Nando Varela Pagliaro
“La ficción está terriblemente devaluada en la Argentina, en
gran medida por los libros políticos y periodísticos”, dice José Pablo
Feinmann, que acaba de publicar Bongo, infancia
en Belgrano R y otros cuentos y nouevelles. “Es un libro de casi 500
páginas, que es algo totalmente inusual porque los libros de cuentos suelen ser
la preparación de los escritores para escribir cosas más ambiciosas”, señala
el filósofo sentado en la misma silla en la que escribe todas las noches. Ese
es su lugar en el mundo. Atiborrado de libros y obsesiones, ahí trabaja intensamente
desde las doce a las ocho de la mañana. Sólo sale del búnker para hablar con su
mujer o distraerse con Koshka y Buñuelo, dos gatos persas que merodean cada
rincón del departamento. Según cuenta, podría dividir su vida en cuatro partes:
“Infancia”, “Estudio y militancia”, “Cáncer, golpe y neurosis” y “Segunda
oportunidad”. “Quizás pocos tipos que han tenido una segunda oportunidad la
sintieron tan merecidamente y la aprovecharon como lo hice yo. De ahí que haya
laburado tanto”.
-Ya desde el título, la
infancia es algo que está muy presente
en el libro ¿Llega un momento en que todo escritor tiene la necesidad de
revisar su pasado?
-Cuando yo debía andar los cincuenta, una vez me encontré
con Carlos Gorostiza y me dijo: “¿no te pusiste a revisar la infancia?” “No, no
se me da por revisar la infancia”, le dije y él me respondió: “Te faltan unos
años”. Efectivamente unos años más tarde me vino una gran nostalgia por la
infancia. Cuando cayeron muchas cosas en mi vida, cuando me fui desilusionando,
cuando me fueron quedando pocas grandes certezas, la gran certeza que se
mantuvo siempre fue que tuve una infancia feliz. En Belgrano R, que en los
cincuenta era un paraíso. Tenía una linda familia y un hermoso chalet que
todavía está: es la casa que hace diagonal con la iglesia San Patricio, donde
mataron a los curas Palotinos. Cuando pasó lo de los curas pensé: “estos hijos
de puta hasta me tenían que arruinar la infancia”. Pero pese a esa tragedia,
volví a Echeverría y Estomba y está el chalet porque el arquitecto que lo
compró conservó todos los materiales más nobles. Me dejó pasar. Entré y fui a
la escalera de madera. En el rellano, cuando tenía unos siete años, yo había
hecho un agujero para jugar a las bolitas y tantos años después, me fijé y el
agujero todavía estaba. Menos pronunciado, pero estaba. Esas cosas son muy
mágicas: me dieron ganas de sacar unas bolitas y ponerme a jugar.
- En Bongo hay un cuento desopilante que se
llama Dieguito en el que un chico se
encuentra con la cabeza ensangrentada de Maradona. Son muy graciosas las
interpretaciones de esa tragedia que hace cada uno según el partido político
que represente. En su literatura, ¿casi siempre se termina metiendo lo político?
-Estos cuentos tienen muy poco de político, en general en
las novelas que escribí sí hay mucho de político. Últimos días de la víctima es una novela política escrita bajo la
dictadura. Todo el clima opresivo y sofocante es también el que vivíamos en ese
momento. Pero también entonces deberíamos decir que la literatura de Kafka es
política. “Sin que nadie supiera por qué Josef K. desapareció una mañana”. Eso
parece escrito en 1978 en la Argentina. Es la genialidad de Kafka la que
anticipa todo lo que vendría. Aunque no se lo haya propuesto, los cuentos de
Kafka son muy políticos. Ojalá los míos también lo sean. Creo que los
escritores que se alejan de lo político, al final lo político también los
agarra. Lo mejor es fijar una posición para saber dónde uno está parado, sino
en cualquier momento te puede pasar algo sin que sepas por qué te pasa.
-En estos días se
tomó una escena de Últimos días de la
víctima en alusión a la muerte de Nisman, ¿cómo le cayó eso?
- Eso me llenó de orgullo. Lo llamé a Aristarain y le dije:
“Adolfo, ¿te das cuenta? Treinta años después seguimos vigentes con la
película”. Si hablamos de la vigencia de una novela o por qué fue escrita, te
diría que fue escrita justamente para mostrar el asesinato en la modalidad de
lo oculto, pero la novela también dice que la realidad se hace a través del
crimen, como la política se hace a través del crimen.
-Recién decía
que lo mejor es fijar una posición,
¿conviene siempre manifestar la ideología para un escritor?
-En estos doce años hay muy pocos escritores argentinos que
se jugaron políticamente o que opinaron. Guillermo Martínez es un tipo que dio
su opinión, que fue a 678 y encima Orlando Barone se equivocó y lo trató mal.
Después Ricardo Foster le dijo a Barone: “¿Cómo tratás mal a un escritor
argentino que va y dice que votó por el kirchnerismo, pero que tiene algunas
objeciones?” No recuerdo muchos otros escritores que hayan hablado; los
ensayistas sí han hablado, pero los escritores son muy pocos.
- Hace poco lo
entrevisté a Guillermo Martínez y me dijo que “en el mundo literario tener
éxito es un pecado”. Manifestar cierto apoyo ideológico, ¿también es un pecado?
-Es el mismo pecado que el del éxito. Yo también tuve éxito
y mi primera novela me la filmó nada menos que Aristarain. Eso sumado a mi peronismo determinó que
cuando se abre la facultad alfonsinista del ‘84, yo no entré en ninguna cátedra
y todavía sigo sin ser estudiado. A esta altura me importa un pito, porque ya
estoy hecho. Además sé que mientras siga vivo, voy a seguir escribiendo.
-¿Cree que no es
incluido porque hay un ensañamiento?
-Conmigo creo que siempre hubo una cosa con la cuestión del
peronismo. Al menos durante el alfonsinismo. Luego, Beatriz Sarlo escribe una
nota en Clarín sobre los libros de la dictadura y no menciona mis dos novelas.
Eso fue en pleno kirchnerismo y claro, ya es política. Este es un K, no lo voy
a mencionar. Pero por mí está bien porque en última instancia yo no sé quién se
perjudica. En esa nota, para mí, se perjudica ella porque es evidente que si
tenés que hablar de la literatura bajo la dictadura, tenés que hablar de Últimos días de la víctima y de Ni el tiro del final. Ahí ya hay una
bronca política y también está el odio. No digo por parte de Beatriz, pero sí
por parte de Clarín. Hay muchos escritores que prefieren no opinar nada, pero
tener una tapa de Ñ por año. Para algunos ese costo es muy alto. Para Ñ yo no
existo y tampoco existo para La Nación. Bongo
ni siquiera lo comentaron y si lo comentan, mejor que no lo comenten. Los dos
tomos sobre el peronismo que son más de mil seiscientas páginas, los comentaron
en quince líneas.
-Ya que empezamos a
hablar de política, en su novela Timote imagina
un diálogo entre Aramburu y Fernando Abal Medina en el que Aramburu le dice que
podría contarle cosas aborrecibles sobre Perón y Abal Medina le responde que no
se gaste, que desde chico escuchó cosas aborrecibles sobre Perón que lo
hicieron peronista ¿Piensa que algo parecido pasó con la juventud y el
kirchnerismo?
- Yo no entiendo cómo Clarín lleva una política tan torpe.
La gente común se cansa de leer malas noticias. Clarín y La Nación no van a
decir que hay algo bueno porque lógicamente se le va a atribuir al gobierno.
Pero con esa política les amargan la vida a sus lectores. Tiene el efecto
paradójico porque cuando Goebbels decía “mil repeticiones hacen una verdad”, se
podría decir que es cierto, pero mil repeticiones también te hartan. La
oposición no tiene entidad ontológica. Ser opositor es simplemente oponerse a
lo que hace el gobierno. Así pierden identidad y por eso no pudo existir una
oposición en doce años. Entonces, los jóvenes necesitan creer en algo y el
kirchnerismo los entusiasma más porque ofrece una módica utopía. Te digo módica
utopía porque no se puede tener otra utopía en este mundo en el que estamos
viviendo. Otra cosa que tiene de atractivo el kirchnerismo o preferiría decir
el cristinismo, porque a ella le tengo un gran respeto, es la política de
Derechos Humanos. Realmente ahí los jóvenes ven que hay una justicia. Tanto
odian a las Madres de Plaza de Mayo, pero es por ellas que no se mató a ningún
militar. En este momento del capitalismo lo único que podemos hacer es tratar
de disminuir el sufrimiento y la violencia.
-¿Cómo cree que será
recordada esta década y usted, como uno de los intelectuales más emblemáticos?
-Las versiones de la historia son muchas y siempre van a
estar chocando. Esa frase de Nietzsche: “no hay hechos, hay interpretaciones”,
hay que decir ante todo que hay interpretaciones porque hay hechos, pero
después vienen las interpretaciones de los hechos. Creo que dentro de cuarenta
años yo voy a ser un objeto de esta década y habrá distintas interpretaciones.
Una vez Luis Majul escribió sobre mí: “de filósofo progresista a alcahuete del
poder”. También el que escribió eso va a tener que dar cuentas de haberme
llamado a mí alcahuete del poder porque si alguien pudo haber sido funcionario
fui yo, porque al primero que llamó Kirchner fue a mí. En la primera
entrevista, con cautela, me dijo: “Te necesito, pedime en qué querés estar.”
“En nada”, le dije. “No puedo ser asesor tuyo porque si soy asesor tuyo, pierdo
mi individualidad y vos también perdés la tuya. Van a decir que decís lo que yo
te digo y yo que soy un alcahuete del poder”, como dijo este periodista con muy
mala leche. Deberían repasar la historia y respetarme más. Tendrían que decir:
“Mirá este tipo, tuvo todas las oportunidades y no agarró nada”. Pero no agarré
porque me gusta tanto escribir y estar acá en este lugar tan pequeñito, pero
tan mío, que para qué me voy a ir a una Secretaria de Cultura a recibir a un
conjunto folclórico a las ocho de la mañana, cuando yo a esa hora duermo. Yo le
dije a Kirchner: “Creá el Ministerio de la Noche y por ahí me ocupo de eso”.
-En La última invasión de Buenos Aires, uno
de los cuentos de Bongo, alude a la
influencia de Susana Giménez en nuestra incultura. Los intelectuales, ¿deberían hacer un mea culpa por el lugar que este tipo
de personajes ocupan dentro de la sociedad?
-Por supuesto que habría que hacer un mea culpa, pero yo no.
Yo lucho dentro de los medios. Voy a grabar la novena temporada de Filosofía aquí y ahora, voy a hacer un
programa de radio para la Universidad de Córdoba y estoy en Página 12. Para los
filósofos eso es aberrante. Entonces, ¿qué hacés? ¿les regalás la cancha? No,
hay que meterse, pero también hay que tener condiciones y convencer a quien te
está escuchando de que lo que vos decís tiene contundencia. Porque uno habla de
otras cosas y no pone minas para convencerlo. Siempre trabajo con esa frase de
Sartre: “Uno es lo que hace con lo que hicieron de él”. De vos van a intentar hacer siempre una basura
porque el sistema funciona mejor con los zombies: las corporaciones y el
mercado van a funcionar mejor si no hay nadie que lo critique.
-Nombró a su programa
en Encuentro ¿Se imagina qué podría pasar con el canal si hubiera un cambio de
gobierno?
-Eso va a definir al gobierno. El canal Encuentro tomó tanto
poder, en cuanto llegada a la gente, que quién se puede atrever a cerrarlo. Es
toda una definición política.
-Comentaba que sus
dos tomos sobre el peronismo los reseñaron en quince líneas. A pesar de eso,
¿sigue leyendo los suplementos culturales?
- Casi no los veo. A
veces leo Ñ o ADN, pero para enterarme
de cómo les va a los otros. No voy a encontrar nada sobre mí ahí y menos nada
bueno. Yo sé que de ahí soy un excluido. Pero bueno, tengo mi diario, hace
veinticinco años que estoy en Página. De todos modos, creo que los otros medios
deberían respetarme por mi trayectoria: hace cuarenta años que estoy en la
cultura. No me tienen que tratar como un sujeto político, para ellos soy K.
Después de haberme pasado la vida estudiando, dando clases, escribiendo, te
reducen a una letra: sos K.
- Saliendo de la
política y los medios y volviendo a la literatura, su tiempo lo divide entre lo
que quiere escribir y lo que quiere leer. Esas lecturas, ¿incluyen a autores jóvenes?
- No creo en el deber del escritor maduro de leer a los
jóvenes, más bien en el de los jóvenes en leer a los maduros. A veces noto que
tienen mucha necesidad de seguir leyendo antes de escribir. Cualquiera cree que
puede escribir, pero no es así. No es fácil escribir.
- Es difícil escapar
a la impresión que genera su productividad literaria. Cuando mira para atrás y
ve todo el tiempo que le dedicó a la literatura, ¿en ningún momento siente un
poco de arrepentimiento?
-Jamás. Escribo desde los ocho años. Los cuentos sus Dos deberes y Sherad que están en Bongo,
realmente no son los que están en el libro, pero yo sí los escribí a esa edad.
No los recuperé porque uno cuando llega a la adolescencia y entra en la facultad
se vuelve tan tonto que tira todo lo que escribió de pibe. Siempre me apasionó
la literatura y la filosofía.
-Pero, por haberle
dedicado tanto tiempo a la literatura, ¿no se siente en falta en otros
aspectos? ¿Familiares, por ejemplo?
-No, porque me ocupo de lo familiar. Escribo mucho, pero
cuido a mi mujer a mis dos hijas y a mis amigos. Claro, no voy a cócteles ni
presentaciones. Ya estoy cansado de todo eso. Hago una vida dedicada
esencialmente a escribir, a pensar y en lo posible tocar algo el piano. Esa sí
es mi gran frustración, esa fue mi gran elección. Yo estudiaba mucho piano
hasta que a los diecisiete años un maestro me dijo: “Te estás engañando: o
seguís filosofía o estudiás piano seriamente”.
-¿A veces siente que
se arrepintió de esa decisión?
-Cuando escucho tocar a Martha Argerich.
-Alguna vez dijo que
le gustaría escribir como Martha Argerich toca el piano.
-No te diría rotundamente que escribo como Martha Argerich
toca el piano, pero sí te diría que escribo con mucha musicalidad. De eso estoy
seguro. El sentido del ritmo que yo siempre tuve al tocar el piano, lo
encuentro en mi prosa.
Publicado originalmente en el Suplemento de Cultura del diario Tiempo Argentino.
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