Cuesta volver a leer los diarios, asomarse a los ladridos y seguir como si nada pasara. En Página/12 de hoy salieron dos notas que disfruté muchísimo. La primera es de Juan Gelman, sobre la tragedia que atreviesa el pueblo haitiano. La segunda es un fragmento del postfacio del libro " Si esto es un hombre" (1976) de Primo Levi. En estas valiosas reflexiones el escritor italiano de origen judío sefaradí, plantea por qué los hombres pueden “querer no saber”, por qué los que iban a la muerte no se rebelaban, por qué los que se sublevan son los que menos sufren y por qué, “aunque comprender es imposible, conocer es necesario”. La inclusión de este texto se debe a que el miércoles próximo se cumplen 65 años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz.
Abajo les dejo un fragmento de cada una para que vayan leyendo
Viejos rencores
Por Juan Gelman
No hay palabras para abarcar la espantosa tragedia que vive el pueblo haitiano. Algunos predicadores evangelistas estadounidenses creen que sí. El muy radiotelevisivo Pat Robertson es uno de ellos. Atribuyó la catástrofe “a algo que sucedió en Haití hace mucho tiempo, de lo que la gente tal vez no quiere hablar”: “un pacto con el diablo”. Impertérrito, Paterson recordó que bajo la férula francesa “ya saben, Napoleón III y demás, los haitianos se reunieron y cerraron un pacto con el Diablo. Dijeron: ‘Te serviremos si nos liberas de los franceses’. Pasó de verdad. Y el Diablo dijo ‘OK, trato hecho’”. No es fácil pensar al Diablo diciendo OK y el predicador se equivocó de Napoleón. En fin, lo imaginativo no quita lo ignorante.
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Misterios de Auschwitz
Por Primo Levi
Esconder del pueblo alemán el enorme aparato de los campos de concentración no era posible, y además (desde el punto de vista de los nazis), no era deseable. Crear y mantener en el país una atmósfera de indefinido terror formaba parte de los fines del nazismo: era bueno que el pueblo supiese que oponerse a Hitler era extremadamente peligroso. Efectivamente, cientos de miles de alemanes fueron encerrados en los Lager desde los comienzos del nazismo: comunistas, socialdemócratas, liberales, judíos, protestantes, católicos, el país entero lo sabía, y sabía que en los Lager se sufría y se moría.
No obstante, es cierto que la gran masa de alemanes ignoró siempre los detalles más atroces de lo que más tarde ocurrió en los Lager: el exterminio metódico e industrializado en escala de millones, las cámaras de gas tóxico, los hornos crematorios, el abyecto uso de los cadáveres, todo esto no debía saberse y, de hecho, pocos lo supieron antes de terminada la guerra. Para mantener el secreto, entre otras medidas de precaución, en el lenguaje oficial sólo se usaban eufemismos cautos y cínicos: no se escribía “exterminación” sino “solución final”, no “deportación” sino “traslado”, no “matanza con gas” sino “tratamiento especial”, etcétera. No sin razón, Hitler temía que estas horrorosas noticias, una vez divulgadas, comprometieran la fe ciega que le tributaba el país, como así la moral de las tropas de combate; además, los aliados se habrían enterado y las habrían utilizado como instrumento de propaganda: cosa que, por otra parte, ocurrió, si bien a causa de la enormidad de los horrores de los Lager, descriptos repetidamente por la radio de los aliados, no ganaron el crédito de la gente.
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