jueves, 23 de abril de 2020

Entrevista a Pedro Mairal: “La buena literatura es lo que no mostrarías en Instagram”


Por Nando Varela Pagliaro

“Lo que no mostrarías en Instagram, lo que querés que no salga en la selfie, el lado b, lo que hace la gente cuando cierra la puerta de su casa, eso para mí es la buena literatura”. El que habla, sentado a una mesa de un bar en el tradicional barrio de Belgrano, es Pedro Mairal.

El autor de La uruguaya acaba de publicar Breves amores eternos, un libro que de alguna manera son dos. En la primera parte, reúne sus relatos más recientes y en la segunda, su volumen de cuentos titulado Hoy temprano, publicado por primera vez en el año 2001. 

Tanto en la primera parte, la que incluye los relatos nuevos, cuya temática gira alrededor de las relaciones de pareja, el deseo y lo sexual, como en la segunda, donde se explaya en distintos tipos de historias e incluso de género, Mairal, como dice Santiago Llach en la solapa del libro, “se las arregla para producir felicidad en el lector”. En la solapa opuesta, sus datos biográficos dicen que Pedro Mairal nació en Buenos Aires en 1970, que con apenas 28 años recibió el Premio Clarín de Novela por Una noche con Sabrina Love, que luego fue llevada al cine por Alejandro Agresti; que además publicó las novelas El año del desierto y Salvatierra; los libros de poesía Tigre como los pájaros y Consumidor final; que en 2011 condujo el programa de televisión Impreso en Argentina; que en 2013 publicó la novela en sonetos El gran surubí y El equilibrista, una recopilación de las columnas que escribió para el semanario Perfil; que en 2016 publicó La uruguaya, una novela que es un éxito internacional de crítica y público; que sus últimos libros son Maniobras de evasión (2017) y Pornosonetos (2018) y que su obra fue traducida a más de once idiomas.

Si bien están todos tus cuentos, ¿por qué preferiste ponerle Breves amores eternos y no “Cuentos completos”?

“Cuentos completos” me sonaba como a lápida. Además, si estás vivo, después siempre quedan incompletos los cuentos completos. 

¿Por qué no sacar Breves amores eternos solo?

Hoy temprano había quedado completamente agotado y ese libro tiene sus lectores y su público que lo reclamaba. Pensá que se editó en el 2001 y sobre todo el cuento que le da título al libro es un cuento que se da en escuelas, es una especie de best hit que había empezado a circular solo por Internet y yo quería que volviera al libro. Por eso aprovechamos la volada y agregamos ese libro como una especie de bonus track.

Teniendo la posibilidad de reeditarlo, ¿te dieron ganas de retocar algunos cuentos?

Cuando los empecé a leer, me di cuenta de que hay cosas estilísticas que hoy escribiría de otra forma, pero me pasa algo que también me pasó con la reedición de Una noche con Sabrina Love que es que el cuarentón que soy ahora no tiene por qué corregir al veinteañero que escribió eso. 

Esas cosas estilísticas que hoy cambiarías, ¿te llegan a avergonzar?

No, eso no. Creo que son cuentos con una voz bastante consolidada. Sí me doy cuenta de que hay una voluntad de probar ir hacia muchas direcciones distintas. En cambio, en Breves amores eternos ya hay una voz de un cuarentón que habla de las relaciones de pareja. 

Después de Una noche con Sabrina Love publicaste Hoy Temprano y después La uruguaya, tu otra novela de gran éxito, publicaste Maniobras de evasión y ahora Breves amores eternos. Pareciera que después de mucha exposición, necesitaras refugiarte en el cuento o en textos más cortos y sacarte de encima la presión de hacer otra novela. ¿Hay algo de eso?

El mercado y el gran público quiere la novela, funciona como un ladrillo de venta porque además es más fácil de leer, requiere menos esfuerzo, porque hacés el esfuerzo una sola vez de entrar en ese mundo y después ese mundo te ampara. Un libro de cuentos es más exigente con el lector, te requiere que te metas en cada cuento por primera vez en ese universo.

Como lector, ¿disfrutás igual de la novela que del cuento?

No soy un buen lector de novelas, me gusta más leer cosas breves, quizás porque soy medio vago. Me formé leyendo esos textos breves de Borges que son como una explosión en muy pocas líneas o los cuentos de Cortázar, o la poesía, que es la forma de mayor condensación de sentido.

¿Siempre te pasó esto de no poder abordar textos más largos o te pasa más a partir de esa fuente de distracción continua que son las redes sociales?

No sabría decirte si es por culpa de las redes. Con la novela, sobre todo como escritor, siento como una especie de obligación y me da un poco de bronca tener que escribirla. Por eso, hasta que no tengo muchas ganas y la historia me lo reclama, no me siento a escribir una novela.

Más allá de que la historia te lo reclame, ¿no tenés un plan de trabajo diario?

Solo tengo un plan cuando estoy escribiendo una novela. Ahí sí me siento y trabajo, no espero los raptos de inspiración porque eso no existe. Lo único que existe es sentarse a trabajar. 

Con la lectura, ¿tenés la misma relación o sos un poco más obsesivo como Martín Kohan que todos los días se propone leer al menos 90 páginas?

Por suerte no tengo esa obsesión. Martín la pasa mal con eso porque además si un día lee 80, al otro día tiene que leer 100 para recuperar las 10 que no leyó. A mí me están cambiando mucho los hábitos de lectura. Cada vez leo más online. Estoy leyendo todo el tiempo, pero de manera fragmentada.

Escribís, hacés música, das talleres y tenés un programa de radio, son demasiadas cosas, ¿te cuestionás cómo administrás tu tiempo?

Hago muchas cosas, pero es muy raro cómo administro mi tiempo. Para hacer una canción necesitás tiempo libre, tenés que estar paveando con la guitarra, probando cosas hasta que tal vez sale una línea melódica. Pero estás en un lugar que es difícil de explicar, incluso si alguien te ve desde afuera estás como papando moscas. Tenés que estar disponible para las ideas y el juego mental y eso me cuesta conseguirlo porque me digo “ahora no puedo, tengo que preparar el seminario, tengo que ensayar o tengo que escribir la contratapa”. Muchas veces me da bronca no estar disponible para la creatividad.

¿Lográs superar la culpa de estar con la guitarra o con cualquier otra cosa en vez de estar escribiendo la novela que supuestamente deberías estar escribiendo?

No usaría la palabra culpa porque estoy bastante libre de culpa, sí me agarra una especie de alarma que me dice “deberías estar haciendo otra cosa”. Igual, hay cierto disfrute en eso, hay una rebeldía medio boba, por eso siempre prefiero estar escribiendo lo que no debería estar escribiendo. En general, le mando libros a los editores pidiéndoles disculpas, les digo “te había prometido una cosa, pero salió otra, fijate qué te parece”. Cuando tenés buenos editores, aceptan que seas multifacético y no se quedan con el contratito de lo que les habías prometido. Así me pasó con Casciari cuando le mandé El gran surubí, por ejemplo. No somos máquinas de sacar novelas. Me encantaría escribir Una noche con Sabrina Love y La uruguaya todos los años, pero no, me pasa cada veinte años.

Recién nombraste El gran surubí, así como reeditaron Hoy temprano, ¿existe la posibilidad de que reediten tus primeros libros de poesía?

Me encantaría, pero no quiero abusar con las reediciones. Voy despacito, voy dando un libro nuevo y una reedición. En Emecé quieren sacar todo, ahora sale El gran Surubí. Los poemas, los veo más para el 2022, si el mundo sigue girando. 

Más allá de no publicar, seguís escribiendo poesía y de hecho compartís algunos poemas por las redes sociales.

Las redes bajan mucho la ansiedad de la publicación porque un poema, si vos tenés diez mil seguidores, capaz que cuando lo subís lo vieron unas dos mil personas en un día, que es mucho más que cualquier tirada de un libro de poesía.

¿Perdés mucho tiempo en las redes?

Sí, se me va mucho tiempo. El otro día me avergoncé mucho. Hay una parte de Instagram en la que vos te podés meter y te dice cuánto tiempo pasaste por día. En mi caso decía 55 minutos y es un montón.

¿Es la red que más usás?

No, Twitter es la que más uso, pero no sé cuánto tiempo paso ahí. Lo que me pasó después de ver ese número es pensar cuánto tiempo juego con mi hija. Serán unos quince minutos. Después la cuido, pero ¿cuánto tiempo juego? No más de eso. Está mal pasar 55 minutos en una red social y 15 minutos con tu hija jugando. Hay que aprender a apagar todos estos juguetitos. Lo que pasa es que la construcción de la identidad está pasando por ahí. Entonces, vos sos un poco el que construís ahí, el que los otros ven, estás más ahí que sentado donde estás físicamente.

En Breves amores eternos hay mucho de deseo, de encuentros fugaces, pero no sé si tanto de amor. Estás por cumplir cincuenta años, ¿qué se espera del amor a tu edad?

Para contestarte eso debería escribir un libro. Yo veo que en estos cuentos no hay luz al final del túnel. Lo escribí en un momento asfixiado de mi vida, por eso todos los personajes están asfixiados en situaciones de pareja. Si ahora escribiera sobre relaciones de pareja lo haría distinto, con un poco más de esperanza. No sé qué más decirte más allá de esa obviedad de que cada pareja es particularmente única. Incluso, uno es distinto con cada pareja. En todo caso me interesa ir a ese lugar de esa intimidad muy fuerte de la construcción del deseo y cómo eso va variando a lo largo del tiempo en una persona. 

¿Cuán importante es el deseo para sostener una pareja?

La verdad no lo sé. Lo que me interesó mostrar en Breves amores eternos es cómo de pronto alguien se siente deseado y se prende fuego, tiene una especie de súper poder.

Pero ese deseo, ¿es efímero o alcanza para sostener a una pareja?

Creo que no se pueden establecer reglas sobre las parejas porque cada pareja es una cantidad de variables muy grande. Lo que sí sé es que es muy difícil mantener una pareja, sobre todo si pasás mucho tiempo junto, tenés que ir evolucionando y reencontrándote. No podés dar por sentado el amor del otro. Si no termina pasando como dice Fabián Casas: “esta es la habitación donde mis padres se convirtieron en hermanos”. Pero la verdad es que no tengo ni idea, no soy el gurú del amor, yo escribo sobre rupturas, no sobre parejas que se salvan. 

En el libro, el sexo ocupa un lugar central, ¿creés que los argentinos somos muy pudorosos para leer y escribir sobre sexo?

No sé si hay alguna diferencia con otros países. La sexualidad en la literatura argentina aparece en general mezclada con la dominación y la violencia, tiene un peso bastante duro. Creo que llegó el momento de escribir de una manera más celebratoria con respecto a la sexualidad. Por suerte, las mujeres están escribiendo mucho sobre el deseo, a los hombres nos está costando más porque enseguida todo suena a machirulo.  Me parece buenísimo que las mujeres estén escribiendo sobre el deseo, pero no me parece bien que los hombres nos estemos amordazando.

¿Pensás que es por el miedo a ser juzgados?

Y sí porque enseguida queda algo fuera de lugar, sobre todo en el ambiente cultural, donde hay una represión enorme. Para mí la página es el lugar donde uno tiene que ejercer la máxima libertad. Si es incorrecto lo que estás escribiendo, tenés que bancártela. La literatura no puede ser algo que viene a enseñar, a dar el buen ejemplo, no puede ser didáctica. La literatura es la condición humana y no se puede escribir desde la corrección política.

Con todos estos cambios impulsados por el feminismo, ¿te leés a vos mismo de otra manera?

Sí, incluso quizá hay cosas que no escribiría ahora. Hay textos que claramente tienen un yo detrás, como los de Maniobras de evasión, pero a mis personajes los puedo volver políticamente correctos o incorrectos porque una cosa soy yo y otra mis personajes. Hay una escritora norteamericana que escribió una novela sobre mexicanos y como no es mexicana la están matando. Esto tiene un riesgo muy grande porque es una especie de puesta en duda del derecho a la ficción. Yo no estoy de acuerdo con eso. Creo que la invención literaria es un ejercicio de empatía, es meterse en los zapatos del otro.

Como lector, ¿disfrutás más de los libros de ficción que de eso que llamamos literatura del yo?

Las dos cosas me gustan. Ayer por ejemplo disfruté mucho ver en Netflix una película sobre extraterrestres que se llama Arrival. Me gustó mucho meterme en una textura fuera de lo verosímil.

Nombraste a Netflix, la segunda droga de esta época luego de las redes sociales, ¿se te va mucho tiempo ahí?

No, pero me gusta encontrar cosas todo el tiempo.

¿Qué recomendarías de lo que viste últimamente?

Peaky Blinders, Succession y Fleabag me gustaron mucho. Disfruto cuando hay un buen guión detrás. Yo soy capaz de escribir algo que puede funcionar en la página, pero no me podría dedicar al cine porque hay demasiadas cosas que pueden fallar.

Sin embargo, tuviste varias experiencias en cine, ¿en qué etapa está la posibilidad de llevar La uruguaya al cine?

El guión ya lo terminé y ahora están en la etapa de buscar financiamiento. Sé que a Drexler le gustó mucho el libro y está apalabrado como para hacer una canción. Diego Peretti no sabe de qué lado de la cámara va a estar, si codirigiendo o actuando. Después hay una productora brasileña también metida, pero los tiempos del cine solo el señor los sabe.

¿Te ves escribiendo una segunda parte de La uruguaya?

La verdad es que no, me gustan los universos cerrados. No me interesa crear una saga en un mismo espacio. Para mí así se debilitan las historias, se parasitan las unas a las otras.

Recién nombraste a Drexler, a quien recientemente entrevistaste en tu programa de radio, ¿cómo te sentís en esta nueva faceta de entrevistador?

Me gusta mucho entrevistar porque aprendí que básicamente es escuchar. Si venís con una grilla de preguntas muy rígidas, interrumpís al otro todo el tiempo y la conversación no fluye. Además, me gusta hacerlo porque me obliga a leer mucho y a escuchar más música.

Y la música, ¿qué lugar ocupa? Me acuerdo que en la nota anterior que hicimos recién estabas agarrando el ukelele.

Todo arrancó en el 2015 en una residencia de escritores que fui con Cucurto. Ahí él se puso a pintar y yo me llevé el ukelele y empecé a tocar. Ver la libertad expresiva que tenía Cucurto, de alguna forma me habilitó a mí a volver a las melodías. Desde entonces hice más de sesenta canciones. Después, hará unos dos años, me encontré con Rafa Otegui, armamos el dúo Pensé que era viernes, empezamos a tocar en vivo y probablemente este año saquemos un disco que estamos produciendo junto con Yago Escriva de Ainda Dúo. Estoy muy contento de ver cómo en este tiempo creció tanto la rama de la composición que estaba dormida.

Por último, una pregunta que suelo hacer muchas veces, ¿cuándo sentís que tuviste un día productivo?

Por ahí mi día es productivo si toco un poco la guitarra, si escribo y compongo, mejor todavía o si cumplo con alguna entrega. Pero creo que sobre todo será productivo si puedo jugar con mi hija. Si sentí que estuve presente y no a las puteadas, corriendo detrás de un tren al que no llego, atravesado por las redes. Un buen día es un día en el que pude ser consciente de que lo viví.

Gentileza de Revista Quid

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