Nando
Varela Pagliaro
Guillermo Martínez acaba de publicar La razón literaria, un libro que reúne ensayos, artículos y algunas
conferencias que el autor de Crímenes
imperceptibles dio en los últimos años. Un mediodía de otoño, nos
encontramos en un bar del barrio de Colegiales para hablar del estado de la
crítica, de los escritores de culto, de Borges como tema inagotable y de las similitudes
entre el tenis y la literatura, temas alrededor de los cuales orbitan sus
ensayos.
-De
algún modo La razón literaria es una
continuación de La fórmula de la
inmortalidad. ¿Qué cambió de tu forma de ver y entender la literatura desde
aquel libro a éste?
- Las ideas y los clichés que pongo en cuestión responden
a una línea que desde lo académico baja a los suplementos culturales, pero que no
necesariamente está en discusión de forma horizontal en la literatura argentina.
Sobre todo, a partir de la aparición de muchas editoriales independientes y del
surgimiento de otras maneras de comunicarse entre los escritores y sus
lectores. Ya no hay tanta mediación de la crítica dominante con respecto a lo
que se hace y a cómo se valora lo que se hace. Han surgido otros modos de validación y otros
modos de intervención, lo que hizo que hoy los suplementos culturales hayan
perdido algo de fuerza y centralidad.
-Esos
cambios que nombrás, ¿te parecen positivos o negativos?
-En algunos casos positivos, porque hay una mayor
libertad, tanto para escribir en cualquiera de las estéticas que se elijan como
para publicar. En otro sentido, extraño algo que tiene que ver con la formación
literaria o la posibilidad de cotejar estéticas en base a lo que lecturas
anteriores conectan con lo que se hace ahora. Me parece que se perdió ese
vínculo. Ahora no necesariamente lo que se escribe lleva en sí una reflexión
literaria sobre lo que ya está hecho en tal o cual campo. Muchas veces, cuando
uno lee parece como si fuera una literatura de circunstancia, una literatura
confesional, muy ligada al aquí y ahora, y a mí me interesa más la forma en que
la literatura se conecta con lo que se ha hecho anteriormente.
-En
algún punto, ¿no es bueno olvidarse de la tradición a la hora de escribir?
-Sí, cuando lo que aparece es original. La espontaneidad
tiene el problema de que muchas veces no tiene ningún tipo de hondura y repite
sin saberlo cosas que ya están dichas mil veces. Por eso yo diferencio en el
libro el concepto de lo de nuevo del de lo original. Lo interesante tanto en
ciencia como en literatura es el concepto de lo original, que es lo nuevo que
se mide con lo anterior. Yo apunto en mi interés a esa clase de literatura; la
que tiene en cuenta el peso de lo que ya se haya hecho para intentar decir
algo, que de algún modo lo tenga en cuenta y dé un paso más allá. Lo nuevo por
lo nuevo en sí, me parece que muchas veces se queda en un intento efímero, sin
peso, sin valor, que uno inmediatamente reconoce que ha sido intentado otras
veces en otros sentidos. No soy un fetichista de lo nuevo.
-En
el libro, hablás mucho de la importancia de la imaginación ¿No creés que desde
lo real o desde la llamada no ficción
también se puede hacer buena literatura?
-Sin duda que se puede hacer una gran novela basada solo
en datos reales, pero es un tipo de literatura que no me interesa. Porque es
una literatura en la que es muy difícil encontrarse con la invención de algo
inesperado, de algo que no se corresponda con lo prosaico y con lo realista. A
mí me interesa una literatura que tenga un pie en la realidad pero que sea algo
que uno con los sentidos habituales y con el conocimiento testimonial no
hubiera alcanzado, algo que se rija por otra clase de leyes.
-También
hablás de Aira y de lo que él postula acerca de la novela, la trama y los
personajes. Fabián Casas en uno de sus Ensayos
bonsái dice que César Aira le terminó haciendo mucho mal a la literatura, ¿pasó
algo de eso?
- Aira es una voz y una línea interesante en la
literatura contemporánea. En cuanto a sus novelas, rescato la parte de la imaginación. Lo que sí
creo que ha hecho daño en la crítica argentina, ha sido cómo ha pasado a
convertirse en dominante las ideas de Aira sobre la literatura. Me parece que la
suya es una línea posible, pero que no puede ser un imperativo categórico para
toda la literatura argentina. Que una literatura se convierta en la única
posible dentro de un mundo cultural, es una idea que a mí me preocupa y con la
que discuto a lo largo del libro.
-¿Por
qué Aira terminó influyendo tanto en las nuevas generaciones de narradores?
-Porque el otro modelo, el de Borges, que está muy
presente en la literatura argentina, tiene una cantidad de dificultades mayores.
Es una literatura erudita, que justamente recoge y lleva en sí tradiciones
literarias enteras. Cada cuento de Borges es muchas veces una especie de
reunión o condensación de cantidades de fuentes literarias, que es también muy
exigente en cuanto a la escritura. Basta ver cómo adjetiva o la forma obsesiva
con la que corrige. Borges es un ejemplo intimidante para quien quiera
escribir. En cambio, el modelo de Aira es mucho más cercano, por eso tiene
tantos imitadores. Ni siquiera necesita seguirse con consecuencia una trama,
porque hay algo así como un escudo teórico que les da el título de
vanguardistas. Entonces es una clase de novela que no tiene demasiadas
exigencias en cuanto a la escritura. Aira ha mostrado que se puede hacer
literatura de manera muy simple.
- En Aira y en
muchos escritores se nota detrás una construcción de la imagen del escritor, ¿pensás
en la construcción de tu imagen?
- La imagen no creo que sea algo que dependa de uno. Yo
escribo desde los ocho años, a los catorce participé en mis primeros concursos
y publiqué mi primer libro antes de los dieciocho. Sin embargo, para la inmensa
mayoría de la gente sigo siendo un matemático que un día decidió ser escritor.
Son como marcas que el público elige para etiquetar a los escritores. En el
fondo hay una especie de gran comodidad o pereza intelectual. A la gente no le
gusta leerse la obra entera de un escritor y detectar todas las variantes,
prefiere identificarlo con uno o dos libros, uno o dos adjetivos. Conti va a
ser el escritor desaparecido durante la dictadura, a nadie se le ocurre ver
todos los vaivenes o matices que tiene la obra de Conti. Walsh va a ser el
escritor que escribía novelas policiales hasta que un día despertó a las ideas
revolucionarias, a nadie se le ocurre ver literariamente cuál es toda la
complejidad de Walsh. Entonces los escritores quedan identificados con esos
pocos clichés. Eso yo también le critico de algún modo a la mirada académica,
porque en general en la crítica académica se discuten nombres, en lugar de
discutir cuál obra de cada nombre. Ricardo Piglia para mí no es un nombre, hay
una variedad de líneas dentro de la obra de Piglia.
-Hablás
de distintas líneas dentro de un escritor. En tu caso, es muy claro; por un
lado están las novelas y los cuentos y por otro, la vertiente que tiene más que
ver con el ensayo. ¿Estos libros también los leen los lectores de tus novelas?
- Estos libros los leen únicamente las personas que
tienen interés no solamente en la literatura sino en esta parte casi recóndita
que es la discusión de estéticas literarias. Son libros que se leen muy poco
con respecto a lo que son los libros de ficción, pero a mí me interesan igual
como línea de pensamiento, de reflexión.
-¿Está
ausente la reflexión en la literatura, que cada vez hay menos debate o diálogo?
-Hay algo peor que eso, hay algo así como un debate en
silencio por el cual se aceptan o rechazan obras del canon sin exponer nunca
los argumentos. De algún modo, hay unas obras privilegiadas que ingresan a los
estudios universitarios, pero nunca queda en claro cuáles son los valores que
se toman en cuenta. En el acto de elegir cuál es el adentro y afuera en cada
ámbito, cuando se decide qué novela reseñar en un suplemento cultural y cuál no
vale la pena, hay una crítica de valor. Tanto en el mundo académico como en el
mundo del periodismo cultural, se ejerce una crítica de valor que no osa decir
su nombre.
-Hablabás
de Borges, ¿cuánto se puede seguir escribiendo sobre él?
-Como tema, es tan infinito como cualquier otro tema, yo
creo estar llegando a mi propio límite. Pero es verdad que cada diez años releo
su obra y es un estímulo permanente. Hay un pequeño verso de Manuel Mujica
Láinez que dice algo así como “no importa cuánto te esfuerces, ni la ilusión
que te forjes, lo mejor que hayas escrito, antes ya lo escribió Borges”.
-En
uno de los ensayos escribís sobre los escritores de culto, ¿no pensás que en
algún punto todos los escritores terminan siendo de culto, que la literatura es
cada vez más un fenómeno de culto?
-Totalmente. Pero aún así siempre me refiero al pequeño
mundo de los lectores sofisticados. La categoría de escritor de culto tiene
sentido en el mundo de los lectores que van a las librerías de viejos, que se
forman su biblioteca, que están interesados en la perla oculta, que se susurran
de boca en boca el nuevo nombre secreto. Hay una cofradía en cada país de la
búsqueda de los autores con los que uno puede fanfarronear. A esa sub-categoría
me estoy refiriendo, que muchas veces lleva a la luz y descubre nombres
extraordinarios.
-Pero
una vez que es descubierto por todos, ahí ya deja de ser tan buen escritor.
-En general sucede eso y ha pasado muchas veces en la
historia. El propio Javier Cercas era un escritor de culto hasta que tuvo su
primer éxito y claro, ahí se convirtió en un escritor malo.
-En
otro de los ensayos, hablás de tu relación con el tenis, ¿podrías hacer un
paralelismo entre ser tenista y ser escritor?
-Hay un paralelismo respecto a la cuestión de la técnica
y lo espontáneo o lo inspirado. Yo he escuchado a escritores consumados que
dicen “escribí mi primera novela en medio de una cantidad de deliberaciones,
cálculos, balances, correcciones y ahora la segunda la quiero escribir como me
salga, que fluya”, con la idea de que lo espontáneo es mejor. Hay una especie
de mito de que cuando uno menos piense, cuando uno le de libertad al
inconsciente, o cuando uno se pinche las venas con la lapicera y escriba con
sangre de las entrañas, mejor. Ahí me parece que sí hay una buena analogía con
el tenis, porque en el tenis lo más importante es poder incorporar la técnica
de tal forma que en el momento del juego no sea algo en lo que uno tenga que
pensar sino que se convierta en algo instintivo. ¿Quién es más libre, el
jugador que recién comienza y solo le puede pegar a la pelota de la misma
manera, o Roger Federer que ya le pegó mil millones de veces de todas las
maneras posibles y cuando va a un partido instintivamente ya sabe cuál es la
mejor elección y puede hacer lo que quiera con naturalidad porque absorbió la
técnica? Otra analogía tiene que ver con la lectura y el tenis. Para mí la
lectura es una cuestión de balance entre lo que tira el escritor y lo que puede
asimilar y devolver el lector. No es exactamente que el lector completa, sino
que además debe tener el suficiente nivel como para hacer una empatía con
aquello que está sugiriendo el autor. Se parece también al tenis en el sentido
de que es interesante cuando los dos contrincantes son parejos, sino no
funciona.
-En
otro de los ensayos te referís a los escritores que un momento dijeron basta y
dejaron de escribir, ¿imaginás tu vida sin la escritura?
-Tengo en carpeta una cantidad de libros pensados. Es
verdad que a medida que uno escribe, se vuelve más difícil escribir y sostener
la concentración. Hasta ahora, siempre que empecé un cuento, una novela, traté
de terminarlos, por lo que confío en que esas ideas que tengo en carpeta las
pueda intentar. Ya son suficientes para ocuparme varias décadas, que no sé si
tendré por delante.
Publicada originalmente en Revista Quid.
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