Nando Varela Pagliaro
Me gusta presentar o conocer a los escritores según lo que eligen mostrar en sus datos de solapa. En este caso, la de Rodrigo Manigot dice que nació en 1968 en la Capital Federal, pero que siempre vivió en Castelar, provincia de Buenos Aires; que es músico desde 1990: fue el cantante de los Corazones Solitarios y desde el 2000 es compositor, cantante y letrista en Ella es tan Cargosa, banda de sello Beatle que cumple veinte años de carrera, con la que grabó seis discos y obtuvo premios y nominaciones nacionales e internacionales. En 2019, grabó su primer disco solista: Las cosas que inventás. También estudió Ciencias de la Comunicación en la UBA y trabajó como guionista de programas periodísticos. Hoy coordina sus talleres de análisis y escritura de letras de canciones y desde hace muy poco, conduce Librocks, su propio programa en Radio La Ciudad de Ituzaingó en el que habla con músicos y escritores para saber los secretos que hay detrás de ambos oficios.
En otras oportunidades, en este mismo espacio, ya hablamos con Rodrigo, pero siempre con la música como telón de fondo, esta vez la excusa es Donde no van las melodías, su primer libro de relatos autobiográficos que acaba de publicar la editorial La Crujía.
¿Cómo fue el proceso de escritura del libro?
Absolutamente placentero. En marzo me anoté en el taller de no ficción de Matías Bauso. En abril me pidió que escribiera sobre el primer disco de mi banda. También había empezado, por la pandemia, a trabajar otra vez más en televisión. Los domingos salía del trabajo y, sabiendo que tenía por delante dos días libres, empezaba a pensar en lo que iba a escribir. El lunes a las 6.30 ya estaba en la compu con los mates. Escribía lunes y martes, y el miércoles leía en el taller. El jueves corregía, y así vuelta a empezar. Un capítulo por semana. Sin apuro. El mundo estaba detenido y en suspenso. No había por qué precipitarse.
Durante el proceso de escritura, ¿tenías algún lector en mente?
Sólo a mis compañeros de taller, y al coordinador. Si ellos, que no conocían a casi nadie de quienes yo mencionaba, lo disfrutaban, quería decir que iba bien.
¿Tuviste algunos libros de referencia sobre tu mesa de trabajo?
El año pasado leí dos libros de dos escritoras, justamente canadienses, las maravillosas Mavis Gallant (y sus imbatibles cuentos de Linnet Muir) y Alice Munro (¿Quién te crees que eres?). Esos dos libros eran geniales e inalcanzables, pero tenían un esqueleto que yo venía queriendo copiar: escribir cuentos autónomos, pero que en conjunto pudieran leerse como una novela. Fui por ahí.
¿Es igual el miedo al publicar un primer disco que un primer libro?
No lo creo. Siempre la literatura me pareció un oficio más difícil. Me llevó muchos más años encontrarle la vuelta. En la música siempre estuve rodeado de grandes músicos y compañeros. Si te caés anímicamente (algo que me pasaba unas dos o tres veces por semana) tenía el soporte espiritual de mis compañeros de Ella es tan Cargosa. Al escribir estás más expuesto. Te sacan el banquito, posta.
En el prólogo, Santiago Llach dice que llegás a la literatura “brillantemente tarde”, ¿por qué creés que se demoró tanto este primer libro?
Por muchas cuestiones. Una es que mi potencia creativa estaba enfocada en la música. Otra es una cuestión literaria: me costó leer con más profundidad para poder mejorar mi escritura. Hace dos años empecé a dar talleres, y creo que al enseñar mejoré mucho como lector. La tercera cuestión son los propios obstáculos e inseguridades que tuve, y que me fueron frenando a lo largo de los años.
En tus canciones solés desnudarte bastante, pero el libro todavía es más descarnado. ¿Cuánto te preocupa la lectura que puedan hacer tus personas más allegadas e incluso la gente del mundo del rock?
Probablemente habrá gente que se sentirá ofendida, pero traté de ser honesto, y de contar lo que yo siento y recuerdo. Eso también lo aprendí: a no detenerme por lo que puedan decir los demás. Si no, no avanzás.
Salvo el nombre de una novia que no mencionás o el nombre de un programa de televisión que en realidad es otro muy similar, el libro pareciera ser completamente autobiográfico, ¿hay un porcentaje mínimo de ficción?
Ya recordar es mentir, de entrada. Por más memorioso que seas, es imposible reconstruir el pasado. Además, esto no es un laburo arqueológico. Se parece a mi vida, pero es ficción. Hay mucha más ficción e invención de lo que parece.
Desde hace unos años pareciera que cada vez se escriben más libros autorreferenciales. ¿Compartís esta apreciación? ¿Por qué creés que cada vez hay más de la llamada “literatura del yo”?
Lo veo en mis talleres: hay una limitación de época que quizás venga de las redes. La gente escribe sobre sí misma. ¡Muestra hasta la comida que está preparando! Hay una incapacidad de ponerse en la piel de otro, en todas las esferas, no sólo al escribir. Pero también, hay un exceso de plots y de ficción. Netflix, HBO, etc., todo es series, temporadas que se estiran de más. Y creo que la autobiografía tiene algo de verdad que no es tan simple de reproducir, y que está asociado a la experiencia. Eso garpa, aunque también es cierto que no alcanza. Hay que escribir bien. Y eso lleva tiempo y dedicación.
¿En tu caso lo autorreferencial es una elección o también hay una imposibilidad con respecto a la ficción?
Tengo tres novelas escritas, y un volumen de cuentos, todo ficción, sin publicar. Pero no son buenas, siento, para qué mentir. Y además, cuando en 2014 leí Mi libro enterrado, de Mauro Libertella, fue impactante para mí. Como si alguien me autorizara y me dijera: ‘che, vale escribir sobre la propia vida’. Ahí me cansé de inventar tramas, personajes y lugares que no existían, y empezó otra historia. Pero ahora, que leí a Joy Williams, a Debora Einsenberg, a Andrew Porter…me volaron la cabeza y me dieron ganas de retomar mis ficciones. ¿Por qué no? Son épocas.
Participaste de talleres literarios como alumno y como docente, ¿cómo es tu experiencia? ¿De qué lado disfrutaste más?
Me encanta dar talleres, estoy disfrutándolo mucho, ahí encuentro mucho placer. Y me gusta ir a los talleres como alumno, aunque a veces podés encontrar talleristas jodidos que te pueden dañar. El taller también depende del grupo. El tallerista es como un DT: tiene que motivar bien a los players y saber contener.
“En una oficina un tipo que lee es algo tan extraño como un gato persa”, decís en uno de los textos del libro. ¿Pensás que solo en una oficina pasa eso o ya de por sí hoy un tipo que lee es algo extraño? ¿En el mundo del rock no pasa también?
Sí, pasa en todos lados, tenés razón, pero conozco músicos que se leyeron la vida. Hay de todo.
“No le preguntes a un músico si sigue tocando es como preguntarle si respira”, decís en otro de los textos. Si te preguntara si seguís escribiendo, ¿me dirías lo mismo?
Exactamente igual. De hecho, en 2014, en medio de una crisis personal, calculo que, de la mediana edad, mi psiquiatra me mandó a escribir. Ahí retomé con Santi Llach. Había días en que no sabía dónde estaba, si en taller o terapia. Pero no es un verso psi de Villa Freud: escribir ayuda a comprender el dolor. Aunque también uno escribe por placer, obvio.
A nivel literario, ¿tenés algún otro proyecto de libro entre manos?
Escribí entre 2014 y 2018 mi primer volumen de cuentos autobiográficos junto a mi querida Flor Monfort. Se llama El aire del mundo y es un trabajo sobre mi infancia y adolescencia, hasta la temprana muerte de mi viejo Pichi. Pero por temor a herir a mi familia, aún no me animé. Creo que ahora que rompí el hielo, puede que me anime a publicarlo en el futuro. Y hay también un ensayo sobre Rubber Soul que puede ver la luz. Iremos viendo. Dejame decir algo: gracias a Matías Bauso, que me contactó con La Crujía, y a la Rusa Hernández, que apostaron por mí en medio de una pandemia: eso es algo que no tiene precio.
Realizada el 28/10/2020
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