jueves, 9 de febrero de 2012

Spinetta, el músico que nos salvó la vida


Algunas semanas antes de que la enfermedad del Flaco se filtrara en un diario sensacionalista, alguien, sabiéndome spinetteano, me confirmó que mi ídolo tenía cáncer. Días después, no me sorprendió que en la tapa de la revista Caras Spinetta siguiera brillando entre la mediocridad. La verdad es que no lo vi desmejorado: su figura, aun en los peores momentos, siempre estará asociada a la belleza, a algo refinado y difícil de sujetar. A ese golpe bajo, tan agresivo e indignante, prefiero elegir la discreción que hizo que miles de fans alrededor del país se pasaran la peor noticia con el cuidado que usarían al referirse a un gran amigo. Es que probablemente, Spinetta ha incidido en nuestras vidas tanto como aquellos a los que más amamos. Escucharlo jamás fue el acto mundano de apretar PLAY: significó, literalmente, encontrar un lugar en el mundo. Ahora entiendo que, de alguna manera, quienes escuchamos su obra hemos transitado la vida cobijados por una sensibilidad que, como la de todo gran artista, perdurará más allá de su permanencia en la Tierra.
Cuando me enteré de su muerte no pensé en los discos de las bandas eternas (la parte de su carrera que me obsesiona) sino en que nunca más iré al Auditorium a sacar las entradas para su concierto, en que nunca más preguntaré en AGB si salió "lo nuevo de Spinetta", en que nunca más escucharé en vivo "La herida de París". Su frase emblemática es elocuente: "Mañana es mejor" y su música nunca dejó de sonar en el futuro.
Durante décadas, la música de Spinetta se erigió como núcleo de resistencia ante el avance de la estupidez como forma de vida. Spinetta actuó como antónimo de “frivolidad”, “banalidad”, etc. Durante los 90, incluso, estuvo varios años sin grabar porque no le ofrecían un contrato discográfico a la altura de sus expectativas. "Leer basura daña la salud, lea libros" fue el mensaje del cartel con el que Spinetta salió en la tapa de la revista Gente durante su romance con Carolina Peleritti. Sin embargo, esa postura, pasada de rosca, muchas veces desembocaba en un hermetismo que a veces se confundía con el elitismo, la solemnidad o la pose intelectual. Como si la carga simbólica de Spinetta se hubiese desplazado de su extraordinaria música a su estereotipo (el Artista Complejo, el defensor de la Cultura, el Poeta, es decir, Luis Almirante Brown). En ese sentido, el recital de las Bandas Eternas fue un acto de justicia y una revelación. Spinetta reunió a 40.000 personas en una cancha de fútbol y se reconcilió con su veta popular, aquella que hace que hoy todos estemos llorando, intentando escribir o decir o recordar esa frase de ese tema que sintetice todo lo que sentimos y no podemos expresar. Tal vez Spinetta podría hacerlo: llegado el punto, hacía cualquiera cosa con el lenguaje. "Dios es un mundo en el que amar es la eternidad que uno busca" y "Todas las cosas que se pierden las tiene en un bolso Dios" son versos que se pueden escuchar en dos de sus canciones. Entre una (1976) y otra (2006) hay 30 años. Siempre nos preguntaremos cómo hizo para introducirlos en canciones pop de pocos minutos. En un texto muy reciente, Fabián Casas dice que lloró cuando en el comunicado de diciembre pasado Spinetta le dio vida a un sustantivo y nos dijo, mágicamente: "no paniqueen". En esa imprudencia verbal también advertía toda la esencia de la lírica spinetteana.
Spinetta escribía “Te hallaré en mí como un jarrón” o “Curvas del aire son puertas del blanco barco lento de las horas desvelo”. Se trata de composiciones polisémicas que funcionan en base a su sonoridad, a la forma en que se cantan y al novedoso modo en que están diseminadas en el marco de una canción de rock-pop. Pero Spinetta también era capaz de conmover otorgándole un sentido mayor a frases creadas a través de palabras simples y directas: “Muchacha, te haga reír hasta llorar”; “Oh, mi amor, qué hermosa estás”; “No hagas que me pierda yo en tu corazón”; “Y hoy que enloquecido vuelvo buscando tu querer, no queda más que viento, ¿cómo no queda más que viento?”; “Alguien me hirió y algo más me hirió y luego otro también y me quedé súper herido”. Estas dos vertientes (la que flirtea con el surrealismo, la que se vale de un lenguaje más llano) conforman el universo semántico de un autor totalmente extraterrestre. Musicalmente se valió de distintos géneros en boga (el hard rock, el jazz, el blues, la balada beatle), pero siempre metabolizando la información desde su inédita perspectiva.
Ya todo fue dicho pero nunca viene mal aclarar que su voz era como un instrumento. No sólo a la hora de cantar, sino también en la conversación: la voz de Spinetta es un emblema de la cultura argentina. ¿Quién no lo recuerda preguntando "¿Estamos todos locos o pasó una hormiga, Cacho?" o diciéndole a Mercedes Sosa que estaba saliendo con Britney Spears? En una de esas valijas que entierran para que las las generaciones futuras sepan cómo era la civilización actual, deberían poner una grabación de Spinetta hablando: nunca jamás habrá un tipo con ese tono. No hará falta guardar discos, perdurarán por siempre. Me alegra, en este momento tan triste, tener la seguridad de que dentro de cientos de años van seguir existiendo adolescentes que van a descubrir a Spinetta. De alguna manera es la prueba de que el mundo no es tan horrible.
Todos los días tengo un disco favorito de Spinetta distinto. Hoy no me voy a hacer el original. Elijo Artaud. Es el instante en el que el rock argentino deja de ser un género para convertirse en una cultura. Spinetta asimila influencias literarias y las vuelca a su obra expandiendo ese interés a todos sus seguidores. El rock ya no servía sólo para tener un look atípico y espantar a los padres sino también para elaborar una cosmovisión que contradecía las normas estructurales de la sociedad.
Recuerdo una vieja nota sobre Los Ramones en la que Joey decía que el rock le había salvado la vida. En los últimos años, casi todas las apariciones públicas de Spinetta se relacionaban con su labor en Conduciendo a Conciencia. Alertaba sobre el flagelo de los accidentes de tráfico para que no se siguieran provocando muertes evitables. El Flaco no lo sabía: sin necesidad de ninguna campaña, su música nos había salvado la vida mucho tiempo atrás.
Vía Il Corvino.

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