Publicado en Revista Cocoa, mayo 2014.
Por Nando Varela Pagliaro
No recuerdo cuándo escuché por primera vez una canción.
Mucho menos podría recordar cuál fue esa canción, ni en dónde estaba cuándo la
escuché. Como la presencia del Yo, para mí la música siempre estuvo conmigo.
Era, como canta Fito Páez, “parte del aire”. Sin embargo, si me esfuerzo,
alcanzo a verme tomado de la mano de mi madre, caminando por alguna calle de
Floresta, yendo a dejar a mi hermano mayor en la escuela. A la vuelta, nada nos
apura y nos sentamos en un banco de la plaza a cantar. En realidad, yo sólo
escucho, mi madre es la que canta: “Osías
el osito mameluco, paseaba por la calle Chacabuco, mirando las vidrieras de
reojo, sin alcancía pero con antojo”. “Estaba la reina batata sentada en un
plato de plata…”. Es posible que esas imágenes, que esas canciones de María
Elena Walsh sean unos de mis primeros recuerdos.
La mayoría de las cosas que nos modifican surgen en la
infancia. El escritor Fabián Casas dice que la infancia es el único momento
donde se toma combustible y después no se vuelve a cargar nunca más. De la
calidad de ese combustible depende el tipo de persona que uno va a ser cuando las papas quemen. Si bien es cierto lo que dice Casas y es en
los primeros años de vida en los que se incorporan la mayor cantidad de valores
y conocimientos, está demostrado científicamente que aún antes de nacer, el
bebé también es capaz de ver, oír, sentir y hasta aprender "in
útero". Por eso no se equivocan los padres que ponen especial atención a
la música prenatal. Es sabido que llevar a cabo este tipo de estímulos puede
enriquecer enormemente el desarrollo físico, emocional e intelectual de sus
hijos. Incluso se ha comprobado que poco después del nacimiento, la música y
las voces escuchadas en el vientre materno, tienen un efecto sorprendente en
los bebés, ya que dichos sonidos y voces quedaron impresos en su memoria y, al
escucharla nuevamente, son asociados con sensaciones placenteras. En el
desarrollo posterior del niño, la música también adquiere vital importancia.
Gordon Shaw, de la Universidad Irvine en California, dijo: "Al escuchar
música clásica, los niños se estimulan, ejercitan neuronas corticales y
fortalecen los circuitos usados para las matemáticas. La música estimula los
patrones cerebrales inherentes y refuerza las tareas de razonamiento
complejo". Shaw probó darle clases
diarias de piano y canto a diecinueve preescolares. Luego de 8 meses, con su
investigación comprobó que los niños mejoraron sustantivamente en sus razonamientos,
comparados con los niños que no tomaron las clases de música. Entre otras
cosas, demostraron mayor habilidad en rompecabezas, dibujo de figuras
geométricas y en el copiado de patrones de dos bloques de colores. Por lo
tanto, concluyó: “Mientras más temprano es expuesto al niño al lenguaje musical,
mayor es el aprendizaje hacia las formas de razonamiento, las matemáticas, el
lenguaje y el fortalecimiento de las emociones”.
Ahora bien, por dónde empezar o qué música es conveniente
para entrenar al cerebro para obtener mejores resultados, son interrogantes de
variadas respuestas. La música para chicos tiene muchísimos exponentes dentro y
fuera del circuito comercial. Si hiciera un listado de artistas, sería tan
extenso como incompleto. Pero, sin duda, María Elena Walsh, Pipo Pescador, la
dupla Hugo Midón - Carlos Gianni y Margarito Tereré, por dar algunos nombres,
tienen su silla reservada en la mesa de los más grandes. En la actualidad, tal
como expone José Totah en Plegaria para un niño despierto: “han surgido varias bandas y solistas que escriben música para
chicos desde un lugar poco convencional, alejándose de costumbres televisivas y
esquivando las fórmulas más comerciales, que buscan ser sólo pegadizas. De Luis
Pescetti, Magdalena Fleitas y Los Musiqueros a bandas como Vuelta Canela o El
Resorte, muchos de estos autores hablan de género, duelos, amores no
correspondidos o miedos, tienen mucho humor e incorporan ritmos
latinoamericanos como reggaetones, huaynos, vallenatos y cumbias”. Lo original de este nuevo cancionero
infantil quizás resida en que “antes se hablaba de situaciones y valores
ideales, mientras que ahora entra en escena el niño real, no como una entidad.
Ya no hablás de ‘los niños’ sino de tal anécdota que le pasó a tal chico y sin
una bajada de línea”, sentencia Pescetti. Este santafesino oriundo del pueblo
San Jorge, que tal vez hoy sea el principal referente de la música para chicos,
emigró durante el menemismo y regresó al país en el 2001, para luego de años de
esfuerzo, desbordar teatros con públicos de todas las edades. Pescetti, ademàs
de canciones, escribe literatura infantil, es docente, musicoterapeuta y tiene
la gran virtud de llenar el escenario él solo con su guitarra y el poder de su
música.
Al fin de cuentas,
de eso se trata: la música, siempre la música. Como escribió Kurt Vonnegut, “la
única prueba de la existencia de Dios”.
Tres
discos que no pueden faltar:
Canciones
para mí – María Elena Walsh:
Junto con Canciones para
mirar (1963) y El país de Nomeacuerdo (1967) es una de las grandes joyas del
cancionero infantil latinoamericano. Incluye, entre otros clásicos, Manuelita
la tortuga, Canción de tomar el té, Twist del Mono Liso, Canción para bañar la luna, calles de Paris, Los castillos y Don Dolon Dolon.
Vivitos
y coleando 1,2 y 3 – Hugo Midón-Carlos Gianni:
Banda
de sonido de los míticos espectáculos teatrales. Canciones que nunca pierden
vigencia, que hablan de la solidaridad y el valor de las cosas simples en un
recorrido por diversos ritmos musicales. Cantada por el primer elenco que tuvo
la serie: Andrea Tenuta, Carlos March y Roberto Catarineu.
Inútil
insistir – Luis Pescetti:
Grabado en vivo en los teatros porteños
Metropólitan y ND Ateneo. Obtuvo el Premio Gardel al mejor álbum infantil del
año 2008. Se destacan canciones como Con esa cara de pescado, Mi mamá me mima y
la tradicional Sal de ahí, chivita, chivita.
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