Para qué abrir las puertas
y sentarse a esperar.
Ya conocemos el final.
La película es la misma
hace ya muchos años.
Quizás la culpa la tenga la casa,
es demasiado chica
para tantos sueños.
Nadie quiere verse
como sardinas enlatadas.
Entonces, no suena muy lógico
seguir esperando.
Mejor resignarse
y cerrar la puerta
de una vez por todas.
Para qué volver a intentarlo,
para qué tropezar con la misma piedra,
si ya sé que soy un hombre de principios
que nunca puede terminar nada.
Ni siquiera este poema.
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