
vocación en ese sentido y sé que lo voy a llevar adelante durante mucho tiempo
más. Si en el camino hay pobreza, se le hace frente porque hay algo más grande
detrás que uno quiere concretar. Los destinos se eligen, se sostienen.
- Llevás publicados
varios libros de narrativa y poesía. El hecho de trabajar en periodismo, ¿cómo afecta
a tu escritura?
- Se potencian mutuamente. Trato de que el periodismo no se
convierta en un oficio que construye a cada texto en un desperdicio con destino
de olvido. Y a la vez, el tiempo que no tengo dentro del periodismo para darle
mil vueltas a una nota, lo utilizo con lo literario donde me tomo todo el
tiempo que un texto y una voz y una prosa requieren. Nadie espera nada de
nosotros: por eso hay que hacer lo mejor y entregarlo todo. Si es posible: ser
inolvidable en la página.
- ¿Y cómo sentís que
te trata el sistema literario?
- La sensación que tengo es que vivir y escribir son
actividades full time. Y cargan con un nivel de obsesión muy grande de mi
parte. Pienso en eso todo el tiempo. Pongo toda mi energía a tratar de tener
una vida que valga la pena ser vivida y en escribir algo que tengan cierto
interés para alguien, así sea una sola persona. Eso es lo que está a mi alcance
y de lo que me ocupo y preocupo. Todo lo demás está por afuera de mi radar de
acción e interés.
- Por último, desde
hace más de diez años trabajás como docente de literatura, ¿cómo ves la
relación de los adolescentes con la literatura? ¿El contexto es tan difícil
como uno lo imagina?
- No hay nadie más apasionado que un adolescente frente a un
texto que lo interpela, que le gusta, que lo disfruta. Es maravilloso ese
momento. En ese sentido, es un trabajo arduo encontrar esos libros. Pero están,
y es un paraíso cuando se encuentran. Y cuando uno los lleva al aula la vida
cobra otro espesor: para el docente y para el grupo que tenés adelante. La
imaginación que hay alrededor de los adolescentes adentro de la escuela, no
tiene nada que ver con la cotidianeidad que se vive porque son más los momentos
productivos e interesantes que los otros.
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