El fin de semana vamos a estar hablando y tocando algunas canciones del disco nuevo en los siguientes programas de radio:
"Mi Lugar": viernes 4 de diciembre de 16 a 17 hs. Lo pueden escuchar sintonizando la FM 91.3 o través de la web en www.fm913.com.ar
"De todo un poco": sábado 5 de diciembre de 19 a 21 hs. Se puede escuchar en http://radiosentidos.com.ar o http://detodounpoco.radiosentidos.com.ar
lunes, 30 de noviembre de 2009
miércoles, 25 de noviembre de 2009
martes, 24 de noviembre de 2009
Primer video de Hijos de Babel
Lo prometido es deuda. Tal como les anunciamos hace ya unos cuantos meses atrás, por fin terminamos nuestro primer video clip. Filmado en los bosques de Ezeiza en dos largas jornadas de rodaje, el video de “La otra mitad” contó con la participación de Analía Borghetti como actriz, y con la dirección, el montaje y la edición de Daniel y Mariano Rivas, reconocidos por su trabajo con grupos tales como Cuentos Borgeanos (“Felicidades”) y Azafata (“Es tarde lo sé”), entre otros.
Ojalá les guste.
Ojalá les guste.
domingo, 22 de noviembre de 2009
Hijos en "Mañana Camorrera"
El miércoles 25 de noviembre entre las 10 y las 12 de la mañana, vamos a estar en el programa de radio "Mañana Camorrera" (FM FREEWAYROCK 90.7).
En la web lo pueden escuchar en: www.freewayrock.com.ar
En la web lo pueden escuchar en: www.freewayrock.com.ar
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Hijos en el BAFIM
Queridos amigos, fuimos seleccionados para difundir nuestra música en la próxima edición del BAFIM (Buenos Aires Feria Internacional de la Música) que se realizará en Costa Salguero entre los días 19 y 22 de Noviembre. Aquellos que visiten la Feria van a poder escuchar los temas de "Inalterable", nuestro último disco, en el stand de Generación BA del Gobierno de la ciudad.
Pasen y escuchen.
martes, 17 de noviembre de 2009
Un dulce olor a muerte
"La muerte se presenta de golpe. La combatimos: toda esta mendicidad de cirugías plásticas, de trasplantes de pelo, productos light, de juventud permanente. Pareciera que la muerte se ha convertido en algo obsceno y sin embargo somos pueblos completamente destructivos. Pueblos que no han dejado de matar. Todos nosotros estamos sentados en un trono de sangre. No hay acto humano que no derrame sangre. Los vegetarianos que creen que no matan animales olvidan que para poder sembrar zanahorias tienen que arrasar bosques enteros. Yo he visto cómo queman bosques, cómo los ciervos quedan completamente achicharrados, cómo las codornices tratan de volar y no pueden porque tienen las alas quemadas. Hay muerte. Este hermoso edificio seguramente fue un bosque que fue aplastado con tal de que los seres humanos tuviéramos un espacio. Eso no es malo: somos una especie vinculada con la muerte. Hemos hecho de la muerte la forma de vincularnos con la naturaleza. Somos la parte más alta de la cadena alimenticia. A veces lo olvidamos: lo que un escritor tiene que hacer es devolver la mirada a aquellas cosas sobre nosotros mismos queremos negar y una de ellas es cómo nos vinculamos con la muerte".
Guillermo Arriaga.
lunes, 16 de noviembre de 2009
El deporte como propaganda
Es un lugar común decir que el deporte es uno de los fenómenos culturales más relevantes, complejos y apasionados de la sociedad contemporánea. Esta característica, entre otras, ha hecho que la política y con ella los políticos, utilicen a los deportes "a gusto y piacere" desde los tiempos más remotos hasta la actualidad.
Recientemente, hemos visto cómo recorrieron el mundo las imágenes de Cristina Fernández de Kirchner junto a Diego Maradona y Julio Grondona, durante la firma del contrato que sentenció lo que el Gobierno llama “Fútbol para todos”, o las de Barack Obama y Lula Da Silva en la última ceremonia del Comité Olímpico Internacional que decretó a Río de Janeiro como ciudad anfitriona de los juegos de 2016.
Si revisamos lo acontecido en nuestro país, veremos que Juan Domingo Perón, durante sus dos primeros mandatos constitucionales, ubicó al deporte en un lugar predominante de su gestión a partir de varios aspectos: fomentó la creación y desarrollo de instituciones deportivas; organizó competencias nacionales e internacionales, como los Torneos Juveniles Evita y los Juegos Panamericanos; impulsó y subsidió la participación de deportistas argentinos en el exterior. Perón pensaba que los deportistas debían aportar su cuota de trabajo y sacrificio por la nación y la patria, al igual que lo hacían los obreros en las fábricas. Quería hacer del país “una gran familia sin divisiones”, y uno de los ámbitos para lograrlo era el club-escuela. Afirmaba que “cuando se tiene un pueblo de hombres deportistas, se tiene un pueblo de hombres nobles y de profundo sentido moral de la vida, y esos son los únicos valores que hacen nobles a los hombres y grandes a los pueblos”. De aquí que Perón considerara al triunfo deportivo un patrimonio nacional y no perdiera la ocasión de recibir en la Casa Rosada a los deportistas más destacados. Esta costumbre, que también continúa hasta el día de hoy, sin dudas alcanzó su mayor expresión durante la presidencia de Carlos Menem. Quién no recuerda el desfile, no sólo de deportistas, sino también de personalidades de la cultura que pasaron por “La Rosada” en la era menemista.
Pareciera que el deporte y la política han transitado a la par desde su origen. Ambos se necesitan y se utilizan, y muchas veces obtienen los beneficios que buscan. Mientras uno persigue votos, el otro ansía el dinero suficiente para solventarse. Sin embargo, el deporte y la política tienen muchas similitudes e incluso pueden llegar a transmitirse ciertos valores como la disciplina, el esfuerzo, el sacrificio, el mérito, el respeto a las reglas de juego y el trabajo en equipo, entre otros. Valores que brillan en el mundo del deporte, pero que lamentablemente en el mundo de la política actual, también lo hacen pero por su ausencia.
A lo largo de la historia, sin importar la ideología ni la forma en que han accedido al gobierno, todos los líderes políticos han recurrido -y aún recurren- al deporte como una fuente inagotable para construir su poder.
Los regímenes autoritarios, por supuesto, no son una excepción a esta regla. Desde los romanos, pasando por Mussolini, Franco y Hitler, hasta la última dictadura sufrida en nuestro país, los gobiernos han dispuesto del deporte para mejorar su imagen o para ocultar las ferocidades más cruentas.
Sin dudas, la fuerza y la atracción de las masas por el deporte es innegable, razón por la cual, los tres dictadores europeos más importantes del siglo XX intentaron manipular ciertos resultados para utilizarlos como parte de la propaganda ideológica del fascismo.
Así, Franco se sirvió de la imagen del Real Madrid para asentarse en el poder, e inspirar un sentimiento de orgullo nacional español unificado con las Copas de Europa que ganó el equipo merengue. Estos éxitos le permitieron mejorar el reconocimiento popular hacia su régimen autárquico.
Mussolini, por su parte, fue acusado de manipular las finales de los Mundiales de Fútbol de 1934 y 1938. Torneos en los que Italia, casualmente, se coronó campeón. Según cuenta la historia, los oficiales de Mussolini irrumpieron en el vestuario italiano, momentos antes de disputarse las finales y amenazaron a los jugadores de muerte o de prohibirles la entrada al país en caso de no resultar victoriosos.
En Alemania, Hitler utilizó a los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 como un excelente escaparate en el cual mostrarle al mundo “la grandiosidad, el poder y la simplicidad del régimen nazi”. Sin embargo, la plataforma propagandística para el Tercer Reich tuvo su agujero cuando Hitler, que quería que los ganadores de cada día se acercaran para poder felicitarlos personalmente, se negó a darle la mano al afro-americano Jesse Owens, sólo por el hecho de ser negro.
En nuestro país, el deporte, pero sobre todo el fútbol, fue parte esencial de la agenda de la última dictadura casi desde el día en que la cúpula militar que presidía Jorge Videla se instaló en el poder. Bajo un slogan que sentenciaba: “los argentinos somos derechos y humanos”, se intentó esconder la desaparición de personas que sólo habían cometido el pecado de pensar diferente. Hebe de Bonafini quiso alguna vez explicar lo ocurrido durante el Mundial 78; “¿cómo no voy a entender a la gente, si en mi propia casa, mientras yo lloraba por mi hijo, mi esposo gritaba los goles frente al televisor?”.
Muchos años después, Cesar Menotti, entrenador de aquel equipo campeón, reconocería: “fui usado. Lo del poder que se aprovecha del deporte es tan viejo como la humanidad”.
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Tregua
La reposera del verano se ha oxidado
con el viento de la espera.
Un ejército de miradas aguarda
una decisión que parece no llegar.
Mientras, en el áspero silencio,
yo me sigo debatiendo
qué clase de esclavo voy a ser
cuando termine esta tregua.
con el viento de la espera.
Un ejército de miradas aguarda
una decisión que parece no llegar.
Mientras, en el áspero silencio,
yo me sigo debatiendo
qué clase de esclavo voy a ser
cuando termine esta tregua.
domingo, 1 de noviembre de 2009
El desconocido más famoso del mundo
Vía Eblog
Fueron miles. No se sabe cuántos, algunos hablan de diez. Otros de cincuenta. Ningún número es exacto cuando se habla de los chinos. Lo seguro es que fueron varios miles los estudiantes asesinados en la plaza Tiananmen (la más grande del mundo, el centro neurálgico de Beijing) por protestar durante semanas contra la resaca del capitalismo. En suma, contra todo lo que venían aguantando desde la apertura iniciada en 1978: corrupción, miseria, la falta de libertad y el reparto desigual de la riqueza.
Miles de chinitos adolescentes y jóvenes acamparon día y noche para hacer algo extraordinario que hasta ese momento no pasaba ni volvió a pasar nunca más: quejarse juntos. A pesar de la censura en los medios, cada vez más gente mayor y grupos de campesinos del interior del país se enteraba y se sumaban a esos jóvenes locos que desafiaban a las autoridades. Las imágenes de la plaza plagada de jovencitos desafiantes empezó a circular en el resto del mundo gracias a los corresponsales extranjeros. Fue demasiado. Los que mandaban en el Partido Comunista Chino (PCC) se cansaron y pusieron en práctica la A del buen manual militar: reprimir. Dictaron la ley marcial y el 4 de junio entraron a la plaza con la infantería y tanques que no pidieron permiso para disparar. La dictadura china nunca informó cifras oficiales, pero se estima que hubo entre 800 y 2.500 muertos y más de 7 mil heridos. Ningún número es exacto cuando se habla de los chinos.
Todo eso pasó en 1989, hace exactamente 20 años.
“Esos jóvenes bueno corazón pero tontos. Querían que el gobierno cambie de la noche a la mañana. Generaron el caos y el gobierno pensó que era peligroso para el sistema y tuvo que poner el orden. Ahora los jóvenes somos diferentes”, me explica en chiñol “Sonia”, la joven guía turística que nos pasea por Beijing. Las guías bajan un discurso oficial muy pro, muy chino, muy limpio y encorsetado. Por miedo, entrenamiento o convicción (o las tres cosas juntas), resulta imposible hacerles decir algo en contra del sistema en el que viven.
En el medio de aquella histórica matanza, un tipo bajito, vestido con camisa blanca y pantalón y sombrero negro, se paró frente a una fila de cuatro tanques para impedir que siguieran avanzando sobre sus compatriotas. Tenía una bolsa en cada mano. Cuando el tanque quiso esquivarlo, el tipo dobló la apuesta y volvió a ponerse enfrente. Con tan poco, puso en ridículo a tantos. Hay unos segundos de duda, de quietud, desesperantes.
Desde el balcón del sexto piso del Hotel Beijing, ubicado a menos de 200 metros de la escena (en la avenida Cháng An Dà Jie, que paradojicamente significa “Avenida de la Paz Eterna”) un fotógrafo estadounidense llamado Jeff Widener se percató de esa escena y empezó a disparar con su cámara. No se imaginó en aquel instante que una de esas fotos se convertiría en un ícono de la lucha a favor de la paz mundial y un emblema del siglo XX y el fotoperiodismo. En ese momento, a Widener sólo le importaba que los militares chinos, que revisaban todos los días las habitaciones de los corresponsales extranjeros, no le secuestraran el rollo. Por eso escondió las películas en el inodoro del baño hasta la noche, cuando pudo mandar las imágenes a su agencia, Associated Press (AP). Al día siguiente la foto fue tapa en todos los diarios importantes del mundo.
Aún hoy se desconoce quién es ese hombre desafiante que tuvo los huevos para hacer lo que hizo. Nadie nunca pudo hablar con él. ¿Qué pensó, qué sintió en esos segundos eternos? Algunos aseguran que se llama Wang Weilin, y que en ese entonces tenía 19 años. Otros dicen que los militares chinos lo fusilaron a las pocas horas. Pero la leyenda crece con el paso del tiempo y hay quienes aseguran que el hombre está escondido en algún lugar del mundo, escapando de los hambrientos de venganza.
Al hombrecito corajudo se lo conoce en el mundo como “el rebelde desconocido” y su fama es tal que, por ejemplo, la revista estadounidense Time lo incluyó en su lista de las cien personas más influyentes del siglo XX. Esa imágen, aquella foto de Widener, todavía incómoda al gobierno chino que no sabe cómo hacer para que el desconocido pase a mejor vida de una vez por todas.
Fueron miles. No se sabe cuántos, algunos hablan de diez. Otros de cincuenta. Ningún número es exacto cuando se habla de los chinos. Lo seguro es que fueron varios miles los estudiantes asesinados en la plaza Tiananmen (la más grande del mundo, el centro neurálgico de Beijing) por protestar durante semanas contra la resaca del capitalismo. En suma, contra todo lo que venían aguantando desde la apertura iniciada en 1978: corrupción, miseria, la falta de libertad y el reparto desigual de la riqueza.
Miles de chinitos adolescentes y jóvenes acamparon día y noche para hacer algo extraordinario que hasta ese momento no pasaba ni volvió a pasar nunca más: quejarse juntos. A pesar de la censura en los medios, cada vez más gente mayor y grupos de campesinos del interior del país se enteraba y se sumaban a esos jóvenes locos que desafiaban a las autoridades. Las imágenes de la plaza plagada de jovencitos desafiantes empezó a circular en el resto del mundo gracias a los corresponsales extranjeros. Fue demasiado. Los que mandaban en el Partido Comunista Chino (PCC) se cansaron y pusieron en práctica la A del buen manual militar: reprimir. Dictaron la ley marcial y el 4 de junio entraron a la plaza con la infantería y tanques que no pidieron permiso para disparar. La dictadura china nunca informó cifras oficiales, pero se estima que hubo entre 800 y 2.500 muertos y más de 7 mil heridos. Ningún número es exacto cuando se habla de los chinos.
Todo eso pasó en 1989, hace exactamente 20 años.
“Esos jóvenes bueno corazón pero tontos. Querían que el gobierno cambie de la noche a la mañana. Generaron el caos y el gobierno pensó que era peligroso para el sistema y tuvo que poner el orden. Ahora los jóvenes somos diferentes”, me explica en chiñol “Sonia”, la joven guía turística que nos pasea por Beijing. Las guías bajan un discurso oficial muy pro, muy chino, muy limpio y encorsetado. Por miedo, entrenamiento o convicción (o las tres cosas juntas), resulta imposible hacerles decir algo en contra del sistema en el que viven.
En el medio de aquella histórica matanza, un tipo bajito, vestido con camisa blanca y pantalón y sombrero negro, se paró frente a una fila de cuatro tanques para impedir que siguieran avanzando sobre sus compatriotas. Tenía una bolsa en cada mano. Cuando el tanque quiso esquivarlo, el tipo dobló la apuesta y volvió a ponerse enfrente. Con tan poco, puso en ridículo a tantos. Hay unos segundos de duda, de quietud, desesperantes.
Desde el balcón del sexto piso del Hotel Beijing, ubicado a menos de 200 metros de la escena (en la avenida Cháng An Dà Jie, que paradojicamente significa “Avenida de la Paz Eterna”) un fotógrafo estadounidense llamado Jeff Widener se percató de esa escena y empezó a disparar con su cámara. No se imaginó en aquel instante que una de esas fotos se convertiría en un ícono de la lucha a favor de la paz mundial y un emblema del siglo XX y el fotoperiodismo. En ese momento, a Widener sólo le importaba que los militares chinos, que revisaban todos los días las habitaciones de los corresponsales extranjeros, no le secuestraran el rollo. Por eso escondió las películas en el inodoro del baño hasta la noche, cuando pudo mandar las imágenes a su agencia, Associated Press (AP). Al día siguiente la foto fue tapa en todos los diarios importantes del mundo.
Aún hoy se desconoce quién es ese hombre desafiante que tuvo los huevos para hacer lo que hizo. Nadie nunca pudo hablar con él. ¿Qué pensó, qué sintió en esos segundos eternos? Algunos aseguran que se llama Wang Weilin, y que en ese entonces tenía 19 años. Otros dicen que los militares chinos lo fusilaron a las pocas horas. Pero la leyenda crece con el paso del tiempo y hay quienes aseguran que el hombre está escondido en algún lugar del mundo, escapando de los hambrientos de venganza.
Al hombrecito corajudo se lo conoce en el mundo como “el rebelde desconocido” y su fama es tal que, por ejemplo, la revista estadounidense Time lo incluyó en su lista de las cien personas más influyentes del siglo XX. Esa imágen, aquella foto de Widener, todavía incómoda al gobierno chino que no sabe cómo hacer para que el desconocido pase a mejor vida de una vez por todas.
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