Nando Varela Pagliaro
“Me
cuesta el pasado. Y me cuesta el futuro, también. Soy china, me defiendo
siempre. Pero la profesora de castellano se enoja igual conmigo y entonces le
pone una calificación a mi prueba que no es buena”. Así comienza Tacos altos, la última novela de
Federico Jeanmaire, cuya protagonista es una adolescente nacida en China, pero
criada en Argentina.
Con
casi una veintena de libros publicados, el autor de Papá y Más liviano que el aire, entre otros, es de los que prefieren
salir de su zona de confort cada vez que escribe una nueva novela. “Cuando te
enamorás de las cosas que hacés, te empezás a repetir. Yo nunca he intentado
tener una voz, siempre busqué tener mil voces”, dice Jeanmaire con el tono
tenue y melodioso que mantendrá durante el resto de la entrevista.
-Su Nuam, la protagonista de Tacos altos, en un pasaje del libro dice
que “hay un momento de la vida en que cada hombre o cada mujer descubren
quiénes son”. En tu caso, ¿cuándo descubriste que querías ser escritor?
-Supongo
que fue algún día de marzo del ‘81. Estaba en Madrid y un tiempo antes me había
enamorado por primera vez. El amor a veces te pone muy ridículo, pero también
te hace madurar un poco. En ese entonces, tenía cerca de veintidós años y estaba pensando
qué hacía con mi vida. Por un lado, había hecho muchas cosas, pero por otro, no
había hecho nada. Escribir era una de las cosas que hacía pero nunca lo había
pensado como un oficio.
-Hasta que decidiste intentarlo, ¿qué
otra cosa pensabas que podías llegar a hacer?
- Antes
de escribir, probé pintar y actuar. En Madrid toqué la guitarra mucho tiempo en
el Metro y en bares. No sé por qué, pero recuerdo que cerca de esto que te
estoy contando, había leído una autobiografía de Paul Cézanne y el tipo en un
momento cuenta que se había encontrado con una mujer mirando sus cuadros y esta
señora le preguntaba por qué pintaba. A él lo único que se le ocurrió decir fue
que pintaba porque le gustaba despertarse tarde. Eso fue algo que me quedó
grabado. Entonces, yo también quería hacer algo que tuviera que ver con el
arte. No quería levantarme temprano.
-Y desde que descubriste que querías
escribir hasta que lograste publicar, ¿fue muy difícil el camino?
-
Según la gente que yo más quería, las primeras cosas que escribí eran muy
malas. Ahí me di cuenta de que lo mío era una vocación. Porque si te dicen que
hacés algo mal e igual lo querés hacer, atrás hay una vocación. Publicar,
publiqué cuando volví a Argentina, apenas subió Alfonsín.
-Apenas volviste a la Argentina,
¿empezaste a trabajar de bibliotecario?
-No,
eso fue después, en el ‘87.
-¿A la par que uno piensa en ser
escritor, en este país uno tiene que pensar de qué va a trabajar?
-No
sólo pensarlo, sino que además tenés que decidir muchísimas cuestiones todo el
tiempo. En algún momento, cuando ya había publicado varios libros, me aparecieron
ofertas de trabajo, que por ahí eran mejores en lo económico y en el poder
entre comillas que podía acaparar en el sistema literario argentino. Pero a
partir de que empecé a trabajar como bibliotecario, me di cuenta de que era un
trabajo escasamente estresante. No tenés que andar preocupándote por tratar de
ser jefe o de ninguna otra cosa que te puede pasar trabajando en otros ámbitos.
Por eso estar en una biblioteca, para mí era y es el trabajo ideal. Me da un
lugar y un tiempo extra que de otra manera no lo hubiera tenido.
-Siempre que hablás de influencias
nombrás a Sarmiento y Cervantes. ¿No leés a tus contemporáneos?
-Antes
tal vez los leía un poco más. Por lo general, leo uno de los libros de cada uno
y si me interesó vuelvo y si no, no.
-¿Pero preferís no dar nombres?
-Puedo
dar nombres, pero me parece que es otra la cuestión. Un escritor cuando nombra
sus influencias, en general no nombra a sus contemporáneos, pero no porque
exista una competencia, sino que las influencias tienen que ver con quiénes
escribís vos. El escritor no escribe solo, escribe con otros. Uno construye su
manera de escribir a partir de las lecturas y de lo que han significado cada
una de ellas y lo que has trabajado cada una de ellas. Eso es muy difícil que
se dé con un contemporáneo porque esa es una persona que está haciendo el mismo
trabajo que vos, pero tal vez con otros escritores dándole vueltas en la cabeza.
-¿No creés que de la mala literatura
también se aprende?
-Absolutamente. Se aprende
mucho más fácil de la literatura mala que de la buena. Es como la gramática,
cuando uno lee algo que le gusta mucho, le cuesta más sistematizar por qué.
Sabe que le gustó porque lo siente en el corazón y en la cabeza, pero hay que
trabajar demasiado para descubrir cuál es el motivo real de eso que te ha
gustado. Me refiero no sólo a las historias, sino también a cómo escriben, qué
palabras eligen y dónde las ponen, cosas que solamente hacemos los escritores.
En cambio, lo malo es muy pedagógico. Cuando uno lee algo que no le gusta,
bastante rápido uno sabe por qué. Por ejemplo, en mi infancia leí mucho unos
libritos de historias de cowboys muy malas. Con el tiempo me di cuenta de que
esas lecturas en buena medida forman parte de mi estética. A mí me cuesta mucho
escribir una comparación. Tengo muy pocas comparaciones y cuando las pongo,
tengo que saber muy bien por qué las pongo. Eso me pasa porque estos libros
estaban llenos de comparaciones y eso pasó a mi estética de una forma negativa.
Ver que eso no me gustaba fue bastante fácil de ver. Ahora, ver por qué me
gusta Cervantes es algo más complicado y me llevó muchos más años descubrirlo.
- Antes hablabas de las palabras que
elige cada escritor. Cervantes tiene un lenguaje muy lejano y tus
contemporáneos claramente uno más actual. Desde ese lado, ¿sí te influyen tus
contemporáneos?
-Que
la lengua de Cervantes me quede lejos no quiere decir que no pueda ver,
descubrir y describir el trabajo que él hace con la lengua. Eso lo puedo hacer
con él como con un contemporáneo. Algo que aprendí de Cervantes es el hecho de
no representar el habla de un momento histórico determinado, sino crear lenguas
artificiales. Cervantes en el Quijote
no escribió como se hablaba en esa época, sino que lo que hizo fue crear una
representación de la lengua muy rara hecha en función de cómo se escribían los
libros de caballería que ya tenían más de cien años. Todas las representaciones
que se quedan pegadas a la realidad de un habla en determinado momento
histórico, dicen algunas cosas sobre ese momento, pero también las esconden. Me
interesa mucho más la significación que pueda crear un lector a partir de algo
que no le resulte cotidiano, sino fantástico. Creo que la lengua es el gran
olvidado de mucha crítica literaria. Sin embargo, es el lugar donde se produce
la literatura.
-Yendo a Tacos altos, ¿Cuál fue el disparador que te llevó a escribir una
novela china?
-En
primer lugar, mis intereses personales, que son básicamente el tema de la
soledad, la incomunicación y la violencia. En segundo lugar, tengo un
encantamiento con lo chino. En general, el porteño no se lleva tan bien con lo
chino como me llevo yo. Luego, el nacimiento de la novela tiene que ver con un
hecho real que sucedió en el año 2013 a partir de una huelga de policías que
hubo en casi todo el país, menos en la capital. Durante esa huelga, en el país
murieron cerca de veinte personas. En el Gran Buenos Aires murió una sola, que
es el padre de la protagonista de la novela. Esa noticia, que apenas salió en
dos diarios digitales, con muy poco espacio y con muchas contradicciones entre
ambas notas, de algún modo también funcionó como disparador.
-Cuando ganaste el premio Clarín fuiste
con tu hijo a recorrer China. Ese viaje, ¿fue una especie de trabajo de campo
para escribir la novela? ¿Te pusiste investigar sobre su cultura?
-Leí
muchas cosas sobre la cultura china, pero la verdad es que no investigo para
escribir mis libros. Por ejemplo, conozco Suzhou, que es uno de los lugares
donde transcurre la novela, pero no conozco Glew que me queda mucho más cerca.
Si yo fuera un escritor que se preocupa por la representación de la realidad,
debería haber ido. Pero yo decidí no ir porque prefiero imaginarme cómo es
Glew.
-Antes decías que el porteño no se lleva
tan bien con lo chino. ¿Qué grandes diferencias hay entre ambas culturas?
- Yo
creo que la cultura en un gran porcentaje tiene que ver con cuestiones
automáticas. Yo me levanto y tomo mate. No pienso si es mejor el mate, el té o
el café y entonces decido qué me conviene tomar. No, tomo mate porque nací en el campo y en el
campo tomar mate es algo natural. Es natural culturalmente.
En
cuanto a los chinos, a mí me parecen los seres más prácticos que conocí. No me
parecen muy espirituales, sino que los veo sumamente materialistas y con un
cúmulo de supersticiones infernales. Ellos, durante el día, hacen un montón de
cosas de forma automática por pura superstición. Como por ejemplo el hecho
de tratar de sentarse siempre mirando
hacia el este. En china los móviles que tienen el número cuatro se venden
muchísimo más barato, porque el número cuatro es lo peor que les puede pasar en
la vida.
-Con Tacos
altos volviste a Anagrama después de muchos años, ¿Cómo fue la vuelta?
-En
realidad nunca me hubiera querido ir de Anagrama. Yo fui finalista del Premio
Herralde en el año 90 con una novela que se llama Miguel, que es una
autobiografía ficticia de Cervantes. Cuando Herralde la publica me dice que
había que cambiarle el título, que había que ponerle Yo, Cervantes. Que era
mejor avisarles a los lectores de qué se
trataba, yo me negué a cambiarlo. También me dijo que en la tapa quería que
estuviera la que se supone que es la foto de Cervantes, yo en cambio prefería
algo que tuviera que ver con el Quijote. Además, quería que sacara un prólogo
muy corto porque la parecía mucho más divertido cómo empezaba después; yo
tampoco acepté. Cuando yo no acepté todo eso, él lo aceptó e incluso decidió
publicarla, pero me dijo la diferencia entre hacer una cosa y otra son miles de
ejemplares vendidos. Yo volví a insistir en mi postura y le contesté que los
libros se van a vender igual. Efectivamente, tuvo razón y el libro no se
vendió. Al tiempo, le mandé otra novela y él me contestó que no, que ya
habíamos probado. Después nunca más le volví a mandar nada. Con los años me lo
he encontrado en distintas ferias del libro, pero no volvimos a hablar del
asunto. Hasta que me lo encontré en Frankfurt hace dos años y me dijo ¿por qué
nunca más me mandaste libros? A partir de esa charla, decidí mandarle esta novela
y por suerte le gustó. Esta vez fue distinto. Tacos altos no era el título de mi novela y tampoco eran así la
tapa y la contratapa. Todo lo eligió él. Mi título era El humo tiene siempre ganas de cielo . A él le pareció muy poético,
pero inútil para vender un libro. Me pidió un listado de títulos y entre los
que le mandé eligió Tacos altos. Así
que si ahora el libro no funciona, al menos no es mi culpa.
-Después de tantos libros, ¿qué te
gustaría que pasara con tu literatura?
-La
literatura pasa pero no en los libros, pasa todos los días cuando estoy
escribiendo. A mí lo que me pasó siempre es que yo me divierto mucho
escribiendo. Puedo tener un día que no me sale nada, pero jamás diría que la
paso mal.
-¿Y estás pendiente de la circulación que
puedan tener tus libros o es algo que no te afecta?
-Hay
como una doble vida. Una tiene que ver con el trabajo de todos los días y otra
que tiene que ver con el ahora, con recibirte a vos para esta entrevista.
Obviamente, ahora estoy esperando que el libro se venda porque eso por ahí me
asegura que yo vuelva a publicar con Herralde. Pero eso tiene que ver con otra
vida, llamémosla la del vendedor de libros. Esa vida ocurre muy de tanto en
tanto y dura muy poco tiempo.
-En tu literatura hay dos corrientes
estéticas: una más ficcional en la que podríamos incluir a Tacos altos y gran parte de tu obra y otra más autorreferencial con
libros como Papá, La Patria o Países bajos. ¿En cuál de las dos estéticas te sentís más cómodo?
-Hay
momentos en los que tengo ganas de una cosa y momentos en los que tengo ganas
de otra. Ahora, si veo todo como si fuera un camino, estoy más cerca de esta
ficción más riesgosa que no tiene nada que ver con lo personal.
-Y de casi de esa veintena de libros que
llevás publicados, si tuvieras que quedarte con uno solo, ¿cuál sería?
-En
la vertiente de lo personal, Papa es
un libro fundamental para mí y en la vertiente más ficcional Montevideo es un libro que me gustó
mucho escribir. Pero te confieso algo, cuando estoy escribiendo un libro, a mí
me encanta el libro que estoy haciendo. Pero cuando lo termino me doy cuenta de
que es una porquería, que otra vez me faltó muchísimo para conseguir lo que quería
y por lo tanto, no me gusta. Por lo general, los libros salen mucho tiempo después
de que uno los termina, entonces cuando salen, tenés que dar entrevistas y
realmente uno piensa que ese libro no vale la pena. Con Tacos altos es la primera vez que el libro me sigue gustando y ya
pasó más de un año desde que lo terminé.
-En alguna nota vieja leí que tuviste
una época en la que no leías los diarios ni mirabas los noticieros. ¿Puede un
escritor aislarse de todo?
-No
estás aislado nunca. Las cosas importantes siempre te llegan. A mí me cuesta
mucho abrir una noticia. Las pocas noticias en las que entro son las que me
dicen algo de nuestra cultura. Como ésta sobre el chino que murió en el
supermercado, que retomo en la novela. Me acuerdo que una vez vino Borges a la
facultad y uno de los alumnos le preguntó por qué nunca había escrito sobre la
realidad y Borges le respondió “¿Qué es la realidad?”. Yo estoy de acuerdo con
él. Porque esté más informado no voy a estar más en realidad. Mi mamá tiene 84
años, ve los canales de noticias durante todo el día y piensa que todo el
tiempo le van a entrar robar. Tal es así que llenó la casa de rejas. Por más que
ella haga eso, no creo que viva más en la realidad que yo. Porque eso es una
representación, hay gente que elige lo que vos a ver de la realidad. Nabokov
decía que realidad y libertad son palabras que solamente quieren decir algo
cuando van entre comillas. Es imposible definirlas y que nos pongamos de
acuerdo. ¿Desde cuándo leer un diario te hace vivir más en la realidad?
-Sé que te gusta mucho hacer trabajos de
carpintería, ¿qué similitudes encontrás entre los dos oficios?
-Hago
trabajos de carpintería pero también hago muchas otras cosas de la casa, como
pintar o plastificar los pisos. Las hago primero porque me hace bien meterme
con lo manual y segundo porque hay una relación que yo he encontrado entre
ambos oficios. Cuando hago este tipo de tareas consigo algo bastante similar a
lo que consigo cuando escribo: no pienso en nada más que en lo que estoy
haciendo. Si estoy pintando, clavando o cortando una madera, me cuesta
muchísimo pensar en otra cosa que no sea eso. Hacer estas cosas es una de las
pocas maneras de tener la mente en blanco. Para mí escribir también es tener la
mente en blanco.
Publicada originalmente en la revista Quid, julio 2016.
muy buena entrevista, felicitaciones al entrevistador por el trabajo realizado.
ResponderEliminar