Nando
Varela Pagliaro
Pedro Aznar creció en el barrio de Liniers. Durante su infancia, a muy
pocas cuadras del Santuario de San Cayetano, todavía había algunas calles de
tierra que en verano se llenaban de mariposas. En esas calles, Pedro podía
pasarse horas jugando con sus amigos, pero cuando volvía a su casa siempre
tenía un lugar muy privado: la música. Ese rincón era demasiado personal y casi
nadie podía seguirlo hasta ahí. Era tal su fascinación que apenas tenía seis
años cuando pidió que le regalaran el disco Revolver
de los Beatles. A sus padres esa música les parecía ruido a tachos, pero igual
le dieron el gusto. Era claro que a Pedro lo traspasaba una pasión. Por eso a
los nueve años, decidieron anotarlo para estudiar guitarra con una profesora
del barrio; cinco años después estaba tocando jazz-rock con Madre Atómica y con
sólo 18 ya jugaba en las ligas mayores con Charly García, David Lebón y Oscar
Moro en Serú Girán. Desde entonces, su nombre forma parte de las referencias
insoslayables de la historia de nuestro rock nacional.
En esta entrevista con el autor de “A cada hombre, a cada mujer”,
hablamos de Contraluz -su último
disco-, del narcicismo de los artistas, de su
experiencia musicalizando los poemas de Borges y de los sueños que le quedan
por cumplir.
-Se
podría decir que Contraluz es como un libro de cuentos
con una variedad estilística muy amplia.
Teniendo en cuenta las nuevas formas de escuchar música, ¿cada vez tiene menos sentido
pensar al disco de manera conceptual?
No, no creo que haya dejado de tener sentido. Un
álbum conceptual es como una sinfonía, con varios movimientos que pertenecen a
un todo. Se puede escuchar por internet un sólo movimiento, si uno quiere, pero
eso es algo que ya pasaba con la radio o la televisión, la obra se segmentaba,
pero quien la escuchaba en un concierto o en el disco, tenía la obra entera.
Las nuevas formas de escuchar no eliminan, necesariamente, a las demás.
Simplemente suman otras.
-Las
fotografías que ilustran Contraluz también son de tu autoría. ¿Estas otras disciplinas artísticas terminan influenciando tu trabajo como músico?
Creo que sí. En este disco las letras están llenas
de imágenes, son muy "visuales". Mi profundización en la fotografía,
en estos últimos años, terminó impregnando mi música, sin duda. Y no sólo en
las letras, sino en los paisajes sonoros. Un tema como "La pregunta"
tiene un espacio que recuerda a los paisajes de la estepa patagónica, como los
que fotografié en mi muestra "Tú eres eso".
-Cuando uno escucha un disco tuyo percibe detrás un enorme cuidado tanto en lo musical como en lo
estético. En ese
trabajo, que uno imagina bastante planificado, ¿hay detalles que terminan
siendo fruto de la improvisación? ¿Sos de los que llegan al
estudio sabiendo perfectamente cómo querés que suenen tus canciones o muchos arreglos surgen azarosamente?
Hay un poco de las dos cosas. Ciertas canciones ya
tienen sus mundos diseñados de antemano, y en el estudio simplemente se los
plasma. En otros casos, el estudio es una paleta de colores para pintar lo que
todavía no está del todo definido. Los "accidentes" creativos son los
más lindos, momentos en que de algo inesperado surge un camino al que no se
habría llegado a través de un desarrollo lógico o premeditado. La fuerza y la
sorpresa del momento presente son herramientas indispensables.
-Es sabido que además de lo musical, disfrutás muchísimo del sonido como fenómeno. Las grandes bandas, desde Beatles en adelante,
usaron al estudio de grabación casi como un instrumento más. Sin embargo, en nuestra música nacional no son tantos los artistas que se atreven a este tipo de
experimentación.
¿Por qué creés que pasa eso?
No puedo hablar de los demás a riesgo de caer en una
generalización hecha sin un conocimiento profundo de sus obras. Sí puedo hablar
de lo que a mi música respecta. Yo busco que cada canción tenga su propia
atmósfera, y que "ella misma vaya pidiendo" cómo y en qué espacio
sonoro habitar. Es un trabajo intuitivo, que involucra una escucha muy atenta:
la propia música te va guiando hacia la sonoridad que mejor le queda. Ese
trabajo lo hacemos con el ingeniero Ariel Lavigna, quien viene grabando y
mezclando mis discos hace ya 11 años. Cada nuevo álbum ha tenido su propia
impronta, y dentro de ellos, cada canción es su propio mundo. Todo lo que
nosotros tenemos que hacer es saber escuchar lo que cada una necesita.
-Tus discos están impregnados del eclecticismo de esa joya que es Revolver de Los
Beatles. A la hora de escribir nuevas canciones, ¿el faro sigue estando puesto
en esa dirección o de algún modo, también estás
atento a los nuevos fenómenos que fomenta la industria de la música?
La era Beatle del '65 al '68 es una referencia
clásica, un momento creativo único que sentó un precedente de excelencia
altísimo. Ese metro patrón sirve para medir el alcance de una canción de rock,
a mi entender. Pero también es necesario estar atento a lo que pasa hoy, por
supuesto, aún cuando muchas cosas sean una reformulación de cosas pasadas.
-Alguna vez dijiste que “cualquiera que se sube a un escenario es narcisista”. Con los años, ese narcisismo, ¿aumenta o
disminuye?
Hay muchas clases de narcisismo. Yo prefiero el del
amor a la propia obra, pero siempre sin perder del todo la objetividad. Si no
estás un poco enamorado de lo que hacés, no vas a tener la energía necesaria
para andar de acá para allá mostrándolo. Necesitás estar orgulloso de lo que
hacés, y al mismo tiempo no marearte con vanidades tontas. A mí, personalmente,
lo que me dieron los años fue una mayor confianza en mi intuición; hay algo que
me dice que voy por buen camino, y que ese camino no se termina nunca, estás
siempre en "modo búsqueda". Y ahí estoy, confiado y feliz con lo que
hago, pero consciente de ser una voz válida entre muchas otras más.
-Estarás de acuerdo con que ese narcisismo, propio del artista, hace que muchos
grupos se separen en su mejor momento. Después de veinte años al frente de tu
propio proyecto, ¿Volverías a ser parte de un grupo? ¿Hay algo que extrañes
de aquellas épocas en que las decisiones eran consensuadas con
otros integrantes?
Lo que hace que los grupos se separen es, habitualmente,
una lucha de egos, en el peor caso o una necesidad de espacio de expresión
individual, en el mejor. No creo que vuelva a formar parte de un grupo, ya que
disfruto muchísimo de la libertad que tengo para crear. Pero tampoco lo
descarto por completo: es muy poderosa la interacción de varias cabezas
creativas en forma de equipo. Si volviera a darse eso, lo consideraría, claro.
-Y en tu proyecto solista, ¿cuán abierto sos a la opinión de los músicos que te
rodean?
Depende de la canción y del contexto. Hay ciertas
cosas que compongo que funcionan bien haciéndolas al pie de la letra, no
admiten mayores cambios. Otras, están abiertas a que cada músico les aporte su
propia visión.
-Alguna vez contaste que Charly recordaba que vos de
chico le dijiste que él en la época de Sui Generis hacía cancioncitas en sol mayor. Y eso que llamabas
cancioncitas podía ser Confesiones de invierno, un tema que luego
homenajeaste en tu repertorio ¿Por qué no son tantos los artistas que
se atreven a salir del sol mayor?
Ese comentario fue una provocación de un chiquilín
insolente. Yo crecí tocando las canciones de Sui Generis con mis amigos en la
esquina de mi casa, tienen un valor emocional altísimo para mí. Además de ser canciones hermosas, profundas y
brillantemente escritas. Pero ya sabemos que, cuando los chicos crecen,
necesitan separarse de sus padres y sus mentores para desarrollar su propia
personalidad. A los diecisiete años yo había descubierto el jazz y pensaba que
iba a salvar el mundo! Y lo de las "cancioncitas en sol mayor" era
una mojada de oreja. Al mismo tiempo, esa rivalidad y ese desafío de nueva
generación que inyecté en Serú Girán, donde yo era 10 años menor, en promedio,
y casi un desconocido en medio de consagrados, hizo que el grupo explotara
creativamente. Con Charly, hoy, nos reímos al recordar esas anécdotas. Y hace
ya un rato largo que no tengo la inseguridad de la adolescencia y lo reconozco
y honro como uno de los más grandes artistas que dio nuestro país, en cualquier
rubro.
En cuanto a "salir del sol mayor", no
habría por qué hacerlo. La profundidad, la belleza y el alcance de una obra no
dependen de su complejidad ni del virtuosismo en la realización. Se puede
comunicar una idea poderosa y conmovedora con pocos elementos y una técnica
rudimentaria. Pero hay que tener sangre de artista en las venas y algo hondo
para decir. Si no, no vale gran cosa.
- Hace
relativamente poco se conmemoraron los treinta años de la muerte de Borges. En
el 2000 hiciste un disco musicalizando los poemas del autor de El Aleph. ¿Cómo recordás esa experiencia?
Fue un gran honor que me convocaran para hacerlo, y
un hermoso desafío artístico. Fue un trabajo muy fluído, donde la creatividad
brotó libre y espontáneamente. Y es que no todos los días se trabaja con un
letrista tan bueno.
Lo estrenamos en el Teatro Colón el día del
centenario del nacimiento de Borges, el 24 de agosto del '99, y lanzamos el CD
al año siguiente. Hubo participaciones magistrales de Mercedes Sosa, Rubén
Juárez, Víctor Heredia, Jairo, Lito Vitale y el grupo A.N.I.M.A.L.
Este año vamos a lanzar, finalmente, el DVD del
concierto. Después de buscar denodada e infructuosamente la grabación que había
hecho en su momento Canal (á), decidimos restaurar una cinta VHS que grabé yo
mismo de la transmisión por cable, porque el registro de esa noche no merecía
estar perdido. Lo está editando y procesando Ariel Hassan, así que está en las
mejores manos.
- En
Contraluz, el tema que da nombre al disco, cantás: “Cuando el corazón anda sin dueño, los ojos no ven
personas sino sueños”. Si recorrés tu carrera, ¿todavía te quedan muchos sueños por cumplir?
El principal sueño era emocionar e inspirar a la
gente de la misma manera que mis héroes musicales lo hicieron conmigo. Recibo
tantas lindas muestras de que eso se logró, que podría decir con confianza que
el sueño está cumplido. Y al mismo tiempo, el desafío recomienza cada vez que
enfrento la hoja en blanco, entro a un estudio o subo a un escenario. Hay que
dejar el alma en cada nota, cada vez, hasta el último día.
- Por último, si aquel niño que con seis años pidió que le
compraran Revolver de Los Beatles se encontrara con este hombre que sos hoy, ¿cómo creés que lo vería? ¿Qué le diría?
Qué buena pregunta... Lo imagino y me emociono. Creo
que el pibe se asombraría y pensaría "guau, este tipo está haciendo todo
lo que yo quiero hacer cuando sea grande", pero, como ya sabemos,
necesitaría hacer su parricidio simbólico y tal vez me diría: "muy lindo
todo, pero... ¿no se le ocurren cosas mejores?"
Publicada originalmente en la revista Quid, noviembre 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario