Nando Varela Pagliaro
Gonzalo Unamuno es autor de los libros de poesía De otra luz (2007), Distancia que nadie ocupará (2011), y de la nouvelle Acordes menores para Marion Cotillard (2011). Sus obras más difundidas, las novelas Que todo se detenga (2015) y Lila (2018) están siendo adaptadas al cine bajo la dirección de Juan Baldana. En estos días, acaba de publicar Tu jardín salvaje, su primer libro de relatos.
De alguna manera, un libro de cuentos se asemeja bastante a un disco. Me refiero a que cuando un grupo arma un disco generalmente trabaja sobre varias canciones y luego en el disco sólo quedan las que más se ajustan al criterio de selección. En tu caso, ¿trabaste con muchos más cuentos de los que terminaron quedando? ¿Cómo fue ese proceso de selección?
El proceso de selección fue, dentro de todo, sencillo. No me propuse de entrada escribir un libro de relatos, sino que advertí, por la cadencia y la respiración de las historias que imaginaba, que acabaría siéndolo. Una vez que tuve ya cuatro o cinco terminados se me hizo fácil la direccionalidad, el horizonte al que pretendía ir o al que ineludiblemente iría. Llegué a escribir una treintena de cuentos y, de ellos, elegí los diecisiete que conforman Tu jardín salvaje.
¿Cómo pensaste el orden?
El orden fue pensado en virtud de los denominadores comunes que hacen al libro y que son, creo yo, el cinismo, la crueldad, la labilidad miserable de los vínculos entre las personas. Cada cuento está narrado de distinta manera que el que le sigue. Los hay en primera persona, en segunda, en tercera. Los hay en tiempo presente y pasado, en formato de diario, de diálogo, de epístola, de guión. Una vez conformada la selección de los relatos, lo que hice fue esparcir aquellos que pudieran tener similitudes entre sí, como una escena, un desenlace, una línea de diálogo de los personajes.
Venís de la poesía y de dos novelas anteriores, ¿te sentiste cómodo como cuentista?
Me sentí muy cómodo. Además, supuso un desafío grande para mí como escritor. Mis dos novelas previas me llevaron muchos años de trabajo y la construcción del personaje principal de ambas, Germán Baraja, ya me resultaba un lugar conocido, pero en el que era fácil también repetirme, girar sobre un mismo eje hasta agotarme. Por eso decidí abandonarlo. Me gusta desafiar y extremar mis capacidades, y nunca es fácil escribir cuentos en el país de Borges, de Cortázar, de Di Benedetto, de Piglia.
¿Sos muy lector del género?
No me considero como alguien muy lector del género, aunque sí soy alguien que leyó las cumbres del mismo y, en esos casos, fue influenciado por ellas. Para dar nombres, en el plano internacional hablo de Lispector, Cheever, Carver, Flannery O` Connor, Nabokov, Lucia Berlin. En el local, Abelardo Castillo, Piglia, Fogwill, Fabián Casas, Di Benedetto (y podría seguir).
¿Qué libros estuvieron en tu mesa de trabajo mientras escribías Tu Jardín salvaje?
Es la pregunta más difícil de responder dado que es un libro que escribí durante más de dos años –desde que publiqué Lila, a mediados de 2018-, hasta que lo terminé, a principios de 2021. Por ende, nunca hubo libros que estuvieran en mi mesa de trabajo por un tiempo mayor al que me llevase leerlos. En ese tiempo pasaron cientos de libros por mi escritorio, mesa de luz, sillón y cama.
En varios cuentos hay cierto cinismo, cierta violencia que también aparece en tus novelas. En una entrevista reciente con Cristina Mucci dijiste que “fracasás en los intentos de hacer una literatura más feliz”. ¿Realmente te interesaría hacerla? Como lector, ¿leerías la historia de un tipo feliz?
A veces creo que me interesaría lograr personajes sin esas cuotas de cinismo y de maldad, más que nada por no repetir fórmulas como escritor. El asunto es que, por más que lo intente, cuando logro una historia, llamémosle, agradable para quien la lea, siento enseguida una sensación de falsedad, una impostación. Como lector leería la historia de alguien feliz, aunque anteponiendo la condición ineludible de toda historia: que esté bien contada.
En una entrevista que salió hace un tiempo en Clarín junto con otros escritores de tu generación decías que tal vez en el futuro ibas a “escribir algo menos honesto con otras herramientas literarias”. En este libro, ¿cumpliste con eso que decías?
Cumplí al escribir con otras herramientas literarias, aunque hoy no sabría puntualizar qué quise decir con “menos honesto”. Quizás ya no crea en la honestidad de la ficción y posiblemente la misma no tenga ninguna importancia.
En los ´90 Fabián Casas decía que ya no quedaban lectores de poesía que no escribieran sus propios poemas. Vos también dijiste que “hoy encontrás más tipos que escriben que tipos que leen”. ¿Pensás que el mundo en el que circulan los libros es un mundo cada vez más chico?
No diría que el mundo en el que circulan los libros es cada vez más chico, sino lo contrario. Ocurre eso que señala con tanto acierto Fabián: cada día son más las personas que se autopublican, que buscan un andarivel paralelo, alternativo del circuito tradicional, que salen del rol de lector pasivo y se animan a la creación literaria, cosa que antes pasaba mucho menos, porque era un universo inaccesible, distante y ajeno de la mayoría de la gente. Desde la crisis del 2001 en adelante, con los fenómenos de las editoriales independientes, de los Blogs, y del arribo definitivo de la tecnología al universo de las letras, las circunstancias cambiaron para siempre.
Hablando del mundo del libro, ¿por qué pensás que hay tan pocas regulaciones? ¿Por qué cuesta tanto que se reconozca la mano de obra del escritor?
Por la simple razón de que así funciona el circuito del libro, donde pareciera haber un contrato silencioso, una regla no escrita pero sí ampliamente aceptada de que el escritor es la mano de obra más barata del mundo y que no se le puede ocurrir vivir de su trabajo, siendo que casi todos los eslabones de esa cadena que nace del autor sí pueden hacerlo. El famoso 10% de regalías que percibe el autor por la venta de su obra viene desde el siglo XIX, cuando el libro era un objeto manual, casi artesanal, y las facilidades de impresión y de transporte para su distribución eran completamente diferentes. ¿Cómo puede ser que eso no se haya modificado desde entonces habiéndose modificado todas las instancias previas de sus engranajes de producción? ¿Cómo puede ser que en ninguna otra expresión artística suceda algo equiparable en materia de porcentajes? Pongo un ejemplo: si contando con dinero para la inversión inicial, yo fundase mi editorial, no debo pagarle a ningún autor o autora al recibir su obra porque, como sabemos, con su sola publicación, basta. El premio es la publicación, que automáticamente te coloca, como autor, en una situación de desventaja. Ahora bien, si yo mañana hiciese una versión de determinado tema musical, tengo que pagar los derechos para su usufructo comercial. Un cineasta que quiere adaptar un guión que no es suyo, lo tiene que comprar e incluso el precio está estipulado. Los actores cobran por las semanas, meses o años de filmación –es decir, su trabajo- y luego tienen anexado un porcentaje de la taquilla que genere el material en el mercado, asuntos que, por si fuera poco, se encarga el sindicato de anoticiarles, lo mismo que si reproducen la obra en otro país. En Argentina, los escritores no tienen aportes, sindicato, obra social, ni regulación alguna de su suerte en el mercado. Uno recibe un Excel con liquidaciones semestrales y solo le queda aceptar lo que se ve reflejado en la planilla. Incluso editoriales que apenas si tienen presencia equitativa en el país hacen contratos donde se quedan por siete, diez, hasta quince años todos los derechos universales de una obra. Esto implica que son quienes deciden si se traduce, si no, a qué idiomas, a qué mercados, a qué valores; si se adapta al cine, al teatro, etc. Es gente que la mayoría de las veces no tiene la capacidad siquiera de llegar a una treintena de librerías pero en el contrato de ninguna manera se circunscriben a su rango de acción y de alcance. Un disparate por donde se lo mire. Es un robo descarado, una falta total de respeto.
De alguna forma, ¿el mejor camino no termina siendo la independencia editorial?
Sin ninguna duda. Este tiempo de pandemia y de hacinamiento nos chocó de frente con muchas realidades. Una de ellas es que no se necesita de un catálogo, de un nombre ni de una distribuidora para circular, para vender libros. Por el tradicional y perimido carril por el que nos manejamos siempre, la cuestión fracasa. Una editorial nunca paga las horas, los días, las múltiples inversiones que lleva escribir un libro. Incluso el famoso “adelanto” no es más que eso: dinero que te pagan de entrada y te descuentan después.
Vendiste los derechos de tus dos novelas para ser llevadas al cine, ¿cómo viene ese proyecto? ¿Vas a participar también de la escritura del guión?
El proyecto viene bien, aunque ralentizado por las cuestiones obvias de una coyuntura tan impredecible como la que nos toca vivir. Voy a participar de la escritura del guión aunque no comulgue mucho con la idea. Lo estoy haciendo por la amistad que logré con Juan Baldana, su director, pero no soy alguien que crea en la fidelidad de las obras cuando se mudan a otras órbitas. Entiendo que la literatura y el cine son dos ramas del arte y cada una debe respetar su idiosincrasia y naturaleza. Y yo, de momento, no sé escribir guiones ni me los puedo figurar delante de cámara.
Por último, en una charla que tuvimos cuando publicaste uno de tus libros anteriores recuerdo que hablamos mucho de peronismo y si bien me decías que no te interesaba ser una especie de “peronólogo”, por tus años de militancia y por tu historia familiar, tenés espalda como para hablar del tema, así que, si tenés ganas, me gustaría que me dijeras ¿cómo ves al movimiento hoy?
Lo veo, como desde su nacimiento hace 75 años, en un conflicto permanente, en un estado de eclosión producto de su dinámica, de su verbo, de su matriz, de su protagonismo. Tanto en el orden interno como externo del movimiento, entiendo que la puja es por ocupar la centralidad ideológica en una nación tan joven como la nuestra. Necesitamos lograr la identidad, la pregnancia que nos defina de una vez por todas, que represente la voluntad de las mayorías populares y que ello baste para que las candidaturas políticas estén supeditadas al único orden admisible de todo pueblo: el de la justicia social. En nuestro país, a mi juicio y con el rango de movimiento, solo existen dos grandes vertientes: la del peronismo y la del anti peronismo. Y en ellas se nos va la vida.
Entrevista realizada el 17/05/2021
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