Nando Varela Pagliaro
“Si
vos me decías de hacer esta entrevista en mi casa, yo te hubiera dicho que no.
Vamos a un bar porque no me gusta estar sentado en mi casa hablando. Los pocos
amigos que me han quedado no conocen mi casa. Mi hermana hará diez años que no
viene. Si me quiere ver, nos vemos en el bar. En el bar encuentro el equilibrio
perfecto entre soledad y compañía. Es como una ficción de compañía y a la vez
lo que yo quiero, que es estar solo”. El que habla, sentado a una mesa del clásico
Bar La Orquídea de Avenida Corrientes, es Martín Kohan. El mismo que en Dos veces junio se preguntaba: ¿A partir
de qué edad se puede empezar a torturar un niño? Esa novela de 2002 fue la que
lo colocó en un lugar de prestigio entre los autores de su generación. Luego
vendrían Segundos afuera, Museo de la
revolución, Cuentas pendientes, Bahía Blanca y Ciencias morales, por la
cual ganó el Premio Herralde en 2007 y fue llevada al cine como La mirada invisible. Esta vez la
violencia, enfocada más precisamente en la guerra, vuelve a ser el centro de su
discurso, pero en forma de ensayo. En El
país de la guerra (Eterna Cadencia Editora), Kohan realiza un análisis sobre
los textos de Domingo F. Sarmiento, Bartolomé Mitre, Juan Bautista Alberdi,
José María Paz, José Hernández, Leopoldo Lugones, Rodolfo Walsh, Fogwill y Carlos
Gamerro, entre otros, para ver de qué modo sirvieron para exaltar lo bélico y
el culto de la gloria militar.
-En el libro hablás de
Mitre como el gran edificador de héroes patrios, ¿Por qué creés que a la hora
de fundar un mito de origen puso el foco en la guerra y no el pensamiento?
-Son
claramente opciones ideológicas y narrativas a la vez. No se trata meramente de
una vertiente historiográfica, de una preferencia ideológica en un sentido
acotado, sino más bien en un sentido más amplio. Tiene que ver con la idea de
un diseño de modelo de país. Lo pongo en Mitre porque en él ha habido una gran potencia
narrativa. Sin dudas, la idea de un país fundado en la ética de guerra es una
decisión ideológica muy fuerte de Mitre, pero a mí me interesaba subrayar el contrapunto
de Alberdi. Eso me permitió señalar que el diseño de argentinidad que tenemos y
del que participamos fue uno que admitía alternativas. Podría haber sido otro y
el país habría sido otro.
-Esa construcción de
nuestra identidad que edificó Mitre ¿no creés que ya fue derrumbada por los
historiadores revisionistas e incluso por el kirchnerismo mismo? Más de una vez
Cristina ha hablado de Moreno y Castelli, por ejemplo.
Yo
creo que el paradigma es muy fuerte y todavía se sostiene. A menudo los
paradigmas así de fuertes se sostienen en buena medida por su capacidad de
absorción de aquello que se constituye para afectarlos. Me parece que hay zonas
que el revisionismo vino a cuestionar en términos de determinadas inversiones. Hay
una clara intervención sobre la figura de Sarmiento o de Rosas, no así sobre la
figura de San Martín, que queda fortalecida, dispuesta en otro lugar, subrayada
como aquel que donó el sable corvo a Rosas, pero fuera de zona de revisión. Por lo tanto,
lo más sustancial del paradigma queda en pie. El caso del kirchnerismo es
distinto y lo veo en todo caso como un fenómeno de complementación. Me parece
que viene a equilibrar un reparto de los factores que hacen a la argentinidad y
creo que en ese sentido fue muy fuerte lo que ocurrió con las exaltaciones de
la argentinidad del Bicentenario, que en parte no estuvieron previstas, sino
que fue algo que sorprendió incluso a sus ejecutores.
-Si volvemos a Mitre y la construcción del
mito fundacional, ¿Hay una relación entre el lugar que ocupa hoy el intelectual
y la edificación mítica de Mitre?
-Me
parece que hoy no hay un único lugar del intelectual. Por lo tanto, habría que
ver casos y posiciones, pero de todos modos, diría que no deja de ser una
construcción cuya potencia se sigue verificando. El revisionismo fue y sigue
siendo insuficiente. En El país de la
guerra el nudo de lo que estoy queriendo interpelar es la preponderancia de
la dimensión bélica y de la figuración de próceres de guerra en la
configuración imaginaria de la identidad argentina.
- Entrando en la
actualidad, pero siguiendo con el lugar del intelectual, hace poco Beatriz Sarlo
estuvo en el programa de Alejandro Fantino. ¿Pensás que los intelectuales deben
ir a esos espacios o el discurso pierde valor en lugares así?
No
voy a decir “deben” porque parece que les estoy diciendo a los demás lo que
tienen que hacer, pero a título
personal, me entusiasma muchísimo ese tipo de intervención. Creo que Fantino tiene una virtud que otros
no tienen que es que sabe lo que no sabe y ese es un gran mérito. Ese es un
lugar muy adecuado para un periodista porque te puede ayudar a preguntar bien.
Puede salir una muy buena entrevista a partir de alguien que no sabe y lo asume
y no quiere explicarle Bourdieu a Beatriz Sarlo. Junto con Josefina Ludmer,
Ricardo Piglia y David Viñas, Sarlo es una de los referentes que me ha marcado
en mi formación universitaria. Para mí es un modelo de posición intelectual. En
cualquier ámbito: en Viva o en Punto de Vista, en Harvard o en lo de Fantino,
siempre es sólida y siempre es rigurosa. Esté yo de acuerdo con las posturas
que toma o no.
-Volviendo al libro, a pesar de las grandes gestas militares de los
comienzos, luego de la dictadura y de Malvinas, la palabra militar perdió el
prestigio que alguna vez tuvo. ¿Creés que es posible que alguna vez lo recupere
y que al decir militar no pensemos primero en torturadores y genocidas?
Espero
que no, ¿para qué nos serviría el prestigio militar? Un ejército siempre se
encarga de preservar el orden existente, lo cual no necesariamente supone
tortura y represión o terrorismo de estado, pero contempla también esa
posibilidad. Cuando esa posibilidad extrema no se da, el ejército no deja de
ser una institución destinada a mantener las relaciones de dominación social. La
única figuración de guerra que me podría llegar a entusiasmar es la guerra
revolucionaria. El único hombre de armas, cuya figuración me parecería valiosa,
es la figura del revolucionario.
-En el libro te referís
al Che Guevara como al guerrero sin guerra. ¿La guerra revolucionaria de los
sesenta y setenta tuvo un lugar de significación en la vida política argentina?
La
tuvo en parte y diría que esa es una cuestión meramente abierta. La idea de que
la figura del Che ha sido despolitizada y desideologizada es una idea ya
evidente, pero al entrarlo en clave de guerra, se puede advertir hasta qué
punto no sólo se lo ha despolitizado, sino también se lo ha desmilitarizado
para despojarlo de la dimensión del guerrillero y del combatiente. En cuanto a
la guerra revolucionaria, no se agota en el Che. De hecho los capítulos
respectivos en el libro los he pensado menos como un señalamiento que como una
intervención, porque creo que todavía son cosas que aún están abiertas a
discusión en el presente. Considerar si hubo o no una guerra era una manera de
hacerle el juego a la coartada de los represores, sobre todo en el momento que
tienen que dar la cara en los juicios a la Junta. Me parece que ahí también
hubo un entrampamiento por el cual sólo se podía designar a la víctima pasiva,
a la víctima inerte de la tortura y la represión porque traer a colación la
dimensión de una práctica política activa, de una militancia de sujetos
activos, parecía que no podía sino hacerle el juego al “algo habrán hecho”. Con
el paso de los años esto se fue acomodando de otro modo. Ha habido
intervenciones decisivas como La Voluntad
de Caparrós y Anguita, como la intervención de la agrupación Hijos, que inicia
una reivindicación de las prácticas políticas de los padres, de modo que eso
rebota sobre Madres y el kirchnerismo, aunque tengo mucho para discutir ahí,
también ha hecho lo suyo.
- Es conmovedor el capítulo
en el que hablás de la muerte de Vicky
Walsh, la hija de Rodolfo Walsh. Es muy interesante como narrás la disparidad
entre la militancia y los militares.
-
Las guerras suelen ser desparejas. Si es por disparidad, la guerra de Malvinas
también lo fue y toda guerra revolucionaria es despareja porque por definición
un conflicto entre una fuerza insurgente de carácter siempre clandestino frente
a un aparato de represión estatal, siempre es asimétrica. Las guerras de
insurgencias, que en los comienzos son siempre endebles y con niveles de
disparidad muy marcados, cuando se resuelven en victoria revolucionaria, esos
mismos aspectos son épicos. Los doce guerrilleros en Sierra Maestra, que
hubieran sido doce insensatos si eso fracasaba, son doce héroes porque eso
triunfó y el heroísmo tiene que ver con que eran doce. La idea de que no hubo
guerra porque eran doce es equivocada.
Kohan
es muy enfático cuando habla, pero si duda se permite parar, pensar y volver
sobre sus palabras para reforzar lo que cree que no quedó claro en su
respuesta. Entonces, deja Cuba a un costado y retoma el tema de la dictadura: “Lo que yo creo que sucede es que es
más cómodo para todos decir “nosotros la memoria, Videla el olvido”. Es más
cómodo pero es falso porque es mentira que Videla y los militares querían el
olvido, sino que tienen un posicionamiento de memoria muy fuerte. Se consideran
los salvadores de la patria y quieren ser recordados como tales. Eso no es
olvido, es otra construcción de memoria con la cual uno obviamente confronta.
Pero no son los que quieren olvidar todo contra los que queremos recordar todo.
Es una memoria en combate contra otra memoria. Yo tenía quince años en el 83 y
en el imaginario la memoria que inmediatamente se arma es la del Nunca más, que era muy necesaria pero
era esto: “los llevaron, los encapucharon, los tiraron al río, los torturaron,
los picanearon” y si vos preguntabas qué hicieron, en seguida te decían “que
estás queriendo justificar lo que les hicieron”. Pero no es así, a mí me
interesa saber qué hicieron porque no estoy condenando lo que hicieron”.
-Antes hablabas de la épica; ante la ausencia de guerras, es el deporte el que
consigue procurarle nuevos héroes a la nación ¿para nuestra construcción de
identidad es positiva esta épica puesta en el deporte y no en lo militar?
Yo
preferiría que no haya una épica nacional con imaginario de guerra. A mí los
fervores patrióticos no me entusiasman en ningún caso, pero si tiene que
haberlos es mejor que sea con los mundiales, que no muere nadie y no en
Malvinas. A mí me pareció muy interesante, otra vez la memoria y los olvidos y
algo que no es ni memoria ni olvido, sino el recuerdo equivocado. La memoria
colectiva equivocada, cuando todos nos acordamos mal de algo. ¿Por qué muchos
juran haber visto el Mundial ‘78 en colores en Argentina, que no se transmitió
en colores? A mí me parece que hay un dato en esta memoria falsa y es que efectivamente
la campaña de la dictadura en términos de la modernización que el Mundial iba a
propiciar, funda un recuerdo de algo que no existió. De la misma manera que me
llamaba la atención lo del ‘82, “los aviones y los goles”. Cuando hay un solo
partido que se juega antes del fin de Malvinas y Argentina lo perdió uno a
cero. Como ningún patriota festejó el gol de Bélgica, no hubo aviones y goles.
-En el ensayo sobre
Malvinas hablás de una pugna entre el significante héroes contra significantes
tales como chicos, veteranos, ex-combatientes. ¿Por qué es tan difícil
otorgarles un lugar hasta desde lo semántico a los soldados de Malvinas?
Hay
una dificultad objetiva, contrariamente a lo que puede parecer, que es el
problema que plantea cualquier guerra perdida. En cambio, Malvinas es la guerra
que convenía perder. Me parece que eso plantea un núcleo de sinsentido que fue
muy provechoso para la literatura, pero que en otro orden resulta muy
perturbador. Una guerra perdida admite épica, porque hay épicas de la derrota.
A Belgrano las estadísticas le dan en contra, pero no importa porque la
abnegación, el sacrificio y la mitología de su exaltación histórica, el hecho
de meterse en una guerra sin ser militar, es perfectamente recuperable. En
ningún sentido podríamos pensar que por Vilcapugio y Ayohúma la figura de
Belgrano se desluce. Al revés, hay algo de la abnegación, de la inmolación, del
sacrificio del derrotado que alimenta la figura heroica, pero en cambio el
problema en Malvinas es otro. No podemos hacer eso porque esa guerra convenía
perderla o dicho al revés, ganarla hubiera sido una desgracia. Entonces ¿qué
podemos recuperar? En todo caso, el soldado víctima. Pero incluso eso se vuelve
perturbador, porque si se trata de un soldado víctima, ¿es víctima de quién?
Del ejército argentino. Entonces ¿qué paradigma heroico se puede construir con
una tropa que fue víctima de su propio ejército? Con un ejército que fue
victimario de su propia tropa, como antes lo fue de su propia población. El
mismo ejército que desató el terrorismo de estado contra la propia población,
desató el maltrato y la tortura contra su propia tropa.
Kohan
se aparta un poco de la guerra, de la dictadura y de la militancia y se dispone
a hablar de él, algo que mucho no le agrada. Cuando le pregunto por la
construcción de su imagen como escritor, me dice que lo único que tiene de
escritor es que escribe. Su vocación siempre fue escribir y el resultado de eso
es ser escritor. “Otros tienen la vocación de ser escritor y el requisito para
eso ha sido escribir. Parece un juego de palabras, pero creo que eso abre una
diferencia sustancial. Hace poco estuve en una mesa con Carlos Gamerro y me
dijo “yo cuando era chico veía a Borges y quería ser como Borges”. Cuando yo
era chico, yo quería ser como Gatti. De hecho me ponía la vincha y las bermudas
y mi fantasía era esa. Sólo que me gusta más escribir que atajar y lo hago
mejor. No sé si escribo bien, pero atajo peor”, confiesa el autor.
-Alguna vez hiciste
referencia a lo que decía Héctor Libertella cuando hablaba de cantidad y calidad
de lectores. Si tuvieras que elegir, qué preferirías ¿Cantidad o calidad de
lectores?
Lo
ideal sería superar la dicotomía. Lo que yo no estoy es dispuesto a sacrificar
lo que entiendo por calidad en función de la cantidad. ¿Cuántos lectores me
gustaría tener a mí? Mil millones, así además gano mil millones de euros porque
gano un euro por libro. Ahora, la literatura que a mí me gusta como lector y la
que quisiera ser capaz de escribir, tampoco tiene muchos lectores. Entonces, lo
que a mí me gustaría y mi aporte a eso como profesor es formar lectores para
que esa literatura sea masiva. Eso es lo que quiero.
Publicada en el suplemento de cultura de Tiempo Argentino.
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